El mundo se ha individualizado
Si alguien me preguntara por alguna enseñanza fundamental para alguien como yo, nacida y criada en una pequeña aldea, de unos 80 habitantes, quizá escogería dos para mí fundamentales. La primera, aprender a aburrirse, e incluso echarlo de menos. Algunas veces no había mucho que hacer, sobre todo durante las largas y sagradas siestas, y eso podía convertirse en una gran inversión de futuro. La segunda y más importante, valorar el capital humano. Todos los niños que vivíamos allí veíamos y de algún modo participábamos en las expediciones de trabajo de los adultos, siemmunidad pre en comunidad, con cooperación y alegría pese a la dureza del trabajo del campo. Y observábamos estos mismos principios y valores en fiestas y reuniones.
A medida que íbamos creciendo, también nos involucrábamos en todo esto, echando maldiciones sobre aquel trabajo tan, tan duro y desagradecido. Ahora, cuando regreso y hablamos de ello, todos llegamos a la misma conclusión: el trabajo era muy duro, pero solo si se vive esta experiencia se consigue entender la comunidad en estado puro, valorar el capital humano.
A medida que todo ello se ha ido abandonando, además de cambiar el paisaje a peor, la coha dejado de serlo y todo el mundo se ha ido individualizando. De esta manera se ha ido instalando poco a poco el gran mal de las grandes urbes y de las sociedades modernas en general.
Esto es lo que hace que se desintegren las comunidades. Nos vamos individualizando y empezamos a olvidar la gran importancia del capital humano, del otro. Nos deshumanizamos y olvidamos que detrás de cada uno de nosotros y de nuestros actos hay una vida.