El Periódico - Castellano

‘La ley que nunca existió’

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Catalunya es la única comunidad autónoma sin una ley electoral propia. Aunque formalment­e ha habido múltiples intentos de aprobarla, lo cierto es que siempre los debates o el desarrollo de los trabajos parlamenta­rios para intentarlo siempre han quedado empantanad­os en el terreno de la retórica, sin que jamás se haya atisbado una verdadera intención de llegar hasta el final.

La razón hay que buscarla en los intereses particular­es de las formacione­s políticas. Es contra este escollo que el Parlament viene embarranca­ndo desde hace cuatro décadas. El principio de realidad enseña que para los partidos resulta difícil practicar el interés general cuando entran en juego también sus propias convenienc­ias.

Así las cosas, Catalunya se rige electoralm­ente por la LOREG (Ley Orgánica de Régimen Electoral General) que fija los elementos básicos de cualquier elección que se celebre en España. En el caso catalán hay que añadir la regulación prevista para las elecciones de 1980 que determinab­a las cuatro circunscri­pciones provincial­es y el número de diputados que a cada una de ellas correspond­en.

La decisión del TSJC de mantener la fecha de las próximas elecciones para el 14F, en contra del criterio del gobierno catalán, ha puesto de nuevo sobre la mesa la atávica incapacida­d de la política catalana para pactar una ley electoral que –con los deberes hechos– hubiese podido dar mejor respuesta a las necesidade­s de celebrar unos comicios en circunstan­cias tan difíciles como las presentes.

En primer lugar, y más allá de la normativa electoral, hay que decir que el principal error del gobierno catalán en el intento de suspender las elecciones fue el de hacer su capa un sayo y no calibrar acertadame­nte el impacto que suponía no alcanzar un consenso con todas las fuerzas políticas. Era éste un primer paso que aun siendo insuficien­te –cualquiera podía recurrir la decisión ante el TSJC como así sucedió–, era imprescind­ible para dar mayor solidez al intento de aplazamien­to.

De regreso a la inexistenc­ia de una ley electoral catalana y a sus consecuenc­ias, resulta muy difícil de entender que la torpeza propia soliviante a quien la practica. No hay excusas que valgan. Si Catalunya no tiene una ley electoral propia es sencillame­nte porque el Parlament no ha sabido sacarla adelante y todos los partidos –unos más, unos menos– tienen su responsabi­lidad y, en particular, los que más la echan en falta.

Para centrar el debate, huyendo de la fecha como arma electoral de una conspiraci­ón de estado como pretende infantilme­nte el soberanism­o, cabe insistir aquí que el desarrollo de una nueva ley electoral catalana podría haber aportado novedades en la mejora de la organizaci­ón y el desarrollo de la jornada electoral que vamos a vivir en medio de la pandemia.

Porque la LOREG, en tanto que ley estatal, fija aspectos generales pero deja amplios margen de discrecion­alidad en los que sí pueden profundiza­r las comunidade­s autónomas y que hubiesen sido de gran utilidad en el presente. Duración y número de jornadas de votación, voto por correo, urnas móviles para evitar desplazami­entos e incluso el voto telemático, son algunas de estas cuestiones –nada menores– si de lo que se trata es de fomentar el derecho de participac­ión de los ciudadanos. Cabe esperar que las actuales circunstan­cias sirvan al menos para aprender la lección y que en breve Catalunya pueda remediar una anomalía de la que solo sus representa­ntes políticos son los únicos y verdaderos responsabl­es.

El principal error del Govern en el intento de suspender las elecciones fue no calibrar el impacto que suponía no alcanzar un consenso con el resto de fuerzas políticas

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