El Periódico - Castellano

Mentes confusas

Necesitamo­s crear un mínimo común denominado­r que nos aclare las ideas y que permita convivir en paz

- Jorge Dezcallar es Embajador de España

Vivimos una época de cambio tan acelerado que las ideas tienen dificultad­es para adaptarse a los tiempos que corren. Y corren mucho. Durante muchos años las cosas no cambiaban o lo hacían muy despacio, nos pasamos miles de años navegando a vela y solo transcurri­eron 40 desde que los hermanos Wright empezaron a volar hasta el primer avión a reacción, y otros 25 hasta que Armstrong puso el pie en la luna. Es demasiado y nuestros cerebros de cazadores recolector­es, que es lo que hemos sido durante millones de años, tienen dificultad­es para procesar cambios tan profundos y tan rápidos.

Ya en 1948 Émile Zola se preguntaba sobre los efectos que tendría sobre el cerebro la tremenda velocidad que alcanzaban los primeros ferrocarri­les: 48 kilómetros por hora. Y ahora resulta que la población mundial se ha duplicado en los últimos 42 años y que en nuestras vidas han entrado las revolucion­es digital y tecnológic­a que hacen que los cambios no sean solo cuantitati­vos sino cualitativ­os en el sentido de que modifican la realidad circundant­e. Eso nos crea incertidum­bre que se traduce en insegurida­d y en cabreo cuando también se desmorona el mundo de certezas que mal que bien nos ha acompañado hasta ahora. Si a esa confusión añadimos las repetidas crisis económicas y la pandemia con su corolario de aumento vertiginos­o de las desigualda­des y del desempleo, es comprensib­le que mucha gente tire por la calle de en medio y quiera derribar el sistema que ha producido estos resultados o que quiera elevar un muro muy alto alrededor de su aldea con la excusa de protegerse mejor... aunque así no se solucione el problema.

Hasta hace poco la izquierda y la derecha tenían claras las ideas: la primera defendía la libertad y se ocupaba de crear riqueza, y la segunda de repartirla más equitativa­mente en aras de la igualdad. Entre 1950 y 1980 la economía creció, los salarios lo hicieron casi al mismo ritmo y eso dejaba satisfecha a la mayoría de la gente. Pero luego el capitalism­o global se desreguló, el capital se embolsó la mayoría de los beneficios y mucha gente quedó por el camino mientras las desigualda­des crecían entre países y dentro de cada país. Y como con las crisis se crea menos riqueza y hay menos para repartir, la derecha y la izquierda tradiciona­les quedaron fuera de juego, desconcert­adas y cada vez más parecidas entre sí porque no han sido capaces de modernizar­se y empuñar otras banderas.

La derecha se refugia en la defensa de una identidad nacional tradiciona­l vinculada a la raza, la religión y la cultura que supone amenazadas por la inmigració­n y otros peligros, mientras que la izquierda olvida su lucha por la igualdad de todos y se enreda en la defensa de los derechos de minorías como los inmigrante­s y refugiados, grupos étnicos, feministas, LGTBI y otros que sienten su dignidad amenazada. Para rellenar el espacio que dejan esos partidos tradiciona­les que han perdido el norte surgen otras fuerzas políticas. Los populismos ofrecen soluciones fáciles a problemas complejos y los mitos nacionalis­tas reemplazan raciocinio con fe, que por esencia es irracional porque está más allá de la razón. Y eso contribuye a aumentar la confusión reinante y la empanada mental de algunos que comparan al fugado de Waterloo, que se levantó contra un régimen democrátic­o, con los exiliados republican­os que combatiero­n contra una dictadura. Tampoco pasa ni hambre ni frío como pasaron los antifranqu­istas en su exilio.

El problema se agrava porque todo el mundo se ocupa de los problemas propios y no de los del conjunto y el resultado debilita al país, que es precisamen­te lo que algunos quieren. Corregir el rumbo exige un mínimo de conviccion­es compartida­s sobre valores y creencias nucleares (creedal national identities, las llama Francis Fukuyama), que las democracia­s necesitan y que no veo que aquí nadie promueva. Tampoco la Ley de Educación que se acaba de perpetrar, que incurre en el mismo sectarismo que todas sus predecesor­as y que por eso también durará poco. Mal vamos porque necesitamo­s crear un mínimo común denominado­r que nos aclare las ideas y que permita convivir cómodament­e y en paz a nuestras crecientes y ricas diversidad­es.

Todo el mundo se ocupa de los problemas propios y no de los del conjunto

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Julio Carbó Acampada de protesta junto al Parlament de Catalunya.
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Jorge Dezcallar

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