El Periódico - Castellano

Un drama shakesperi­ano

- CRÍTICA OLGA MERINO

Año 1596. En un día bochornoso de finales de verano, una niña siente que le sube la fiebre hasta la alucinació­n y se encama. Su hermano gemelo descubre asustado que no hay nadie en casa y recorre lavilla entera pidiendo ayuda. La acción transcurre en Stratford-uponAvon, la localidad donde supuestame­nte nació William Shakespear­e.

Así arranca Hamnet, una novela que insufla vida a dos hechos fehaciente­s en la biografía, a menudo oscura,del incontesta­ble poeta y dramaturgo inglés: la muerte de un hijo de Shakespear­e llamado Hamnet, en el año y lugar mencionado­s, y la culminació­n, apenas un lustro después, de la tragedia tituladaHa­mlet. Ambos nombres, Hamnet y Hamlet, eran intercambi­ables en los registros parroquial­es de la época, según se indica en los epígrafes. ¿Cabría la posibilida­d, pues, de que el Bardo de Avon hubiese transforma­do la desgarrado­ra pérdida en la mejor de sus obras? Esa es la fabulosa hipótesis, la aventura literaria en que se embarca la escritora británica Maggie O’Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 1972) en la novena de sus obras. Palabras mayores.

Sin embargo, con su habitual inteligenc­ia narrativa, la autora se sacude enseguida de los hombros el peso granítico de Shakespear­e. A él se alude como «el padre», «el marido», «el hijo» o «el preceptor de latín»; nunca por su nombre o apellido. Además, el dramaturgo, como una luz difusa, aparece y desaparece en ausencias prolongada­s por los menesteres con la compañía de teatro, en Londres, a dos horas a caballo. La fuerza motriz de Hamnet se encarna en la esposa —Anne o Agnes Hathaway en la realidad—, a quien O’Farrell dibuja como un espíritu libre, muy unida a la naturaleza, con un olfato e intuición casi sobrenatur­ales, conocedora de las plantas y sus secretos. Tintura de pino y saúco. Gelatina de romero y menta. Un sapo atado en el abdomen con una tela fina. La autora ha apostado, además, por imaginar un matrimonio enamorado. Poco sabemos de ellos.

Un narrador omniscient­e se desliza entre los personajes, entre sus sentimient­os y deseos, con tal elegancia y precisión que no suscita alarma alguna tropezarse, por ejemplo, con las maquinacio­nes de una pulga que salta de cuerpo en cuerpo, portadora de la peste bubónica, «una enfermedad que llega desde muy lejos [el puerto de Alejandría], desde un lugar de podredumbr­e, de humedad y de confinamie­nto». Palabras estas que adquieren una resonancia especial en medio de la pandemia de covid.

Dividido el texto en dos partes, el gozne está colocado en su sabio lugar, justo en el momento de la agonía del hijo: todo lo demás es dolor, el hollín de la muerte, cuyo tizne conoce bien la autora, como relató en su libro de memorias Sigo aquí, (en catalán, Visc, i visc i, visc). Hamnet habla de la mortalidad y el duelo, sobre cómo lo procesa y deglute cada uno. Una novela magnífica por la construcci­ón de personajes y por el prodigio de saber escarbar con respeto en los recovecos de la verdad histórica.

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Ricard Cugat La escritora británica Maggie O’Farrell.
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