Adiós a Eduard Vivancos
Cada vez quedan menos. La mayoría de los cientos de miles de personas que cruzaron los Pirineos en 1939 nos han ido dejando. El pasado 30 de diciembre lo hizo Eduard Vivancos (1920–2020). En aquella época él era un joven atleta, esperantista y libertario, trabajaba desde los 13 años y tenía una pasión desbordada por el conocimiento.
La guerra, sin embargo, le cambió la vida para siempre. Con los compañeros del Instituto Obrero de Barcelona se alistó como voluntario contra el fascismo. Fue una carnicería. En Francia lo recibieron incontables penalidades en los campos de concentración. Su hermana Julieta aún recuerda cómo muchos años después, cuando lo veías comer, te dabas cuenta de que había pasado mucha hambre. Por suerte, tuvo la protección de su padre, que también estaba en los campos. Allí revivieron la solidaridad y la cultura de los ateneos de la República, incluyendo, como no podía ser de otro modo, los grupos de esperanto. A esta lengua de paz y fraternidad se dedicaría en cuerpo y alma, primero en París, luego en Toronto. En las Américas recuperó también su carrera deportiva, formando parte de la selección canadiense de atletas veteranos.
Gracias a su trabajo en Correos pudo ir a la universidad, donde brillantemente se licenció en Literatura española, e hizo también estudios de máster. Y fue muy activo en la lucha antifranquista, llevando a Toronto, entre otros, a Federica Montseny. No olvidó nunca sus raíces y durante más de una década fue uno de los principales colaboradores de La Flama, la revista del Casal dels Països Catalans de Toronto. Desde que murió su amada Ramona en 2015 vivía acompañado de la ternura de su hijo Floreal, con quien el 19 de septiembre de 2020 celebró el centenario. Desde entonces, cuando la pandemia lo permitía, escuchaban emocionados los ver