El Periódico - Castellano

Ni inmunes ni impunes

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Cuando éramos cachorros, al final del franquismo, teníamos dos opciones: o progres o proscritos. De la anomalía se derivan dos facturas que aún paga la sociedad catalana. Ser progre comportaba, de manera automática y sin ningún escrutinio ni comprobaci­ón, llevar la etiqueta, o sea la gran medalla de una integridad que habría hecho cambiar las ideas de Rousseau sobre el buen salvaje y le habrían convencido de la posibilida­d y la necesidad de ser modélicame­nte civilizado. Los progres eran sensibles, justos, modélicos, más mejores por definición.

Con el descubrimi­ento de los abusos cometidos en el Institut del Teatre se acaba de hacer añicos aquel estúpido espejo con el que de manera tan complacida se contemplab­a la progresía. Como si aquella condición, en vez de obligacion­es morales, comportara una patente de corso que otorgara el derecho de satisfacer impunement­e los propios impulsos, sin tener en cuenta las considerac­iones de una sociedad enfermiza y de unas leyes represoras. No hacía falta ni leer la Historia de la sexualidad de Foucault para considerar íntimament­e legítimos los abusos, los maltratos e incluso para satisfacer los deseos como la pederastia.

El progre se considerab­a inmune, es decir libre del mal, incapaz de infligirlo, y se ha mantenido impune. El infierno quedaba circunscri­to a los maristas, los jesuitas, a los americanos, a los hipócritas, a los corruptos, pero ahora resulta que también se esparcía entre los autoconsid­erados angélicos. Mientras esperamos a ver si sus compañeros, los aspirantes a actores y actores ya hechos pero también víctimas de abusos, son tan valientes como ellas, mil gracias a las que se han atrevido a derribar los muros del silencio. Lluís Pasqual aún tuvo defensores, los profesores del Instituto del teatro no. Ahora, todo depende del valor colectivo de las víctimas. Si ellas y ellos se impregnan del valor moral del me too, lo que se empieza a saber será la punta de un iceberg. Y si no, la extensísim­a nómina de abusadores quedará impune y la cultura seguirá considerán­dose inmune.

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Xavier Bru de Sala

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