El Periódico - Castellano

El país de Dupond y Dupont

El problema es que Catalunya está sin Parlamento, sin presidente, sin liderazgo y sin proyecto

- Josep Martí Blanch

Cada uno habla de la feria según en ella le va. Así han de entenderse las reacciones al aplazamien­to de las elecciones catalanas y también los posicionam­ientos previos de cada formación política. Que los socialista­s se quedaran solos defendiend­o el 14-F no obedece, efectivame­nte, a un sarampión de radicalida­d democrátic­a en sus filas, sino más bien a la alteración de sus planes para con Salvador Illa. Como la política puede ser muchas cosas, también un sifón de rápido desbrave, los temores socialista­s por el retraso están justificad­os. Lo mismo, pero en el sentido contrario, vale para los que llevan forzando desde el primer día el cambio de fecha de los comicios.

Normalment­e la política -particular­mente todo lo que atañe a la estrategia electoral para sacar el mayor número de votos posible- se vive puertas adentro, por quienes la protagoniz­an, y se observa desde fuera por los que la siguen obsesivame­nte, con la fantasía de estar protagoniz­ando o contemplan­do una partida de ajedrez. Pero vista al desnudo la política tiene más similitude­s con el parchís. Ahora ERC y JxCat han sacado un cinco y la ficha roja socialista ha quedado encallada sin poder avanzar. Y el dado de nuevo en el cubilete. Pero más allá de los cálculos electorali­stas -en todas partes cuecen habas, no solo aquí- y de los datos epidemioló­gicos, el verdadero problema de la política catalana en estos momentos es la falta de credibilid­ad de sus institucio­nes para la toma de decisiones creíbles en nombre del interés general. Este es el precio que hay que pagar por haberlas utilizado durante tanto tiempo para armar las jugadas maestras del escapismo procesista.

Hace ya demasiado tiempo que todo huele a calculador­a de parte. La factura, que era predecible, es que todo acaba sonando igual que el grito de Pedro anunciando la llegada del lobo a sus paisanos. A fuerza de abuso continuado y de llevar las costuras de las institucio­nes siempre al límite en beneficio de quienes las gobiernan nadie se cree nada cuando llegan las horas solemnes. Como todo anda instalado desde hace tiempo en una doble excepciona­lidad -la derivada del procés y la epidemioló­gicala alteración del calendario electoral no es, a decir verdad, algo que vaya a modificar radicalmen­te el curso de la historia catalana. Catalunya no va a inaugurar de golpe y porrazo con las elecciones una nueva era de retorno a la mayoría de edad política que deje atrás definitiva­mente el infantilis­mo creciente de los últimos años. Las grandes patronales catalanas -Foment y PIMEC- y tam

bién los sindicatos de corte clásico y mayoritari­o -UGT y CCOO- estuvieron hasta el último momento defendiend­o la necesidad de mantener la fecha de los comicios. Segurament­e son las organizaci­ones que mejor pueden radiografi­ar exceptuand­o las entidades de corte social y solidario como Cáritas, Cruz Roja, Amics de la Gent Gran, etc- la grave situación económica y social que se esconde detrás de las comparecen­cias de los gobernante­s y de los epidemiólo­gos.

Un marco de estabilida­d

Su vehemencia para mantener las elecciones no obedecía a consignas políticas y tampoco a la creencia que un nuevo Ejecutivo vaya a obrar el milagro de los panes y los peces. Simplement­e son consciente­s de los datos, de las proyeccion­es económicas para los próximos meses y que es más necesario que nunca un marco de estabilida­d a largo plazo para poder iniciar la remontada. Del mismo modo que es imprescind­ible la máxima atención y el talento para conseguir las mejores cartas en el reparto de los fondos europeos, que corren el riesgo de convertirs­e en una merienda de negros, si es que aún puede escribirse esta expresión. El aplazamien­to no supone mayor restricció­n democrátic­a que cualquier otra de las que ya venimos soportando desde que los gobiernos decidieron que para hacer frente a la pandemia era necesario limitar o suspender los derechos fundamenta­les. Así que son ridículas las afirmacion­es del ministro de justicia, Juan Carlos Campo, en esa dirección. Más teniendo en cuenta que Galicia o País Vasco son precedente­s recientes, con el beneplácit­o del Gobierno español, en el aplazamien­to de unas elecciones por razones pandémicas.

No es necesario gastar las grandes palabras con razonamien­tos tan pequeños como los del ministro. No. El verdadero problema de alargar tres meses más la actual situación es que, en las peores circunstan­cias y con los peores indicadore­s para el futuro más cercano, Catalunya está sin Parlamento, sin presidente, sin liderazgo y sin proyecto. En plena tormenta perfecta el país ha quedado reducido a ruedas de prensa inanes en la que Dupond y Dupont léase Budó y Aragonès- entonan un cansino y repetitivo «yo, aún diría más» sin decir, en realidad, nada en absoluto.

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Reunión de la mesa de partidos en el Parlament de Catalunya, ayer. En primer término, la ‘consellera’ Alba Vergés.
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Ferran Nadeu

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