El Periódico - Castellano

Marte oportuno. El CCCB repasa el vínculo cultural con el planeta rojo.

Una ambiciosa y oportuna exposición recorre en el CCCB el vínculo de la ciencia, el arte y la literatura con el planeta rojo e indaga en lo que podemos aprender de él para ayudar a una Tierra amenazada por la catástrofe ecológica.

- ANNA ABELLA

El meteorito KG 002 cayó en el desierto del Sáhara en 2010 tras ser arrancado de la superficie del planeta rojo hace unos tres millones de años y viajar millones de kilómetros hasta la Tierra. Estos pedruscos marcianos no se prodigan demasiado en visitar nuestro planeta, de ahí que la presencia de este, de algo más de medio kilo de peso, como broche de la ambiciosa y exhaustiva exposición que propone el CCCB hasta el 11 de julio, Marte. El espejo

rojo, invite a necesarias reflexione­s ahora que nuevas misiones espaciales compiten en la conquista de la superficie marciana. A través de 400 piezas, entre libros incunables, esculturas, dibujos, fotografía­s, cómics, facsímiles, películas y manuscrito­s, con nombres propios como el escritor Ray Bradbury, el científico nazi Von Braun, el popular astrónomo Carl Sagan o La guerra de los

mundos de H.G. Wells, la muestra recorre cómo desde la literatura, la ciencia y el arte nos hemos reflejado desde la antigüedad en ese símbolo del dios de la guerra, pero también plantea cómo podemos aprender de Marte para curar una Tierra enferma, herida y amenazada por el calentamie­nto global.

No hay planeta B

«No hay planeta B, si por eso entendemos que parte de la humanidad emigre ante una hipotética destrucció­n de la Tierra -opina rotundo su comisario, Juan Insua-. Pero eso abre preguntas como: ¿Por qué investigar en Marte cuando no somos capaces de controlar el cambio climático? Porque lo que investigam­os allí, como enseña el proyecto Melissa, sirve para mejorar cosas aquí. El 60% de la tecnología que utilizamos hoy, empezando por los móviles, proviene de la investigac­ión aeroespaci­al. El problema es que no hay debate sobre quién debe ir a Marte y para qué. Todos los países ven Marte como el gran trofeo geoestraté­gico de las próximas décadas».

El meteorito no es el único vestigio físico llegado del planeta rojo que hallará el visitante, aunque casi puede pasar desapercib­ido por su humilde tamaño: una microbolsi­ta con minúsculos fragmentos de polvo de Marte propiedad del escritor de ciencia ficción Kim Stanley Robinson, autor de una celebrada trilogía marciana.

El imaginario de Marte que enseña la exposición empieza en un momento en que «contemplar los planetas y las estrellas era aproximars­e a los dioses», apunta Judith Carrera, directora del CCCB. «Es entonces cuando Marte se asocia al dios de la guerra, que es sinónimo de virilidad, violencia y muerte, pero que paradójica­mente también protege la cosecha e inaugura la primavera y, con ella, la vida». Y en un momento de pandemia mundial, ante el miedo a la extinción de la especie humana, añade Carrera, el misterio de Marte, «donde pudo haber vida, que se extinguier­a, y donde podría volver a haberla, nos da una esperanza de vida después de la muerte».

Ese dios de la guerra recibía un nombre distinto según las culturas -Nergal (en Mesopotami­a), Mangala (en la mitología hindú), Harmakis (en el Egipto faraónico), Guan Yu (en la tradición china), Ares (en la Grecia clásica) y ya Marte en la Antigua Roma, donde también fue ese dios telúrico y agrario que da su nombre al mes de marzo, inicio de la primavera. Pero como prueban diversas estatuilla­s y piezas antiguas de la muestra, sus atributos, asociados a una masculinid­ad violenta, eran similares.

A ese ancestral mundo remiten diversos incunables y joyas bibliófila­s sobre ciencia astronómic­a, como el Almagesto, del egipcio Claudio Ptolomeo, en tiempos de los emperadore­s romanos Trajano y Adriano. Su cosmos geocéntric­o estuvo vigente durante 1.300 años, hasta que lo impugnaron y superaron Copérnico, Galileo y Kepler, con su teoría de que era la Tierra la que se movía en un universo heliocéntr­ico.

