El Periódico - Castellano

Emmanuel Guigon

DIRECTOR DEL MUSEU PICASSO

- NATÀLIA FARRÉ

El museo barcelonés es uno de los pocos que sigue apoyando a los copistas, esa especie mermada. Todos los miércoles, la pinacoteca les abre sus puertas para que intenten emular al genio malagueño.

El perfil de los que responden a la invitación del centro es variado: solitarios, parejas, familias y, sobre todo, grupos de ‘urban sketchers’

Los protagonis­tas coinciden: «Parece fácil pero es imposible». ¿Elqué? Crear una obra de arte con dos trazos, a priori, sencillos

El miércoles toca copistas en el Museu Picasso. Copiar es la mejor manera de aprender a pintar. O lo era. Goya y Rubens aprendiero­n copiando cuadros de Velázquez, Tiziano, y El Greco. Y lo propio hizo Picasso antes de ser Picasso. Copió. Aunque ya formado dejó de hacerlo para pasar a empaparse de las mejores destrezas de sus compañeros para luego regurgitar­las en grado superlativ­o. A los que copiaban en los museos, caballete y pinceles en mano, se les llamaba copistas. Quedan pocos. O mejor, quedan pocos museos que lo permitan. El Prado es uno de ellos. Nació para que los artistas en potencia emularan a los consagrado­s. De hecho, al principio no abría para el público sino solo para los copistas (copiantes se llamaban entonces).

El miércoles toca copistas en el Museu Picasso. Pero el centro de la calle de Montcada no es el Prado. En la pinacoteca madrileña aún se les puede ver en las salas con despliegue de artilugios de pintor y frente a una de las muchas obras maestras que custodia el museo. Aunque no todas son susceptibl­es de ser representa­das. Allí donde hay demasiada gente, frente a Las

Meninas de Velázquez, por ejemplo, está prohibido plantar el caballete. Hay más normas, por supuesto. Las medidas de la copia no pueden coincidir con las de los originales. Y para obtener permiso hay que mostrar currículum y capacidade­s técnicas. En el Picasso no hay copistas, o copistas al uso. A lo sumo grupos de estudiante­s que, con permiso o sin él, se pasean por las salas cuaderno y lápiz en mano. No es que las obras del museo catalán no valgan una copia de caballete, que la valen; es que en la calle de Montcada no hay tradición. El Prado nació para ser escuela y acercar los clásicos a los contemporá­neos de hace 200 años. El Picasso lo hizo por expreso deseo del genio malagueño y como regalo a su ciudad de acogida.

El miércoles toca copistas en el Museu Picasso. Lo dicho, Picasso copiaba. Y lo dicho, Picasso copiaba antes de ser Picasso. Con ocho años reprodujo Crepúsculo en el puerto de Málaga de Emilio Ocón. Firmó P. Ruiz. Previa a su llegada a Barcelona, en 1895, en su primera visita al Prado hizo lo propio con dos obras de Velázquez: El bufón Calabacill­as y El niño de Vallecas. Volvió en 1897 y 1898, y en el registro de copistas del museo consta que se interesó por Murillo, Tiziano y otra vez por Velázquez, del que se conserva la copia que realizó de Felipe IV anciano.

También hay constancia de reproducci­ones realizadas en su etapa de formación en Barcelona. Ahí están las copias del óleo de Mas i Fondevila Estudi y de la tela Sant Antoni de Pàdua de un anónimo del círculo de Viladomat. Algunas de estas obras que el genio malagueño calcó antes de los 17 años, como

Felipe IV anciano y El bufón Calabacill­as y otros originales que reprodujo, como la talla románica de la Virgen de Gósol, lucen en la actual exposición Picasso. Los cuadernos.

El miércoles toca copistas en el Museu Picasso. El centro invita a emular al autor de Les Demoiselle­s d’Avignon, que nunca dejó de dibujar. Resulta difícil saber el número exacto de cuadernos que llenó porque los guardaba como oro en paño. Ni los prestaba ni los enseñaba. Se calcula que con su lápiz bosquejó unos 190. De estos, 19, los de la etapa de formación, lucen temporalme­nte en las salas del museo. Y son el reclamo para los aficionado­s al dibujo. Pues en el Picasso se invita a los copistas, pero sin caballete. Lo suyo es llegar, los miércoles por la tarde, con reserva previa, cuaderno en mano y cualquier utensilio de técnica seca que sirva para dibujar. Nada de agua. La silla la pone el museo; el talento, los copistas. Llenan el aforo, reducido, por supuesto, por imperativo del covid-19. Hay de todo, solitarios, familias, parejas, jóvenes, mayores y, cómo no, urban sketchers.

Pleno de mujeres

El miércoles toca copistas en el Museu Picasso. Esta semana, como viene siendo habitual desde diciembre, hubo cita. Pleno de mujeres –casualidad afirman desde el centro de la calle de Montcada–. Y hubo cuórum: en las preferenci­as y en los comentario­s. Estos últimos unánimes: «Parece fácil pero es imposible». ¿El qué? Hacer dos trazos aparenteme­nte sencillos y con ellos crear una obra de arte. Las preferenci­as a la hora de copiar se las llevó un divertido y delicioso dibujo a pluma, de 1900, en el que Picasso se autorretra­ta con su amigo Carles Casagemas en París persiguien­do a dos muchachas. Aunque las hubo que optaron por dibujar una escultura; La Venus de Milo, la misma que el genio malagueño retrató en repetidas ocasiones mientras fue estudiante de la Llotja. Lo hizo hasta siete veces, como ejercicio académico, entre 1895 y 1900. La pieza pertenecía a la escuela, y así fue hasta que se creó la Escola d’Arquitectu­ra, en 1875, y su director, Elies Rogent, decidió incorporar al centro parte de la colección de la Llotja.

Para emular al genio y a sus siete dibujos venusianos o cualquiera de los que hay en la exposición aún hay tiempo. Hasta el miércoles 31 de marzo toca copistas en el Museu Picasso.

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 ?? Ricard Cugat ?? Tres mujeres aficionada­s al dibujo copian ‘La tauromaqui­a’ de Picasso, el pasado miércoles en el museo.
Ricard Cugat Tres mujeres aficionada­s al dibujo copian ‘La tauromaqui­a’ de Picasso, el pasado miércoles en el museo.
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Ricard Cugat
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