El infiltrado que denunció la omertá en la policía francesa
El periodista Valentin Gendrot narra en ‘Poli’ la violencia gratuita, el racismo y los abusos que vio siendo agente en una comisaría de París.
Tras un curso de tres meses Valentin Gendrot (1988) ya era policía auxiliar y llevaba arma y uniforme. Después de 15 meses destinado en un centro psiquiátrico empezó a trabajar en la conflictiva comisaría del distrito 19 de París. Ningún compañero sabía quién era en realidad, un periodista infiltrado que narraría su experiencia en Poli (Principal de los Libros). Lo presenta en BCNegra, donde hoy participa en una charla con Emma Riverola.
«La violencia policial es recurrente contra hombres negros o árabes o inmigrantes», los que en el argot llaman «bastardos», constata el reportero, que antes ya se había infiltrado en empresas como Toyota o Lidl. La primera vez que vio cómo un policía de su patrulla daba una paliza a un detenido sin motivo quedó «en shock. «Pero, desgraciadamente, luego te acostumbras, te inmunizas, porque era recurrente. Pero el número de policías que tiene esos comportamientos violentos y racistas son una minoría. El problema es que el resto los encubre. La omertá, la ley del silencio, está muy instaurada. No hay traidores dentro del cuerpo», asegura a este diario.
«Se comportan así porque pueden, quizá porque han tenido un mal día o están de mal humor… Decía Montesquieu que si se le da poder a un hombre, lo utilizará. Y los policías lo usan». Persigue Gendrot los orígenes de esa violencia que «degrada y aumenta la desconfianza entre la población y la policía». «Falta una formación sólida, con ocho meses uno puede ser policía [el sueldo medio en París es de 1.320 euros], y cualquiera puede serlo. En mi curso había un ATS, un obrero, un segurata, un antiguo gendarme de pasado neonazi… Con la ola terrorista contratan a quien pueden, de forma masiva». Es un trabajo «con mucha presión, donde los equipos compiten a ver cuál hace más detenciones o pone más multas, sobre todo a manteros». A ello, añade «el alto índice de suicidios»: un 36% más que el resto de la población (59 en 2019) y que reciben un equipo de mala calidad que a menudo completan de su bolsillo.
El libro levantó polémica pero «no cambiará nada si no hay respuesta política y el ministro del Interior no reconoce la violencia policial». Se vio «con los chalecos amarillos o la reacción tras la muerte de Floyd, que reavivó las de Adama Traoré y Cédric Chouviat».