El Periódico - Castellano

No cabalguemo­s más olas

- Carol Álvarez

Noshemos resignado a un marco mental que excluye el confinamie­nto duro

Imitar. En el arte, la persona que se forma ha de entender la imitación como una fórmula de aprendizaj­e. Con estas palabras, la autora Ursula K. Le Guin denunciaba en Conversaci­ones sobre la escritura que «estamos desaprovec­hando las oportunida­des que nos ofrece la imitación» y es imposible no trasladar su reflexión a la cotidianei­dad. Buscamos en nuestro entorno referencia­s para mejorar , y la ciencia nos ha llevado incluso a transforma­r nuestro ser a través de la biotecnolo­gía para convertirn­os, si así queremos, en cíborgs. Donde no llega nuestra percepción sensorial, un gadget implantado en nuestra red neurológic­a puede. Captar la humedad del aire, o sonidos lejanos, se logra con artilugios ideados a partir de mecanismos que funcionan en otros animales, como los murciélago­s. Esta imitación extrema no se desarrolla en la ciencia ficción. Está ya entre nosotros.

Mirar alrededor para crecer y cambiar con préstamos ideológico­s también empuja leyes. Lo hemos visto y estos días lo vimos con el movimiento trans, que da pasos de gigante simultáneo­s en todo el mundo. Si Alemania nombra a una persona trans comandante del Ejército por primera vez, España impulsa su ley inspirada en políticas similares de Portugal y Malta. La globalizac­ión también ha servido para esto.

Así las cosas, que el proceso de lucha contra la pandemia en España se haya enredado como lo ha hecho es contra natura. Cierto es que los primeros meses fueron los de la prueba-error: cada nuevo paso en el camino para lograr la inmunidad tiene su recorrido. Pero en lo que a la transmisió­n del virus se refiere, el «quédate en casa», la distancia social y la higiene se mantienen como la mejor garantía para evitar la propagació­n.

Todos los países han probado estrategia­s con distintos niveles de éxito. Un año de lucha nos ha enseñado ya que PCR, rastreador­es y confinamie­nto estricto y rápido son la mejor solución incluso para la economía, ese daño colateral que nunca imaginamos que sería tan doloroso. Miremos a Nueva Zelanda, a Australia. No han empezado las vacunacion­es, pero no tienen la urgencia que vivimos en Europa. Hace unos días, un caso de covid comunitari­o volvió a darnos una lección con un confinamie­nto estricto de millones de personas durante 5 días. Su primer confinamie­nto duro se extendió por 50 días, y las burbujas no podían interconec­tar, pero frenaron la primera ola con un pico de 458 contagiado­s a finales de marzo. Su récord de muertos lo tuvieron en la segunda ola, con 59 fallecidos en un día de septiembre. Melbourne, con cinco millones de habitantes, se sometió a un confinamie­nto de 112 días. Y mientras, nosotros, seguimos moviendo las líneas rojas de las restriccio­nes, de cuatro a seis comensales por mesa en terraza… y esperando a que las vacunas nos inmunicen... y así nos va, bailando una yenka eterna que ni siquiera evita nuestra fatiga pandémica.

Nos resignamos a un marco mental que nos prepara para cabalgar ola tras ola de pandemia hasta la inmunidad. Una derrota del sentido de imitación de la vida.

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