«Tocar en fiestas mayores fue toda una escuela»
33 rumba!», y si la situación se ponía grave, la tocabas, o improvisabas un rock and roll como Johnny B. Goode, que solía colar.
— ¿Alguna canción de su discografía personal o de El Último de la Fila viene de aquella época?
— Diría que no, aunque Como un burro amarrado en la puerta del baile es una canción totalmente pachanguera y homologable con una fiesta mayor, el envelat y todo eso. En otros temas, El Último de la Fila tendía al arte y ensayo, pero en este la pachanga no está ni filtrada.
— ¿Qué sacó de aquellos años? —Las fiestas te obligaban a ser músico popular en un sentido estricto, de entretener al personal, ya fuesen señoras mayores, críos que revoloteaban por ahí o que tiraban petardos... Empezar ahí te hace coger tablas. Ahora ves a Manolo (García) y se nota que viene de ahí, de hacer versiones y de entretener. Manolo, si se despista alguien de la fila 76, se da cuenta, y eso viene de entonces.
— Aquello debía rebajar el ego del músico: se ponían a disposición de los deseos del público.
— Claro, se trataba de entender qué es lo que hace que el público esté contento. Ahí lo veías claro.
— En la escena catalana, la fiesta mayor, ¿ha potenciado el desarrollo de estilos musicales? El rock català de los 90 o la música de verbena de los últimos años. — Quizá. Esa música hiperfestiva, juvenil, de grupos como Txarango, está muy relacionada. Es la tradición que tuvo como pioneros a Dusminguet, con Joan Garriga. Música que nace con esa voluntad: te la imaginas en una verbena con petardos. El rock, en cambio, yo lo veo más introspectivo. Siempre me ha parecido paradójico que las canciones de rock acaben sonando en estadios y espacios enormes.
— El imaginario de las fiestas mayores se cuela en sus canciones, como en esa delicia titulada Si plou, ho farem al pavelló.
—Esa es una frase que todo el mundo ha oído alguna vez: el concierto que se iba a celebrar en la plaza mayor y que ha acabado en el pabellón porque estamos en agosto y ha caído un chaparrón tremendo y venga a trasladarlo todo. A mí la especie humana me da risa, y me gusta, y como materia prima me sirve mucho.
— Y su último disco es Festa major d'hivern (2018). Un claro homenaje.
— Sí, pensando sobre todo en esas fiestas mayores de invierno, que también existen y que son un desastre: la gente con anoraks, botas, arrastrando constipados, tosiendo y bailando la conga. Recuerdo fiestas mayores de invierno patéticas, a dos bajo cero, tocando con guantes... Es el triunfo de las ganas de pasarlo bien. Da risa y en el fondo hay mucha ternura. Hay que ver lo que somos capaces de hacer con tal de pasarlo bien y de ligar.
— ¿Su fiesta mayor favorita?
— Yo me crie en Barcelona, pero las fiestas de Vic, en casa de los abuelos, me gustaban mucho, aunque no fueran las más animadas del mundo, porque los vigatans son gente sobria. Y luego, la de los pueblos pequeños del Pirineo, donde con un acordeonista en un pajar te montan un pollo que dura dos días.
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