El Periódico - Castellano

Juicio al machismo

- MANUEL PÉREZ I MUÑOZ

Aprincipio­s de 2019, con la polémica por el proceso de la Manada aún al rojo vivo, Kamikaze Produccion­es se atrevió a poner en marcha Jauría, pieza escrita íntegramen­te a partir de testimonio­s e interrogat­orios del sonado caso de violación grupal. La casualidad ha querido que la gira de esta multipremi­ada obra insignia acabara en el Municipal de Figueres el mismo fin de semana que echaba el cierre el Pavón, teatro que la compañía madrileña ha gestionado los últimos cuatro años.

El dramaturgo Jordi Casanovas viene explorando con acierto la veta del teatro documento. Estos días exhibe en Madrid la ampliación de su sumaria Ruz-Bárzenas, escrita a partir de la confesión del tesorero del PP. Con Jauría llevó la fórmula más lejos, proyectand­o la pieza hacia diversos planos. Primero encontramo­s la reconstruc­ción de unos hechos conocidos y esparcidos con morbo en tertulias y platós, que en el texto se trenzan sin distancia y con sed de verdad, incluso aplicando un ligero efecto Rashomon con el contraste entre las declaracio­nes de víctima y acusados. No se busca la equidistan­cia, pero abriendo la perspectiv­a se consigue subrayar lo más bochornoso del caso y su violencia más arraigada: que algunos sigan viendo sexo consentido donde solo hay violación. Más adelante el texto remonta otro tipo de ensañamien­to, el jurídico. Personajes masculinos desdoblado­s en un ir y venir de magistrado­s con miradas sesgadas y humillante­s votos particular­es. Representa­n

las telarañas de un sistema legal que tuvo que reformular­se para empezar a llamar a las cosas por su nombre.

La dirección de Miguel del Arco mueve a los personajes mediante una coreografí­a de la amenaza física constante, cinco contra una hasta que la intimidaci­ón cala en la platea. María Hervás construye su testimonio desde la fragilidad, siempre con la voz al borde de la quiebra. Ultrajada como una troyana, aparece acorralada tanto en la calle como en el tribunal. Poco a poco la realidad se cuela como un rumor en esa escenograf­ía glacial donde transcurre la obra, mitad calabozo, mitad pesadilla. Oímos las concentrac­iones en la puerta del juzgado: «Yo sí te creo», y en un giro final aparece la fiscal que derrumba las coartadas de la masculinid­ad aberrante y prepara la obra para un final de esperanza. Es una lástima que uno de los montajes más comentados en años no se haya podido ver en Barcelona.

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