Nuestros mayores
Soñé que estaba en el parque rodeado de personas mayores jugando con sus nietos. Cuando en la primera ola de la pandemia escribí que teníamos que planificar un futuro mejor para nuestros mayores, tenía claro que nosotros y los políticos, cada uno desde su responsabilidad, adoptaríamos las medidas necesarias para corregir lo que estaba sucediendo.
La realidad actual predice que poco o nada hemos hecho y, por ello, debemos asumir nuestra responsabilidad. No olvidemos que desde el punto de vista ético y moral, su cuidado es nuestra responsabilidad, y las decisiones que tomemos tendrán consecuencias directas sobre ellos. Es hora de corregir lo que hacemos mal, pero, aún más importante, lo que dejamos de hacer. Durante la pandemia se están perdiendo muchas vidas, y los problemas que surgen están cambiando el corazón del ser humano haciéndonos inmunes a determinadas situaciones: el número de víctimas mortales que el coronavirus ha dejado en las residencias de ancianos españolas supera las 26.000 personas; ello significa que más de un 46% se han producido entre mayores que vivían en estos centros. Aun así, quiero creer que si trabajamos duramente y en conjunto seremos capaces de aportar soluciones. No importa que tan difícil parezca, pero creo que es posible avanzar si creamos un grupo social que trabaje para lograr una misma meta: el bienestar de nuestros mayores.
Desde mi punto de vista, salvo excepciones, nuestros mayores donde mejor están es en sus casas o en las nuestras, rodeados de sus familias. Mi madre, de 97 años, ha fallecido por causas naturales en casa de mi hermana, donde vivía desde que sus circunstancias no le permitieron vivir sola. Mis hermanos y yo estamos seguros de que allí es donde debía estar. Por los momentos que con ella compartimos creemos que «toda experiencia vital que nos aportan las personas más mayores es enriquecedora porque, al final, la sabiduría es el conjunto del conocimiento y la experiencia» (Mónica Aranegui).