Así sobreviven a la pandemia los hoteles de gran lujo.
El Claris fue el primer establecimiento de lujo que reabrió tras el confinamiento, adaptado a la nueva realidad y a una ocupación bajo mínimos. Es uno de los 107 que resisten.
Un parapeto de plástico, un ejército de dispensadores de gel y un detector de fiebre a distancia reciben al cliente que se adentra en el Hotel Claris. Forma parte de un ritual asumido con rigor de quirófano por un sector tan hedonista como el turístico, donde hace unos meses la profilaxis ha pasado a ser tan sustancial para el nuevo huésped como antaño lo eran el confort del colchón o la pericia del barman al afinar el cóctel del día. Si una ausencia es evidente en las calles de la Barcelona en pandemia -más allá de la propia actividad económica malograda- es la de turistas agarrados a sus maletas o a sus palos de selfi. Un vacío proporcional al que viven los hoteles y otras actividades que beben de la misma fuente. Las restricciones perimetrales y horarias, junto con los malos datos de las últimas semanas, han invertido las previsiones de los hoteleros, que planificaban reaperturas a lo largo del primer trimestre, y ahora dan marcha atrás hasta el punto de que solo quedan abiertos un 24% de hoteles y pensiones locales. O sea, 107 valientes el pasado viernes. ¿Qué les hace mantener la espada en alto en plena extinción de viajeros? Un combinado de argumentos casi épicos: intentar encajar menos pérdidas económicas que con el cerrojo echado, ofrecer un servicio necesario en una gran ciudad, mantener en activo a parte de la plantilla, mantener viva la imagen y la marca del establecimiento...
En todos y cada uno de los casos, la rutina hotelera ha evolucionado casi hacia la ciencia ficción. La misión es alojar, pero también evitar el contagio. La función extra es hacer soñar con los alicientes de una normalidad que ya se antoja lejana. Bienvenidos a una jornada en el Claris, el primer hotel de cinco estrellas que se atrevió a abrir trinchera tras el confinamiento y con los aeropuertos paralizados.
Ser un espacio de gran lujo en 2021 (a precios ahora de cuatro estrellas) obliga a conjugar glamur y asepsia. Ilusión y ozono purificante. Platos de autor y mascarillas que recortan los sentidos. Esas contradicciones no impiden que el emblemático recinto, padre del fenómeno local del terraceo hotelero, mantenga todo su repertorio de servicios. Anna Pons, directora comercial y de comunicación de Derby Hotels Collection, resume la evolución en el último año, primero pensando en la reconquista internacional, luego en la nacional y por fin en la local, a la vista de la limitación de movimientos. Ahora apenas llegan clientes foráneos, salvo expatriados residentes en Barcelona que se quieren dar una alegría. Se mezclan con viajeros nacionales por motivos de trabajo
y con «barceloneses dispuestos a celebrar algo» (acaso un aniversario, o simplemente estar sanos y vivos) sin salir del municipio, o la comarca, al compás de la normativa.
Para todos ellos, es «esencial generar confianza, que se sientan seguros» relata, mostrando el dispositivo que alerta a distancia en el mostrador si un cliente sufre fiebre. Los geles obviamente se repiten ante cada ascensor, en las habitaciones y suites, en los baños... un universo hidroalcohólico que permite atreverse a seguir brindando por un futuro mejor, como las tres señoras que esa mañana alzan una copa de champán en la última planta.
A golpe de restricciones
El hotel luce obviamente menos personal en su recepción y en cualquier punto de los espacios comunes, acorde a la caída de la ocupación. Una aritmética que se ajusta a golpe de restricciones del Govern y que tiene a más de media plantilla en erte. El Claris, con ocupaciones de hasta el 30% (impensables hace un año), aún puede considerarse un éxito en medio del erial turístico. Otros establecimientos de categorías superiores rondan entre el 5 y el 10% este duro invierno, en un ejercicio de funambulismo hacia la salida del túnel sanitario. Se nutre de clientes fieles de Derby, de parejitas y, cómo no, de gastrónomos. Porque precisamente la cocina y el spa se han convertido como nunca en reclamos para el alojamiento, a falta de poder viajar más lejos.
Y es que, con los restaurantes catalanes cerrados a partir de las 15.30 horas, los hoteles se convierten en la única posibilidad de cenar fuera, siempre y cuando se esté alejado. Un reclamo que ha propulsado los paquetes de oferta de alojamiento y cena, como el que acaban de lanzar para San Valentín. Esos condicionantes hacen que el servicio de habitaciones vaya como un cohete, para llegar donde no se puede en la mesa. Incluso en el desayuno, ahora limitado a las 7.30-9.30 horas y con bufets asistidos, lo que para un alojado sin prisas puede ser una tortura. Así que las bandejas vuelan por los pasillos de los clientes sin reloj, relata Michele Camolei, director de F&B (siglas en inglés de comidas y bebidas), quien tampoco tiene tiempo de aburrirse en la terraza panorámica que culmina el hotel, convertida ahora en vía de escape de quien solo quiere espacios comunes abiertos al cielo.
A mediodía, el aforo permitido se llena de comensales (también no alojados) que acuden para disfrutar a la fresca de las tapas o los menús de la semana que firma el chef Aurelio Morales. Por la noche, con solo siete mesas en la zona que se puede cubrir, el lleno también es cotidiano, explica Camolei.
Desinfectar con ultravioletas
Con menos huéspedes y menos personal y tantas habitaciones huérfanas, la ironía es que la tarea de las camareras de piso se ha multiplicado en cada habitación. Hay que limpiar más a fondo que nunca, desinfectar el ambiente con irradiación ultravioleta y un protocolo casi científico. También en el edén del spa, con certificado internacional Clean&Safe, las medidas de masajistas y esteticistas, en estrecho contacto con el cliente, se han extremado.
Cuenta el director general del grupo, Joaquim Clos, que la mayoría de meses comportan pérdidas (como en todo el sector), pero que la apuesta es firme y resistirán en su buque insignia hasta el final de la crisis sanitaria. No ayuda saber que parte de su equipo pasa meses sin cobrar el erte, que casi todas las reservas se hacen con apenas un par de días de antelación o que «en muchos países no viajarán hasta que la mayoría de la población del destino no esté vacunada». Con muchas incertidumbres y el verano de 2021 casi dado por perdido, apuesta por el despegue en otoño, aunque el hidrogel siga corriendo.