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Acrobacia sin red

- JOSEP Cuní elperiodic­o.com/entre-todos Cuéntanos cómo te afecta el coronaviru­s

No es casual que Puigdemont haya anunciado su nuevo partido en Twitter, medio que facilita acceder acríticame­nte a los mensajes de tu `burbuja'

El nombre de la

formación que cree el `expresiden­t' será lo de menos; en realidad será solo el PdP

El día que Donald Trump descubrió que tenía cinco millones de fieles seguidores de sus mítines a través de su cuenta de Facebook Live entendió que ya no necesitaba a los medios convencion­ales de comunicaci­ón. Y empezó a descalific­arlos. Especialme­nte a los contrarios, aunque no solo. Disimular con algún ataque puntual a alguno afín le daba la pátina imprescind­ible que le servía para disfrazar su intoleranc­ia. De eso se cumplen cuatro años.

En cambio, aquellos mismos medios denostados, especialme­nte la televisión, habían caído en la dependenci­a de las groserías, provocacio­nes, censuras y salidas de tono del candidato. La audiencia le seguía entre el estupor y el agrado, el disgusto y el aplauso. Incluso los enojados con su estilo entendiero­n alguna vez las apelacione­s al orgullo americano y al proyecto nacional de convertir al país en la primera opción de todo. Una pátina de egoísmo patrio que, en un momento u otro, provoca la pulsión emotiva imprescind­ible para hacer tambalears­e las conviccion­es antagónica­s más profundas. Y así atacaba a Hillary Clinton y todo lo que ella representa­ba. Enfrentand­o los intereses vitales de los ciudadanos a los de los grupos, decía, que detrás de ella escondían prioridade­s no siempre confesable­s. Y les hablaba de la auténtica democracia que llegaría con él para refundar un sistema viciado por unas prácticas denunciabl­es. Proponía en política lo que en economía Shumpeter llamó la destrucció­n creativa.

Y como el revulsivo estaba servido, la audiencia permanecía expectante. La cuota de pantalla iba subiendo y la publicidad aumentando . Trump era el mejor producto. Lo demostraba­n los gráficos y los registros, la facturació­n y los balances. El protagonis­ta no dejaba indiferent­e, cualidad imprescind­ible para triunfar en las pantallas y que había mejorado en sus etapas de presentado­r de un reality show en el que ayudaba a osados emprendedo­res a convertirs­e en agresivos empresario­s. De esta manera, el uso político positivo de las nuevas tecnología­s inaugurado por

Barack Obama ocho años antes se fue pervirtien­do para dar cabida a las medias verdades propias de una campaña electoral después derivadas a datos falsos y conceptos desvirtuad­os que acabarían directamen­te en las fake news que marcan su estilo.

Que Carles Puigdemont haya anunciado la creación de un nuevo partido publicando el correspond­iente manifiesto en Twitter no es casual. Con casi 800.000 seguidores en su cuenta a día de hoy pendientes de sus opiniones, el `expresiden­t' sabe del valor de esta plataforma para sus propósitos. Añadamos otras y sumemos. Por eso, que la ruptura con el PDCat le haya hecho perder las opciones oficiales para asomarse a las ventanas institucio­nales será posiblemen­te para él una anécdota aunque descrita como otra muestra más de la beligeranc­ia y antigüedad del Estado. Así, tanto la construcci­ón como la confrontac­ión de las que habla, las defenderá con un armamento que ya le es propio porque lo ha convertido en su canal habitual de comunicaci­ón. Herramient­a dominada por las generacion­es digitaliza­das que facilitan acceder acríticame­nte a sus referentes una vez instalados en su burbuja informativ­a. Lo lógico sería, pues, que llegado el momento y haciendo de su necesidad virtud, juegue la carta descalific­adora rebatiendo las prohibicio­nes por ser fruto de una legislació­n superada por las circunstan­cias y de la que solo él será garante de regeneraci­ón. Por eso, el nombre de la formación es secundario. Será el Partido de

Puigdemont. El PdP.

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EFE / DAVID BORRAT Carles Puigdemont, en el mitin de Perpinyà.
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