Esperar con lo puesto
La Superliga europea es el demonio para los hombres que dirigen el fútbol mundial, pero la alternativa está siendo, al menos para el Barça, una cadena de partidos con chispa dispar ante el Valladolid, el Granada, el Eibar, el Huesca o, ayer, el Elche, muy de bostezo. Nada que anime al adolescente que tenemos en casa a aparcar el Fortnite. A las nuevas audiencias habrá que darles algo más.
Quizá la Superliga no sea la solución. O quizá sí. Habrá que estudiarlo bien. El caso es que el fútbol
que nos miramos desde el Barçaetnismo cuesta de masticar. Se imponen los azulgranas sin suntuosidad a estos equipos que no pueden aspirar ni en sueños a disputar el torneo elitista que amasan los clubs con marca. Pero se intuye que en esta liga contra los mejores del continente, el Barça estaría tragando harina. ¿Qué preferimos?
Tiene sentido que Koeman se sienta plenamente satisfecho con la racha de 23 puntos de 27 posibles. Es un bagaje tan formidable como sorprendente
por lo que trasluce un equipo con indisimuladas carencias. A la vez, habrá que otorgarle el mérito al entrenador de hacer equilibrios y no caerse pese a jugar en una mesa con alguna pata serrada. Se le ha elogiado por su firmeza en los despachos y la claridad en el púlpito de prensa; menos por su gestión en el césped. Los resultados, de seguir así, le sumarán adeptos.
El buen juego, no obstante, lo seguimos exigiendo, forma parte del ADN crítico, pero se comprende
como nunca que no aparezca en estos tiempos de bolsillos rotos. Algunos predecesores recientes se cayeron del caballo por no satisfacer el paladar general. Pero eran otros tiempos. Tiempos en los que se fichó por 120 millones a Griezmann porque era una oportunidad de mercado.
De no haber un presidente de gestora remolón, hoy un dirigente elegido en las urnas empezaría a limpiar la mansión azulgrana que amenaza ruina. Habrá que esperar. Con lo puesto.