El abrazo de la vida
¡Qué tiempos aquellos en los que éramos un pedacito de carne tierna y latente acunado por los brazos de nuestras madres! Hemos crecido, y al prolongar nuestra propia existencia nos damos cuenta de que las cosas no son tan fáciles. Sumidos en estos momentos en una intimidad contenida y dolorida por todo lo que estamos pasando, queremos recuperar ese abrazo, antes de volvernos seres furibundos contra el agresor que nos acecha.
Queremos olvidar ya las angustias y dar paso a una etapa más prolífica en sentimientos de afecto resucitando todo aquello que se ha ahogado en esa melodía disonante y que ha quedado enterrado en un vacío aterrador. Empezamos a parecernos a esos árboles muertos de los que huimos al recorrer el camino cuando vemos su esqueleto reseco. Ni siquiera nos
atrevemos a consolarnos con esos pájaros que avistamos cuando salimos a la calle, por miedo a ver en su vuelo algún mal presagio.
Basta ya de tanta tristeza, de consentir que las noticias sobrecogedoras que diariamente nos envuelven dejen escapar esos momentos de la vida que tendemos a perpetuar en ese libro, en cuyos pasajes vamos acuñando todo aquello que es digno de recuerdo. Esa diadema de hierro que cubre nuestra cabeza y que va hurgando nuestras entrañas se está volviendo una tortura insoportable. Un oscuro palpitar por todo nuestro cuerpo pide que se extinga el desconsuelo y llama a la vida, a la esperanza, a esos abrazos efusivos, a la calidez de un hogar donde no haya sombras y el sol nos recubra con ese halo protector.