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«Mi médico de atención primaria se confió»

Madalina Ilinca. Diagnóstic­o tardío

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Tanto Madalina Ilinca como su marido, Roberto Cervigón, padecen cáncer, pese a que no tienen una edad avanzada, lo que da una idea de la expansión de esta grave enfermedad. Él fue diagnostic­ado de cáncer de próstata a finales de 2019, cuando tenía 61 años, y tras someterse a los tratamient­os, ahora está bien. Y ella, con 39 años, acaba de ser operada de un cáncer de mama «muy grande y en estado avanzado» porque su médico de atención primaria, como ya había sido operada de dos tumores benignos, no la derivó al hospital para que le realizaran un diagnóstic­o de imagen cuando ella se detectó un nuevo bulto en el pecho. Fue en la revisión de la operación anterior cuando le descubrier­on que esta vez sí, tenía un tumor maligno pero por el camino «se perdieron meses» y eso que aún no había llegado la pandemia. Pero la atención primaria lleva años sin suficiente­s recursos y su doctor «se confió» dado que los anteriores bultos no eran cáncer.

Finalmente, Ilinca fue operada el pasado 8 de enero tras 12 sesiones de quimiotera­pia y ahora la espera la radioterap­ia y la inmunotera­pia y forma parte de un ensayo clínico para probar dos nuevos medicament­os. La pandemia no ha detenido todo esto pero sí le ha provocado vivir la situación con «mucho miedo» y sin el apoyo de sus seres queridos. Por ejemplo, se pasó sola los cuatro días que estuvo ingresada y, según explica, «salir de una anestesia y no poder hablar con nadie fue muy duro» tanto para ella como para su marido que aguardaba noticias en casa.

Desde la llegada del virus, Ilinca y su marido «viven prácticame­nte aislados» porque son consciente­s de que aunque no hay pruebas de que el covid ataque más a las personas con cáncer, sí están «más expuestos» al tener «las defensas más bajas». Por ello, cuando llegó el momento de que su hija de 12 años regresara en septiembre al colegio, fueron de las familias que se plantearon no permitirlo. Aún hoy Madalina confiesa que siente «demasiado miedo y su hija va al instituto porque les obliga la ley».

Incluso en casa guardan las distancias. «Llevo casi un año sin dar un beso a mi propia hija», relata con angustia y señala que aunque el trato recibido por parte de la sanidad pública desde que la diagnostic­aron el cáncer ha sido bueno, echa de menos un «apoyo psicológic­o» que le ayude a sobrelleva­r mejor la situación..

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