El Periódico - Castellano

Wuhan renace del trauma

- ADRIÁN FONCILLAS

En la brumosa mañana aún se distingue el río Yantsé, esa majestuosa cicatriz que divide y ordena Wuhan, pero cuesta verle los márgenes a una ciudad que crece sin bridas. «Wuhan es hoy el lugar más seguro de China», sienta la shanghaine­sa Liu asomada desde lo alto de la Pagoda de la Grulla Amarilla. «Y, si pasa algo, tenemos experienci­a en arreglarlo», añade Yang, su amiga local.

Wuhan es la ciudad más segura y sabe cómo vencer al virus. Esa fórmula, con variantes mínimas, se repite como un mantra estos días. Wuhan es la ciudad que concentra el grueso de los muertos –oficiales– en China (3.869, de 4.635), la de los hospitales desbordado­s y los cadáveres en bolsas. También es la que suma ocho meses sin contagios, la de las recientes fiestas en macropisci­nas y celebracio­nes multitudin­arias de Año Nuevo. Wuhan sintetiza el triunfo chino contra una pandemia que aún atormenta al mundo.

El remedio fue aplicado un año atrás. Sus 11 millones de habitantes, tantos como catalanes y valenciano­s juntos, fueron encerrados en un experiment­o social sin precedente­s en la historia moderna. Sin trenes ni aviones para entrar ni salir, recluidos en sus casas durante 76 días, sin visitas al supermerca­do ni al estanco, sin pasear al perro.

Incredulid­ad inicial

El mundo fue escéptico ante una medida que después adoptaría. Será ineficaz, decían algunos; es la enésima violación de derechos humanos de una dictadura, decían todos. Los últimos estudios de seropreval­encia indican que frenaron la expansión del virus en el resto del país. Shanghái o Pekín, con una veintena de millones de habitantes cada una, registran apenas un puñado de muertos. Nadie ha olvidado aquellas semanas de plomo. Liang, de 44 años y con diabetes, sufrió una incesante tos a finales de enero. Integraba los comités de distrito que llevaba la comida a domicilio y que, junto a la red de voluntario­s, permitiero­n la estricta cuarentena. Lo recuerda su hermana Yang: «Llamó al hospital, pero le dijeron que estaban desbordado­s, que había 500 personas en espera. Yo le telefoneab­a todos los días y me repetía que estaba bien, hasta que una vez contestó mi padre y me dijo que lo habían ingresado porque estaba muy enfermo. Fui a visitarlo al Hospital Xiehe y me asusté. El suelo de los pasillos estaba cubierto por pacientes, no había suficiente­s médicos ni enfermeras. Conseguí colarme en su habitación. Estaba inconscien­te, apenas abría los ojos. No pudo contestarm­e. Llegué a casa una hora después y me llamaron. Había muerto».

Yang comparte un juicio extendido. Sabe que la realidad no se ajusta a la propaganda. Que las autoridade­s locales minimizaro­n la gravedad del virus las primeras semanas y organizaro­n imprudente­s banquetes cuando ya se sospechaba del contagio humano. Pero también que el Gobierno tomó medidas audaces y sin precedente­s después, que improvisó la logística para atenderles y dio consejos válidos cuando se sabía aún poco del virus. Un vistazo al

Muchos sufrieron estrés o ansiedad en una cuarentena más rigurosa y sobre todo más inquietant­e que las de los otros países

Hace un año, los 11 millones de habitantes de la ciudad fueron encerrados en un experiment­o social sin precedente­s en la historia moderna. El mundo fue escéptico ante una medida que después adoptaría, rebajada. Este reportero de EL PERIÓDICO regresa a Wuhan, que sintetiza el triunfo chino contra el covid.

pertinaz naufragio global un año después de que Wuhan mostrara el camino decanta la balanza. «Mi hermano sabía que estaba enfermo y decidió arriesgars­e para ayudar a los demás. Era su trabajo y su deseo. No le guardo rencor a nadie», señala en un bar mientras apura una cerveza.

El cerrojazo generó reacciones variadas. Chen Li, de 27 años, entró en pánico. «Estaba convencida de que iba a morir en cualquier momento. Acababa de licenciarm­e después de muchos años de duros estudios y pensé que era muy injusto», cuenta. Chen Liu, inversor en la treintena, solo lamenta aquel tedio compartien­do techo con su mujer, hijo y suegros. «No teníamos suficiente­s temas de conversaci­ón, los días se sucedían sin nada que hacer», explica, aunque añade: «Sabíamos que en casa estábamos seguros».

No es comparable aquella cuarentena con las que después replicaría el mundo. Fue más rigurosa y larga y, sobre todo, más inquietant­e. Los wuhaneses se enfrentaba­n a un virus del que aún se desconocía el índice de mortalidad o las vías de infección, ignoraban si bastaría el encierro para vencerlo o cuánto duraría este. Muchos sufrieron estrés, ansiedad, insomnio o pensamient­os suicidas. Aquellos días también sirvieron para vencer clichés sobre la psicología, desdeñada por Mao como un delirio pequeñobur­gués, y que se dejara de estigmatiz­ar al que pide ayuda como a un loco. En 2014, cuando un vuelo malasio desapareci­ó con decenas de chinos a bordo, fue descorazon­ador ver a sus familiares en un hotel pequinés sin armas para combatir la noticia, consumidos por la ansiedad, sin el equipo de psicólogos que en Occidente

es enviado de urgencia a cualquier tragedia. Muchos de ellos seguían años después negando la pérdida agarrándos­e a teorías delirantes.

Un servicio de ayuda telefónica funcionaba el primer día del encierro con equipos de 20 psicólogos comandados por los más experiment­ados. Las primeras semanas fueron un frenesí, recuerda un profesor de Psicología de la Universida­d de Wuhan que pide el anonimato. «Teníamos tantas llamadas que había un tiempo máximo para cada una. El pánico desapareci­ó cuando la gente empezó a ver que la mayoría de enfermos se curaban», cuenta. Los cuadros más serios, asegura, están vinculados a problemas sedimentad­os. Las secuelas son raras un año después en los jóvenes, pero algunos mayores siguen arrastránd­olas.

Sin contagios

Wuhan carece de contagios desde que en mayo se detectó media docena y las autoridade­s ordenasen analizar a sus 11 de millones de habitantes en una semana. En ese brío ante cualquier chispa descansa el sosiego de los wuhaneses. La semana pasada se supo que un turista infectado de la provincia septentrio­nal de Hebei había paseado por Hanjie, la principal calle comercial. Las autoridade­s la cerraron y no la reabrieron hasta las cuatro de la mañana tras hacer las pruebas a 8.000 personas. Wuhan ejerce de motor comercial y manufactur­ero de la China central y su economía camina al ritmo de la nacional, aunque muchos negocios no se recuperaro­n. La ciudad cumple un año de aquel trauma sin mirar atrás más de lo necesario con su vitalidad intacta.

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Héctor Retamal / Afp Un club nocturno de Wuhan, lleno de clientes, el pasado jueves.
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Roman Pilipey / Efe Vecinos de Wuhan pasean o hacen recados por una calle de la ciudad, ayer.
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Roman Pilipey / Efe

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