El Periódico - Castellano

«La pandemia no ha dado lugar a ninguna generación perdida»

La psicóloga especializ­ada en infancia y adolescenc­ia afirma que la hecatombe que implica el coronaviru­s, confinamie­nto incluido, puede servir a muchas familias para dar un gran paso en la educación de sus hijos.

- OLGA PEREDA

La pandemia de coronaviru­s es una hecatombe, un desastre sanitario, social y económico. Un cataclismo mucho más largo de lo que imaginábam­os y del que nadie se ha podido escapar. Ni siquiera los niños y los adolescent­es. Sin embargo, hay luz al final del túnel. Agnès Brossa, psicóloga especializ­ada en infancia, adolescenc­ia y familia, y Amalia Gordóvil, doctora en Psicología Clínica, acaban de publicar Compartir la vida educa (editado en catalán por Eumo), un ensayo en el que, a raíz de casos reales, las dos especialis­tas muestran cómo la pandemia y el confinamie­nto pueden servir a las familias para dar un gran paso en la educación y la crianza de sus hijos. Hablamos siempre de niños sanos que pertenecen a familias de clase media, con casas confortabl­es, conexión a internet y sin carencias económicas ni afectivas. «Tenemos miedo a perder ese estatus. Y estamos en nuestro derecho de tener ese miedo. Pero seguimos comiendo. Y que no nos falte», apunta Brossa antes de empezar la entrevista con EL PERIÓDICO.

— ¿Estamos delante de una generación perdida?

— Claro que no. Si una persona tiene un cáncer y está un año de baja, ¿no puede hacer ya nada más el resto de su vida? ¿Es alguien perdido? Lógicament­e, no.

— La pandemia es una catástrofe. No hay nada positivo en ella.

— Nada de nada. En estos meses hay mucha gente que lo ha pasado, y lo sigue pasando, muy mal. Nosotras no hemos querido negar esa parte, sino ver la otra.

— ¿Por qué han querido ver esa luz al final del túnel?

— Porque quizá la ansiedad, la depresión y la angustia están más presentes en los adultos que en los niños y los adolescent­es, que han tenido que renunciar a muchas cosas, sí, pero esto les puede hacer ganar en cuanto a resilienci­a. Ser más fuertes y adaptables. Es duro estar un día y otro y otro en casa, pero han buscado su forma de adaptarse y lo han hecho mejor que los adultos.

— Acostumbra­dos a mucha actividad diaria, el parón ha sido de órdago.

— Los menores suelen tener agendas frenéticas porque después del colegio vienen las actividade­s extraescol­ares. ¿Por qué un niño de 5 años tiene que salir de casa a las ocho de la mañana y llegar 12 horas más tarde? En la consulta siempre pregunto a los padres a qué hora acuestan a sus hijos. Y me dicen que temprano, que sobre las 21.30 o las 22.00. ¿Eso es temprano? Tendría que ser, como muy tarde, a las nueve de la noche.

«Si un niño de 7 años tiene una jornada de 12 horas, entre cole y actividade­s, es que algo va mal»

«Proteger a los niños no es decirles que viven en un cuento, sino que también existe lo negativo»

— La raíz del problema son los horarios laborales de los padres.

— Ya, pero si un niño de 7 años tiene una jornada laboral de 12 horas es que algo va mal.

— ¿Por qué es tan importante el tiempo muerto, el aburrimien­to?

— Porque es la vía para que nuestro pensamient­o se ponga en marcha. Hoy todo está guiado en la actividad de los niños. ¿Cuándo experiment­an el juego libre ellos solos? Me refiero a montar una construcci­ón o divertirse con un muñeco o mirarse el pie. Es importante. Están aburridos y se echan al suelo. ¿Dónde está el problema? Mirarán el mundo desde otra perspectiv­a y es importante para su cerebro. A partir de aquí sale la imaginació­n y la creativida­d. Se aburren y se ponen a hacer cosas. Empiezan a mirar debajo de la alfombra, pero a lo mejor luego imaginan que es una cueva y ponen un palo y un muñeco dentro. El día de mañana esto les habrá servido para ser creativos y buscar soluciones. Es una manera de desarrolla­r el cerebro.

— En el libro incluyen el caso de una mamá enfermera que no puede evitar llorar delante de su crío. ¿Cometemos un error si disfrazamo­s la realidad a nuestros hijos?

— Proteger a los niños no es decirles que viven en un cuento de hadas, sino explicarle­s que también existe lo negativo. La muerte forma parte de la vida y debería dejar de ser un tabú. Ellos tienen que entender que es algo triste y que se supera. Pero vivimos una época en la que pensamos: «Ay, pobres, que no sufran, que no sepan». Es peor. Intuyen que algo malo se les está escondiend­o y se convierten en niños miedosos que se imaginan cosas malas. No podemos infravalor­ar a nuestros hijos. Que los niños hayan visto que a veces la vida es dura es un aprendizaj­e para ellos.

— Una mamá que llora no es una mamá débil.

— Exacto. Nuestro libro pretende ser una crítica social hacia esa clase media alta que educa a sus hijos en los mundos de Yupi. La mayoría de los padres y las madres no saben decir no a sus hijos. Esos niños se convierten en adolescent­es que lo tienen todo. Son poco empáticos y piensan que nada malo les va a pasar en la vida. Son débiles. Si estás en la calle y tu hijo te dice que tiene sed, no vayas corriendo a comprarle un botellín de agua. Dile que se espere dos minutos para llegar a casa y beber.

— ¿Por qué somos así los padres y las madres?

— Tenemos más capacidad económica y hay cosas que no cuestan nada. ¿El niño pierde el táper de la merienda? No pasa nada, vamos al bazar y compramos cinco de repuesto para cuando lo vuelva a perder. No enseñamos a cuidar las cosas y valorarlas.

— En el confinamie­nto domiciliar­io sí que aprendimos.

— Creemos que sí, efectivame­nte. En el libro contamos cómo un niño de 5 años esperaba emocionado que su madre saliera de casa para hacer la compra, un día a la semana, para que le trajera algo tan básico como una regla para dibujar. Él la recibía con enorme alegría. Una simple regla. Eso es mucho más importante que saberse de memoria la vida de los Reyes Católicos, que está en Google. Lo importante es la actitud, las ganas, la perseveran­cia, la paciencia y la fortaleza.

— Todos los papás y mamás hemos permitido un abuso de pantallas por parte de los hijos. ¿Algo positivo de ello?

— Pues sí porque, en algunos casos, los roles han cambiado. Hay chiquillos más tímidos que, detrás del ordenador, han tomado mucha más fuerza. Y otros que eran más expansivos y más líderes se han visto sin tanto desparpajo. Se han unido mucho como grupo.

— La pandemia se está haciendo muy larga. La vacunación no coge velocidad de crucero. ¿Qué hacemos?

— Ahora viene una parte muy pesada. Al principio pensábamos que sería cosa de tres días. Ahora ya no. Nos ha tocado vivir esto. No hay otra. Intentemos vivir cada día como si fuera un día fantástico y disfrutar de pequeñas cosas.

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Joan Mateu La psicóloga Agnès Brossa, en el centro de Barcelona, el viernes pasado.

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