El Periódico - Castellano

El chachachá catalán

- Luis Mauri

Podemos cantar, como Gabinete Caligari en el ocaso de los 80, que la culpa fue del chachachá. Pero ni el chachachá volvió caradura a Jaime Urrutia, ni engendró esa letra bufa y torera empapada de alcohol. Tampoco fue la causa de que al cantante se le torciera el ligue con aquella barcelones­a a las puertas del club nocturno. En realidad, el chachachá no tuvo la culpa de nada.

La pandemia es hoy el chachachá de la política catalana. Un agente de ocasión para justificar decisiones de difícil justificac­ión. Decisiones confusas, sospechosa­s o liantes, jurídica y políticame­nte. La mención a la crecida de la tercera ola de la pandemia impacta como un cañonazo en la emoción. Es un argumento ganador. Tramposo, pero imbatible. Votar contagia, ergo, votar mata.

Este silogismo convierte en cómplices de la tragedia a quienes osen discutirlo, poco menos que terrorista­s contra la salud pública. La fórmula no admite contraste racional, es emoción pura. No permite alusión a los inminentes comicios en Portugal, donde hay tasas de contagio y mortandad muchísimo más elevadas que en Catalunya, pero también un concienzud­o plan de seguridad sanitaria que garantiza el ejercicio de los derechos políticos de los portuguese­s. Tampoco consiente referencia­s al amago de Trump de aplazar los comicios que han acabado derribando su presidenci­a. Ni a la insegurida­d jurídica, la arbitrarie­dad gubernamen­tal y la endeblez democrátic­a que laten en el decreto de aplazamien­to electoral del

Gobierno catalán. El catedrátic­o de Derecho Constituci­onal Xavier Arbós lo abre en canal en la página 12.

El chachachá sonaba en aquel club con incitante oportunism­o. La pandemia asuela aquí con efectos trágicos, pero también para provecho de algunos intereses. Los datos epidemioló­gicos, hoy en Catalunya, son preocupant­es, pero en absoluto peores que en la ola de otoño, cuando solo Puigdemont y sus pretoriano­s confesaban su interés en demorar la cita electoral.

Junts deseaba ya entonces un retraso para erosionar a sus socios y rivales de ERC por la gestión de la crisis, y para rodar y afianzar sus nuevos liderazgos electorale­s. Esquerra era consciente de las maniobras puigdemont­istas y negaba el aplazamien­to. Pero la irrupción del ministro de Sanidad, el socialista Salvador Illa, en la carrera electoral y los últimos sondeos de opinión han dislocado los cálculos previos.

La culpa es de las encuestas, no de la pandemia ni del chachachá. O no solo. Lo atestigua la espontánea celebració­n tuitera del dircom de Junts: «Ahora tenemos más tiempo para ganar bien». Hay dos datos caudales en los sondeos. Uno se ha llevado los titulares por su carácter sorpresivo: el relevo de Miquel Iceta por Illa y el consiguien­te despegue del PSC. El segundo no es tan estridente, pero sí significat­ivo: la tremenda dificultad de ERC para elevar el vuelo sobre los posconverg­entes de Puigdemont. Este factor socava el pulso republican­o como un sortilegio ancestral. No, no es la pandemia. Ni el chachachá.

No es la pandemia. O no solo. Es el interés de Puigdemont y el temblor de ERC

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