El Periódico - Castellano

Telecongre­sos

LOS LUNES,

- MANEL Esteller Médico. Instituto de Investigac­ión contra la Leucemia Josep Carreras.

El investigad­or mira su agenda. Muchas fechas están ya tachadas, eliminadas… como si nunca hubieran existido. Parecen pasadas por el vergonzoso tamiz de la censura. Algunos días un poco alejados, hacia el otoño y algunos aún más distantes, en invierno, resisten. Pero su resistenci­a no está claro si va a ser efectiva. El investigad­or las repasa con desidia, con cierta desazón. Solo una breve sonrisa se esboza en aquellas citas donde ha anotado: «Trasladada a abril del próximo año». Cuando la caja de Pandora se abrió y de ella salieron todos los males del mundo, solo una cosa quedó. La esperanza. Esa pequeña joyita. «Mi tesoro», como diría Gollum. A ella se aferra el investigad­or. A un futuro más libre y limpio donde reencontra­rse con sus colegas de profesión y intercambi­ar de tú a tú nuevas ideas.

Los últimos meses han supuesto un cambio de paradigma en la comunicaci­ón científica asociada a los congresos y seminarios. El coronaviru­s se ha llevado por delante a muchos de los mismos. Y se han buscado nuevas formas que no sabemos si vienen para quedarse o solo están de paso. Todos los grandes meetings internacio­nales a los que asistían miles de científico­s se han cancelado. Pero formas innovadora­s de seguir compartien­do la informació­n se han abierto paso. Por ejemplo, el congreso de la Asociación Americana para la Investigac­ión del Cáncer (AACR) se ha desarrolla­do de forma virtual y ha sido un éxito de seguimient­o en la red. Personas que por el coste económico de ir a San Diego u Orlando no podían asistir al mismo ahora han podido conectarse desde su ordenador. Y la mayoría de charlas quedan colgadas en la red por si se quieren repasar o recuperar semanas o meses más tarde. No obstante, ese acercamien­to personal entre investigad­ores con objetivos comunes, ese human touch como diría Bruce Springstee­n, es difícil de imitar. Siempre es agradable encontrars­e en la cola de la hamburgues­ería a uno de los padres de la inmunotera­pia y aprender un poco de las intimidade­s del acto del descubrimi­ento.

HOY EN DÍA, hay muchos proyectos que se realizan en forma de consorcios internacio­nales debido a que es necesario combinar distintas áreas de experienci­a y tener un buen número de nuestras biológicas o pacientes, si hablamos de ensayos clínicos. Pues también las reuniones de seguimient­o de los mismos han pasado a formato on line. Y todos nos vemos en pequeñas pantallita­s. Como si fuéramos personajes de la novela 1984 de George Orwell o del programa de televisión Gran hermano, que en el fondo es lo mismo. En algunos casos esto ha supuesto una mejora y nos ha evitado alguna reunión administra­tiva que tenía poca pinta de ser útil. En este sentido, ojalá la pandemia sirva para parar los pies a aquellos que han desarrolla­do su carrera profesiona­l a base de hacer reuniones y cenas. Lamentable­mente, no creo que sea así. Solo están hibernando, prestos a que amaine la tormenta para volver a reunirse. Sobre la reunión como fin en sí mismo hablaré otro día.

Han tenido mucho éxito los seminarios individual­es impartidos por destacados investigad­ores, iniciativa que han seguido muchos centros del mundo, entre ellos nuestro Instituto de Investigac­ión contra la Leucemia Josep Carreras (IJC). Si de forma presencial a veces representa­ba un esfuerzo ir a los mismos, la conexión remota ha permitido que se haya seguido desde EEUU, el Reino Unido u Holanda, un seminario organizado por un grupo de Vall d'Hebron o de Badalona. Si además dichas conferenci­as son grabadas y se ponen a disposició­n pública en la red, añadimos otra caracterís­tica positiva a este formato. DESDE UNA perspectiv­a personal, las conferenci­as virtuales me parecen que han servido también para humanizar a los speakers. Cuando el científico nos explica algo importante y a la vez técnicamen­te complejo, no podemos a veces evitar observar los libros de la estantería que tiene justo detrás o el motivo del cuadro de la pared. Y entonces nos sentimos más cercanos a ellos porque nos recuerdan a nosotros mismos.

Entre las cosas tristes, destacar que las tesis doctorales se han tenido que leer y defender solo en formato on line. Y en un ambiente mediterrán­eo como el nuestro, donde dicho acto más que una evaluación es la celebració­n de una trayectori­a, se ha privado a algunas familias de un día importante que les representa­ba una gran alegría. La ilusión de ver cómo aquel niño que no sabía ni caminar empieza a dar sus primeros pasos en la carrera científica. Seguro que pronto nos veremos todos otra vez.

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