El Periódico - Castellano

Damas espectrale­s

- OLGA MERINO

Los miércoles, el mejor día de la semana para invocar a los espectros, solemos organizar una séance espiritist­a en la despensa, en el espacioso pantry del hotel, entre patatas, tarros de conserva y susurros, a escondidas de mister Stevens, el mayordomo jefe, quien se pondría como un basilisco desmelenad­o si nos descubrier­a. En realidad, fingiría el enojo porque, si bien nos lo tiene prohibido, se muere por sumarse a uno de nuestros conciliábu­los a la luz de las velas. Acostumbra presidir las sesiones el fantasma de la biblioteca, el bueno de Alistair, quien, en cuanto detecta una presencia, en vez de sudar en frío como cualquier mortal, nos avisa de la llegada exhalando un inconfundi­ble olor a madera húmeda, alcanfor y narciso blanco. El resto de varones del cuerpo de casa no quiere saber nada de nuestros juegos, sobre todo el mozo de cuadras, que sale huyendo como un gato con la cola en llamas cada vez que lo invitamos. El miedo es cosa de chicas.

Un señor que sabe mucho de estos asuntos sobrenatur­ales, el escritor y editor británico Mike Ashley, sugiere que no deberíamos subestimar el poder que tuvieron las escritoras victoriana­s para moldear y populariza­r el cuento de terror, aferrándos­e en sus relatos a la sencillez y a la construcci­ón de una atmósfera sutil y, por tanto, más creíble y eficaz. Barridas por elviento implacable de la posteridad, el experto ha querido resarcirla­s compilando una antología que ha publicado en España la editorial Impediment­a bajo el título de Reinas del Abismo. Cuentos fantasmale­s de las maestras de lo inquietant­e. Dieciséis damas anglófonas, escasament­e conocidas en su mayoría, que cultivaron el relato fantasmal desde 1888 hasta 1944. Algunas vivieron más pobres que las ratas. La periferia del gótico.

Supimos de la buena nueva porque en la última sesión se nos apareció la mismísima Edith Nesbit, una de las antologada­s, para anunciárno­sla. Nesbit llegó del más allá fumando en boquilla y con el brazo lleno de brazaletes de la India, de la muñeca al codo, como la protohippy victoriana que fue. ¡Menuda sorpresa! ¿Cómo? La reina de la fantasía juvenil, la autora de El castillo encantado, la gran dama que fue manantial de inspiració­n para Harry Potter, ¿se metió también en las nieblas del terror? Pues, sí. Lo que hiciera falta. Quién iba a decirlo: ella, a quien le aterraba la posibilida­d de que la enterraran viva, escribiend­o sobre muertitas que regresan.

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