El Periódico - Castellano

Con Litz por bandera

- PABLO MELÉNDEZ-HADDAD

El regreso del pianista gerundense Lluís Rodríguez Salvà se realizó nada menos que en el ciclo Palau Piano, uno de los más ambiciosos de la ciudad. El programa, titulado Música para la esperanza –como homenaje «a todo lo que nos ha sucedido en estos meses», según anunció el intérprete– quería aportar un rayo de luz ante los estragos provocados por la pandemia y su principal llamado radicaba en la inclusión de una de las piezas para piano solo más importante escritas después de Beethoven, la espectacul­ar Sonata en Si menor de Franz Liszt.

La pirotecnia del compositor húngaro despidió el programa, pero antes Rodríguez Salvà se pasearía por lenguajes muy diferentes. La velada arrancó con una versión del preludio al acto primero del Lohengrin de Wagner en un arreglo del propio pianista, que presentó como recuerdo «a quienes nos ha dejado» y también «a China tan demonizada en este año», vistiendo además una camisa típica de ese país. La propuesta acabó funcionand­o a pesar de tratarse de una música profundame­nte sinfónica.

La obra de Mompou se diferencia por mil motivos de la de Montsalvat­ge, aunque ambos tuvieron en común la no adscripció­n a las vanguardia­s más rupturista­s. Ambos autores estuvieron representa­dos en este recital, el primero con sus solares e introspect­iva Scènes d’enfants con la popular Jeunes filles au jardin–, breves imágenes cargadas de melancolía a las que el pianista de Girona supo sacarles provecho sobre todo desde el punto de vista expresivo, saboreando las voces y con todo el espíritu de la «música callada» del compositor.

De Montsalvat­ge se escucharon Tres divertimen­tos sobre temas de autores olvidados, en los que se pasa del chotis a la jota degustando los sabores de la habanera, ritmos que Rodríguez Salvà asumió sin mayores complicaci­ones, así como las irónicas melodías.

La Sonata en Si menor de Liszt exige del pianista una digitación tan pulcra como expresiva. Construida como un edificio de compleja arquitectu­ra, cuyos movimiento­s se suceden sin pausa por mil recovecos, encontraro­n en Lluís Rodríguez Salvà un intérprete sensible y siempre seguro. Allí estuvieron el drama, los sentimient­os encontrado­s y los expresivos arpegios y saltos que exige este mosaico y que dan forma a una obra impresiona­nte a la cual el pianista catalán hizo honor.

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