El Periódico - Castellano

Habitacion­es de abrazos en los hospitales italianos

Algunos centros sanitarios instalaron hace dos meses una curiosa cortina de plástico flexible y transparen­te, con huecos para introducir los brazos, que permite a los pacientes abrazar y tocar a sus seres queridos. La medida está ayudando a que los enferm

- IRENE SAVIO

Dos veces por semana, a veces una, Giulia Giuliani, enfermera de 30 años de la planta de covid-19 del Hospital dei Castelli ASL Roma 6, sonríe al vestirse con el traje de astronauta que deja como único rasgo identifica­ble sus grandes ojos. Sabe que le espera un momento de reconcilia­ción con la vida, una pausa en medio del agotamient­o físico y mental. Ayer, cuando este diario realizaba el reportaje, era un día de esos. Mario Vitelli, un anciano paciente infectado de SARS-CoV-2, recibió el alta médica y se encontraba ya en el vestíbulo del hospital a la espera de que su familia lo lleve a casa.

«Es realmente increíble. Mario era uno de esos pacientes que no colaboran, hasta que finalmente pudo ver a sus hijos y a su nuera. Eso fue hace 10 días», cuenta Giuliani, quien –junto a otro enfermero, David Miletti– primero pensó en esta posibilida­d y la propuso a sus jefes. La idea que tuvo esta sanitaria es la llamada habitación de los abrazos, un sitio de reunión dividido por una cortina de plástico flexible y transparen­te, con huecos para que se pueda introducir los brazos, y con esta protección, abrazarse y tocarse después de semanas sin ver a abuelos, hermanas, padres, amigos o tíos golpeados por el virus. El coste de la cortina no ha sido alto, unos 800 euros.

Se trata de una iniciativa, puesta en marcha por varios hospitales italianos desde hace un par de meses que, como dice la doctora Filomena Pierantoni­o, médica jefa de la planta, ayuda a los pacientes a recuperars­e de la enfermedad. «Muchos pacientes llegan convencido­s de que van a morir y no les ayuda el aislamient­o y la imposibili­dad de no ver físicament­e a sus familiares», observa Pierantoni­o, quien añade que se han notado «mejoras» desde que han implementa­do la iniciativa.

Recuperaci­ones más rápidas

«Todavía no hemos realizado un estudio integral, que probableme­nte haremos pronto, pero sí hay evidencias de que algunos se han restableci­do más rápidament­e», añade esta médica con experienci­as en atender epidemias en diversos lugares en el mundo, también de la mano de organizaci­ones como Médicos Sin Fronteras. «Francament­e no sé por qué no lo hicimos antes», añade.

Eso sí, la preparació­n que hay detrás no es nada fácil. Empieza días antes cuando los enfermeros identifica­n al posible candidato, que luego debe recibir la autorizaci­ón de los médicos para participar en las reuniones. Requisitos básicos son que el enfermo tenga cierta autonomía de movimiento y no requiera de altas dosis de oxígeno. «Los pacientes con cascos CPAP (presión de aire positiva continua), por ejemplo, no pueden participar, mientras que sí son posibles candidatos los que usan las máscaras Venturi», aclara Giuliani.

Llegado el día de la reunión, las labores para preparar la cita comienzan tres horas antes, con el protocolo de las operacione­s de limpieza del lugar donde se llevará a cabo el encuentro y la preparació­n de las enfermeras y de los familiares, que deben cubrirse los brazos con un material impermeabl­e y las manos con guantes de látex que les comprimen los dedos. «Es un esfuerzo que hacemos porque lo consideram­os un importante elemento para la curación de estas personas, pero no deja de ser un esfuerzo», señala Caterina Schiró, la jefa de las enfermeras del Hospital dei Castelli. Para cada encuentro tiene que emplear al menos dos enfermeras de su equipo que en ese momento no pueden dedicarse a otras tareas.

Sesenta años juntos

El resultado del esfuerzo es la cara del octogenari­o Adriano Mancini, que, al ver a su esposa, Eva, y a su hija Alessandra, suelta, desde su silla de ruedas, una frase entre lágrimas casi impercepti­ble al oído humano: «Lo he logrado, estoy vivo». «Pensé que no te vería más», le responde su esposa, al explicar con los ojos mojados que ambos se conocen desde que ella tenía 14 años y él 16. «Este año cumplimos 60 años de casados», agrega, mientras su hija la sujeta para evitar que se caiga por la emoción y algunas patologías que la mujer sufre.

Felice de Santis, cuyo padre de 78 años, Mariano, lleva un mes en la planta, también llora y ríe a la vez mientras da las gracias a las enfermeras y a los médicos. «Mi padre era obrero, ha trabajado toda la vida y ha tenido tanta dificultad­es, pero esto… Es difícil expresar con palabras el agradecimi­ento que siento hacia las personas que lo han ayudado», dice, mientras su hermano Fabrizio lo observa en silencio. «¿Sabe? Se van con una ambulancia y uno desconoce qué va a pasar, teme lo peor. Pero ellos la han salvado», añade Sara Pennacchin­i acariciand­o el rostro de su madre. «Pero ahora basta ya mamá. Te tienes que dar prisa, tienes que salir de aquí, hay otros afuera que necesitan su ayuda».

«Muchos pacientes llegan convencido­s de que van a morir. Y el aislamient­o no los ayuda»

«Hay evidencias de que algunos se han restableci­do más rápidament­e», dice la doctora Pierantoni­o

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Irene Savio Adriano Mancini y su esposa, Eva (derecha), se abrazan separados por una cortina.

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