La fascinación del crimen perfecto
Cómo le pusieron una pistola en la cabeza a Don Winslow, el autor de El poder del perro que tan bien ha reflejado el mundo de los narcos. Curiosidades morbosas como que el actor Ashton Kutcher halló, cosido a navajazos, el cuerpo de su novia, Ashley Ellerin, víctima de Michael Thomas Gargiulo, el Destripador de Hollywood. Y la premonición de Jim Thompson –alcoholizado autor de clásicos como 1.280 almas–, que falleció en 1977 sin ningún libro suyo en circulación en EEUU y diciéndole a su mujer: «Espera y verás. Me haré famoso 10 años después de muerto». «Y dio en el clavo con la década de su resurrección definitiva», constata Antonio Lozano (Barcelona, 1974), que en el ensayo
Lo leo muy negro (Destino) desgrana anécdotas como estas y sabiduría acumulada tras más de dos décadas de experiencia como crítico y periodista convertido en toda una autoridad en género negro.
El libro es una exhaustiva y documentada miscelánea personal, una Travesía por crímenes reales e imaginarios, como bien reza el subtítulo, que repasa detectives y asesinos, escritores de ayer y hoy, libros y sus lazos con películas y series. Da también Lozano claves de cosas que aprendió gracias a la novela negra. «Me quedo con la receta para un crimen perfecto que brinda Scott Turow en Inocente y con la clave para atracar con éxito un banco que compartió Jo Nesbo en una entrevista. Una y otra unidas por el uso de drogas en un equilibrio perfecto», cuenta horas antes de presentar el libro, ayer, en una charla de BCNegra y de moderar, el próximo sábado, otra.
Transgresiones que fascinan
Fue un preso en una cárcel quien reveló a Nesbo el secreto del robo: «acertar con la dosis exacta de la droga que se decida ingerir», un tranquilizante puede dormirte, y un excitante, llevarte a hacer una carnicería... Para drogas, las inyecciones de una solución de cocaína al 7% con que Arthur Conan Doyle enganchó a Sherlock Holmes, avanzándose al entender que el detective del futuro, «enfrentado a psicosis y paranoias, no podía escapar a adicciones de alto riesgo».
En Lo leo muy negro indaga en por qué nos fascina tanto el crimen. «Todo crimen es una transgresión y, por tanto, una caída en el lado oscuro que nos desconcierta, repeliéndonos y atrayéndonos simultáneamente. Y casi todos, por brutales y chapuceros que sean, encierran un enigma complejo [qué circunstancias, personales, sociales, ambientales… llevaron a su ejecución] y nos invitan a preguntarnos cómo habríamos reaccionado nosotros en ese contexto –señala–. Cualquier persona tiene problemas y frustraciones, está sometida a estrés o lamenta carencias, algunos sufren de mal de amores o no llegan a fin de mes… ¿hasta dónde puedes llegar sin explotar? ¿Por qué unos cruzan la línea y otros no? El crimen lanza interrogantes que nos interpelan de forma muy profunda».
Lozano, que dirige la colección Serie Negra de RBA, recorre casos reales y literatura negrocriminal. Entre los clásicos se detiene en el true crime por excelencia, A sangre fría, «el pacto fáustico de Truman Capote» sobre la masacre de una familia en un pueblo de EEUU. «Durante la elaboración del libro, se comportó de una manera miserable con uno de los asesinos, Perry Smith, insuflándole ánimos mientras que en privado deseaba que las apelaciones de su sentencia de muerte fracasaran para acabar el libro de una vez. Es como si hubiese vendido su alma al diablo a cambio de una obra maestra. La logra pero por el camino pierde su humanidad, nunca recupera tan alto grado de inspiración y acaba rechazado por colegas y amigos por sus indiscreciones». Al autor le sorprendió un caso claro de que la realidad supera a la ficción. «Me pareció maravillosa la pieza que le dedicó Gay Talese al cuerpo de detectives que la New York Public Library de Nueva York tuvo a sueldo en los 50 y 60, especializados en el rastreo de libros. Cada año miles de ejemplares no eran devueltos a los mastodónticos depósitos de la biblioteca de la Quinta Avenida y, aunque la mayoría de los casos respondían a despistes, también había numerosos yonquis que vendían los ejemplares sustraídos bajo la ayuda de varios carnets falsos para financiar su adicción. Si quieren conocer la historia de la cleptómana que atesoró 1.200 novelas románticas, tendrán que leer el libro», reta Lozano, autor de entrevistas en profundidad con grandes como Harlan Coben y Philip Kerr.
«Por mucho que prepares una entrevista, un condicionante es el humor [y por tanto, la predisposición] con la que se ha despertado el autor. Cogí cruzado a James Ellroy, aunque en otro encuentro se redimió». Y le pidió disculpas, confesándole el autor de La Dalia Negra, célebre por incomodar a sus interlocutores, que por entonces había una mujer que le daba «muy mala vida». «Tampoco tuvo su mejor día Richard Price, a quien visité en su casa de Harlem. Intuí que estaba rabioso porque le acababan de rechazar un piloto televisivo», revela.
«Los más encantadores han sido John Connolly y Sue Grafton. El primero trae regalos a la gente de su editorial y a los periodistas con los que ha estrechado lazos. La segunda, con la que hice una minigira de actos, me dejó pasmado cuando, antes de la tercera entrevista con público, me pasó una chuleta con preguntas para diversificar un poco los temas a los que debía estar ya harta de responderme».
Mediocridad y oportunismo
Para este bregado experto, «el tan cacareado boom de la novela negra no ha sido a nivel de ventas sino de producción, de oferta, y no de lectores. El éxito planetario de Stieg Larsson y Joël Dicker nos ha hecho creer que aquí se lee novela negra a mansalva». «Abundan sellos y autores maravillosos, pero el mercado está ahora saturado de mediocridad y oportunismo. El género es muy sensible a las modas y las réplicas degradadas. Se abrieron los brazos a todo nórdico por una cuestión de pasaporte y no de talento. Pero esta invisibilidad de mucho bueno por el alud permanente es extrapolable a toda la literatura», opina quien disecciona a «ases» como Fred Vargas, Ian Rankin y John Verdon.
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