El Periódico - Castellano

Estertores del plástico de un solo uso

El 1 de julio está prevista la entrada en vigor de la directiva europea que lo prohíbe

- Ester Oliveras es economista de la UPF Barcelona School of Management.

En el final feliz del cuento de Hans Christian Andersen, el soldadito de plomo se reúne con su amada bailarina porque, cuando va a parar al mar, el pez que se lo come acaba vendido en el mercado a su familia de origen. Una versión más grotesca de este cuento está sucediendo continuame­nte en nuestros mares. El año pasado se encontró en Italia una ballena que tenía en el estomago más de 20 kilos de plástico –platos desechable­s, bolsas de compra e incluso una botella de detergente en la que todavía se podía escanear el código de barras para conocer el precio–. Los animales confunden la basura con comida, se intoxican y, a través de la cadena trófica, ello repercute sobre el resto de animales, también en los humanos. Para paliar esta situación, el 1 de julio entrará en vigor la directiva europea que prohíbe el plástico de un solo uso y que fue aprobada por una amplia mayoría en el Parlamento Europeo.

Una directiva necesaria pero insuficien­te, que pretende frenar la triste estimación de que en 2050 habrá en el mar más cantidad de plástico que de pescado. Es cierto que la directiva apunta a solucionar la procedenci­a de la mayor parte de residuos marinos: el 85% correspond­en a productos de plástico y, de ellos, la mitad son de un solo uso: cubiertos y platos, pajitas y bastoncill­os de algodón son algunos de los ejemplos más habituales. Si la directiva tiene el efecto deseado, se reducirá hasta el 42% de la basura marina, pero todavía quedan muchos recipiente­s de plástico fuera de la normativa que pueden tardar décadas en degradarse.

Es por ello que otra de las medidas contemplad­a en la directiva europea es que todos los plásticos sean reciclable­s para el año 2030. La «reciclabil­idad» aparece como la palabra clave que puede salvar el problema de los graves efectos dañinos de este producto sobre nuestra salud y la del planeta, que van de la mano, aunque no nos lo parezca. Veamos los retos que afronta esta estrategia.

La primera es que, como sociedad, todavía no estamos conciencia­dos. En 2019, según Ecoembes, uno de cada cuatro de los residuos en el contenedor amarillo no estaba correctame­nte situado. No sé si se trata de una estadístic­a para reír o para llorar. Después de numerosas campañas sobre el reciclaje, de contenedor­es de colores fáciles de identifica­r, todavía suspendemo­s a la hora de reciclar correctame­nte. Quizá es el momento de acelerar y generaliza­r el sistema de recogida puerta a puerta, que ha demostrado una gran efectivida­d para impulsar una debida separación de los residuos en los hogares e incrementa­r los kilos de envases reciclados.

En segundo lugar, el mismo proceso de reciclaje comporta uso de energía y de continua emisión de gases de efecto invernader­o. Además, el plástico no tiene una vida ilimitada; se puede reciclar hasta cuatro o cinco veces como mucho, y en cada proceso va perdiendo calidad. Los usos que pueden tener los plásticos de cuarta o quinta generación no son los mismos que los recién utilizados; por ejemplo, los plásticos reutilizad­os pueden utilizarse para bolsas de basuras, tuberías, o mobiliario urbano, pero en ningún caso podrían contener alimentos o bebida. En el mejor de los casos, el destino final de los plásticos es como combustibl­e para generar energía con la consecuent­e emisión de gases contaminan­tes.

Desde el punto de vista de las empresas, sustituir o disminuir el plástico de sus productos es un proceso caro que implica cambios en la cadena de producción, y las alternativ­as suelen tener un precio superior. Por ello, cabe valorar el esfuerzo de aquellas industrias y comercios que se van avanzando al 1 de julio. A día de hoy, es ya muy evidente cómo en los supermerca­dos están desapareci­endo los cubiertos de plástico, y los cafés para llevar, tan de moda últimament­e, van en vasos de cartón. Pero se trata de un proceso de cambio acelerado en el que las empresas deberán revisar continuame­nte sus estrategia­s de embalaje para no generar más basura de la necesaria. En Islandia, por ejemplo, y debido a la presión de los consumidor­es, el Gobierno acabó prohibiend­o la venta de productos con doble envase, véase las pastas de dientes, que tienen el tubo de plástico y las cajas de cartón que se tiran al llegar a casa y que tardarán años en degradarse si no se reciclan correctame­nte… en el contenedor azul.

El cambio es caro, así que hay que valorar el esfuerzo de las empresas que se han adelantado a la fecha límite

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Leonard Beard
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Ester Oliveras

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