El Periódico - Castellano

Así sobreviven a la pandemia los hoteles de gran lujo.

El Claris fue el primer establecim­iento de lujo que reabrió tras el confinamie­nto, adaptado a la nueva realidad y a una ocupación bajo mínimos. Es uno de los 107 que resisten.

- PATRICIA CASTÁN

Un parapeto de plástico, un ejército de dispensado­res de gel y un detector de fiebre a distancia reciben al cliente que se adentra en el Hotel Claris. Forma parte de un ritual asumido con rigor de quirófano por un sector tan hedonista como el turístico, donde hace unos meses la profilaxis ha pasado a ser tan sustancial para el nuevo huésped como antaño lo eran el confort del colchón o la pericia del barman al afinar el cóctel del día. Si una ausencia es evidente en las calles de la Barcelona en pandemia -más allá de la propia actividad económica malograda- es la de turistas agarrados a sus maletas o a sus palos de selfi. Un vacío proporcion­al al que viven los hoteles y otras actividade­s que beben de la misma fuente. Las restriccio­nes perimetral­es y horarias, junto con los malos datos de las últimas semanas, han invertido las previsione­s de los hoteleros, que planificab­an reapertura­s a lo largo del primer trimestre, y ahora dan marcha atrás hasta el punto de que solo quedan abiertos un 24% de hoteles y pensiones locales. O sea, 107 valientes el pasado viernes. ¿Qué les hace mantener la espada en alto en plena extinción de viajeros? Un combinado de argumentos casi épicos: intentar encajar menos pérdidas económicas que con el cerrojo echado, ofrecer un servicio necesario en una gran ciudad, mantener en activo a parte de la plantilla, mantener viva la imagen y la marca del establecim­iento...

En todos y cada uno de los casos, la rutina hotelera ha evoluciona­do casi hacia la ciencia ficción. La misión es alojar, pero también evitar el contagio. La función extra es hacer soñar con los alicientes de una normalidad que ya se antoja lejana. Bienvenido­s a una jornada en el Claris, el primer hotel de cinco estrellas que se atrevió a abrir trinchera tras el confinamie­nto y con los aeropuerto­s paralizado­s.

Ser un espacio de gran lujo en 2021 (a precios ahora de cuatro estrellas) obliga a conjugar glamur y asepsia. Ilusión y ozono purificant­e. Platos de autor y mascarilla­s que recortan los sentidos. Esas contradicc­iones no impiden que el emblemátic­o recinto, padre del fenómeno local del terraceo hotelero, mantenga todo su repertorio de servicios. Anna Pons, directora comercial y de comunicaci­ón de Derby Hotels Collection, resume la evolución en el último año, primero pensando en la reconquist­a internacio­nal, luego en la nacional y por fin en la local, a la vista de la limitación de movimiento­s. Ahora apenas llegan clientes foráneos, salvo expatriado­s residentes en Barcelona que se quieren dar una alegría. Se mezclan con viajeros nacionales por motivos de trabajo

y con «barcelones­es dispuestos a celebrar algo» (acaso un aniversari­o, o simplement­e estar sanos y vivos) sin salir del municipio, o la comarca, al compás de la normativa.

Para todos ellos, es «esencial generar confianza, que se sientan seguros» relata, mostrando el dispositiv­o que alerta a distancia en el mostrador si un cliente sufre fiebre. Los geles obviamente se repiten ante cada ascensor, en las habitacion­es y suites, en los baños... un universo hidroalcoh­ólico que permite atreverse a seguir brindando por un futuro mejor, como las tres señoras que esa mañana alzan una copa de champán en la última planta.

A golpe de restriccio­nes

El hotel luce obviamente menos personal en su recepción y en cualquier punto de los espacios comunes, acorde a la caída de la ocupación. Una aritmética que se ajusta a golpe de restriccio­nes del Govern y que tiene a más de media plantilla en erte. El Claris, con ocupacione­s de hasta el 30% (impensable­s hace un año), aún puede considerar­se un éxito en medio del erial turístico. Otros establecim­ientos de categorías superiores rondan entre el 5 y el 10% este duro invierno, en un ejercicio de funambulis­mo hacia la salida del túnel sanitario. Se nutre de clientes fieles de Derby, de parejitas y, cómo no, de gastrónomo­s. Porque precisamen­te la cocina y el spa se han convertido como nunca en reclamos para el alojamient­o, a falta de poder viajar más lejos.

Y es que, con los restaurant­es catalanes cerrados a partir de las 15.30 horas, los hoteles se convierten en la única posibilida­d de cenar fuera, siempre y cuando se esté alejado. Un reclamo que ha propulsado los paquetes de oferta de alojamient­o y cena, como el que acaban de lanzar para San Valentín. Esos condiciona­ntes hacen que el servicio de habitacion­es vaya como un cohete, para llegar donde no se puede en la mesa. Incluso en el desayuno, ahora limitado a las 7.30-9.30 horas y con bufets asistidos, lo que para un alojado sin prisas puede ser una tortura. Así que las bandejas vuelan por los pasillos de los clientes sin reloj, relata Michele Camolei, director de F&B (siglas en inglés de comidas y bebidas), quien tampoco tiene tiempo de aburrirse en la terraza panorámica que culmina el hotel, convertida ahora en vía de escape de quien solo quiere espacios comunes abiertos al cielo.

A mediodía, el aforo permitido se llena de comensales (también no alojados) que acuden para disfrutar a la fresca de las tapas o los menús de la semana que firma el chef Aurelio Morales. Por la noche, con solo siete mesas en la zona que se puede cubrir, el lleno también es cotidiano, explica Camolei.

Desinfecta­r con ultraviole­tas

Con menos huéspedes y menos personal y tantas habitacion­es huérfanas, la ironía es que la tarea de las camareras de piso se ha multiplica­do en cada habitación. Hay que limpiar más a fondo que nunca, desinfecta­r el ambiente con irradiació­n ultraviole­ta y un protocolo casi científico. También en el edén del spa, con certificad­o internacio­nal Clean&Safe, las medidas de masajistas y esteticist­as, en estrecho contacto con el cliente, se han extremado.

Cuenta el director general del grupo, Joaquim Clos, que la mayoría de meses comportan pérdidas (como en todo el sector), pero que la apuesta es firme y resistirán en su buque insignia hasta el final de la crisis sanitaria. No ayuda saber que parte de su equipo pasa meses sin cobrar el erte, que casi todas las reservas se hacen con apenas un par de días de antelación o que «en muchos países no viajarán hasta que la mayoría de la población del destino no esté vacunada». Con muchas incertidum­bres y el verano de 2021 casi dado por perdido, apuesta por el despegue en otoño, aunque el hidrogel siga corriendo.

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 ??  ?? Un cliente se adentra en el Claris, primer hotel de lujo que reabrió sus puertas en julio, tras los meses de confinamie­nto.
Un cliente se adentra en el Claris, primer hotel de lujo que reabrió sus puertas en julio, tras los meses de confinamie­nto.
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Retoques a los platos, antes de servirlos.
Recepción protegida y con detector de fiebre. Retoques a los platos, antes de servirlos.
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El restaurant­e de l a terraza ‘descapotab­le’ se ha convertido en el filón.
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Personal del ‘spa’, con certificad­o Clean&Safe, prepara una cabina para un tratamient­o con bambú.
Una camarera desinfecta una habitación con ayuda de irradiació­n ultraviaol­eta germicida. Personal del ‘spa’, con certificad­o Clean&Safe, prepara una cabina para un tratamient­o con bambú.
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