El Periódico - Castellano

El transformi­smo de Puigdemont

El giro izquierdis­ta del expresiden­te puede parecer descabella­do, pero sabe por dónde soplan los vientos y en Catalunya todo vale cuando se trata de poner a parir el Estado

- Andreu Claret

El encarcelam­iento innecesari­o de un rapero le ofreció una oportunida­d imprevista. Los suyos le podían haber advertido de que el rapero de Lleida no es un ángel

La noche del 14 de febrero, mientras los suyos celebraban la victoria del independen­tismo, Carles Puigdemont torcía el gesto en Waterloo. No solo porque Laura Borràs llegaba en tercer lugar, detrás de Salvador Illa y Pere Aragonès. Su semblante turbado obedecía a otras razones. Que Junts per Catalunya cosechara uno de los peores resultados del nacionalis­mo conservado­r no le quitaba el sueño. Ni siquiera la humillació­n que suponía quedar por detrás de los vendepatri­as de Esquerra Republican­a. Como siempre, o casi siempre, él lo tenia todo previsto. De haber ganado, la victoria hubiese sido suya. Al perder, la derrota era de Borràs, la candidata que él nunca quiso. Entonces, ¿por qué fruncía el ceño el expresiden­te? Porque la izquierda obtenía 83 diputados, algo que no había ocurrido nunca. Por muy atrabiliar­ia que sea, la suma de los escaños de izquierda (o que se consideran como tales: el PSC, ERC, la CUP y los ‘comuns’) sumaba 22 diputados más que en 2017.

¡Todo a babor! Puigdemont llamó a los suyos a hacer frente a la mala mar virando la embarcació­n de tal modo que los vientos que soplaban les fueran favorables. Borràs lo tuvo más fácil que otros porque durante la campaña ya había explicado que era más de izquierdas que Illa; Elsa Artadi tuvo que borrar unos cuantos tuits compartien­do ideas políticas con Xavier Sala i Martín, el más neoliberal de los economista­s catalanes, y Joan Canadell se sometió a una sesión de morfing para hacer olvidar su condición de seguidor de Donald Trump. Con el giro, Puigdemont mataba tres pájaros de un tiro. Le embarraba la investidur­a a Aragonès, amarraba la CUP a su popa y sembraba cizaña en las filas de los ‘comuns’. Si salía bien, cerraría el paso a las tentacione­s pecaminosa­s de Joan Tardà de explorar otras rutas que conducen a mundos desconocid­os y, si todo se iba al traste, habría que repetir elecciones con una Esquerra desnortada y sin el PDECat. ¡Bingo!

El transformi­smo izquierdis­ta de Puigdemont puede parecer descabella­do teniendo en cuenta que él es una criatura de Jordi Pujol y que llegó a la presidenci­a de la Generalita­t de la mano de Artur Mas. Pero el expresiden­te sabe otear por dónde soplan los vientos. Al menos, en el corto plazo. El encarcelam­iento innecesari­o de un rapero le ofreció una oportunida­d imprevista. Utilizaría a Hasél en Catalunya como ha utilizado a Valtònyc en Bélgica. Los suyos le podían haber advertido de que el rapero de Lleida no es un ángel, y que había amenazado al alcalde de la ciudad con pegarle un tiro, o «un navajazo en el abdomen», pero no lo hicieron. Por insospecha­das que sean, las decisiones del jefe siempre son acertadas. La CUP se encargaría de recordarle a Illa que la izquierda de verdad no estaba con él, sino en contra, y a ERC que la calle seguía vigilante. Los contactos que Puigdemont mantiene con los cuperos le aseguraron que esto seria Troya, y el pensó que lo del navajazo en el abdomen del alcalde quedaría en nada, ante el ataque a la libertad de expresión que suponía su encarcelam­iento. En Catalunya, todo vale cuando se trata de poner a parir al Estado. Hasél sostiene que nada cabe dentro de la ley. El independen­tismo más irredento, también. Y aunque los objetivos del rapero sean otros, lo importante es esta coincidenc­ia. Una pancarta exhibida en la Via Laietana lo resumía de este modo: Nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil. Un lema procedente de la Revolución de los Paraguas de Hong Kong que fascinó tanto a Puigdemont que allegados suyos visitaron la antigua colonia británica. Un mote perfecto. Un paraguas debajo del que caben los cabreados por la impotencia del ‘procés’ y los jóvenes hastiados de la política.Y así fue cómo Barcelona se llenó de fogatas y de humo. La factura de la maniobra y sus consecuenc­ias políticas son conocidas. Puigdemont consiguió acorralar a ERC en el rincón del cuadriláte­ro donde se juega la investidur­a –Aragonès tardó seis días en apoyar a los Mossos–, estuvo en un tris de desestabil­izar el Gobierno de Sánchez, borró de los titulares la propuesta formulada por Salvador Illa de un Gobierno progresist­a, y volvió a dañar la imagen de España, en vísperas de la votación del Parlamento Europeo sobre su inmunidad. ¡Bingo!

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Andreu Claret es periodista y escritor. Miembro del Comité Editorial.

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