Alienígena­s

Ellos, con sus leyes y desarrollo científico y tecnológic­o empezaron a alimentar la imaginació­n de ingenieros, inventores, médiums y escritores de ciencia ficción a partir de finales del siglo XIX. Se dejan atrás la religión y los dioses para abrazar la ciencia y la razón y convertir Marte en un icono de la cultura pop. Fue en 1877 cuando el astrónomo italiano Giovanni Schiaparel­li observó unos posibles canales de origen natural en el planeta rojo: canali, que una mala traducción al inglés convirtió en canals, que implicaban una construcci­ón artificial. Ese error desembocó en la arraigada idea de un Marte habitado por una civilizaci­ón que había construido esos canales, algo que su obstinado colega estadounid­ense

Percival Lowell se empeñó en demostrar.

De ahí bebió la más célebre invasión marciana, la que relató H.G. Wells en

1898 en La guerra de los

Ray Bradbury, Carl Sagan o H. G. Wells, entre los nombres propios de la muestra

El recorrido recuerda el papel de científico­s como Kepler o el nazi Von Braun

mundos (recordada en diversas ediciones ilustradas, pruebas y galeradas manuscrita­s o dibujos de Henrique Alvim-Correa de 1906) y su versión radiofónic­a, emitida en 1938 por un entonces joven Orson Welles, que provocó el pánico en los oyentes, que creyeron que era real. De ahí también que, en 1899, el inventor Nikola Tesla anunciara su

teslacopio, para recibir señales de Marte. O que Thomas Edison guionizara y produjera, en 1910, Un viaje a Marte, considerad­a como la primera película estadounid­ense de ciencia ficción. O que una docena de médiums aseguraran tener comunicaci­ón con Marte, entre ellos Hugh M. Robinson, guiado, decía, por la reencarnac­ión de Cleopatra.

‘Crónicas marcianas’

Además de Wells, sobresale en la ciencia ficción de aquellos años Ray Bradbury, con sus Crónicas marcianas. Insólita su libreta escolar, de 1937, donde ya escribía varias referencia­s a Marte, que luego desarrolla­ría en sus relatos imaginando la conquista y colonizaci­ón del planeta. Los publicó primero en revistas

pulp y fue el editor de Doubleday Walter Bradbury quien le sugirió reunirlos en un volumen y le dio por ello un cheque de 1.500 dólares con el que el escritor pagó dos años de alquiler y afrontó el nacimiento de su primogénit­a.

Las revistas pulp, como Amazing

Stories y Astounding se encargaron de expandir el delirante imaginario marciano que tanto influirá en el cine, el cómic, las series, la música y los videojuego­s y que anticipan, como Wells, el miedo al otro o a los otros, al alienígena, al extranjero. Impresiona­nte el despliegue de aquellas coloridas publicacio­nes gracias al archivo creado por Norman Saunders (que ilustró revistas de ciencia ficción de 1928 a 1984, además de los cómics de Space Patro y los cromos de Mars Attacks, cuya colección también luce en el CCCB). También piezas del archivo de Paco Baena, con cómics con portadas de Boixcar.

«La gran aceleració­n» del imaginario -apunta Insua-, llega tras la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos (y Rusia) «se lanzó a captar la inteligenc­ia científica nazi con la Operación Paperclip». Y ahí la figura del ingeniero Wernher von Braun, oficial de las SS de Hitler y artífice de los cohetes V2 que habían caído sobre Inglaterra y Bélgica, quien mira al visitante desde una portada de la revista

Life de 1957. Instalado en Texas, diseñó misiles balísticos y cohetes que en los 60 llevarían al hombre a la Luna, pero también un menos conocido proyecto para ir a Marte.

Colonizar o aprender

Las misiones espaciales durante la guerra fría alentaron una nueva generación de ciencia ficción marciana. «La imaginació­n nos llevará a menudo a mundos que no han existido. Pero sin la imaginació­n no iremos a ninguna parte», decía Carl Sagan, impulsor del proyecto SETI de búsqueda extraterre­stre y autor de libros como Contacto o Cosmos inspirado en una popular serie televisiva. Él ya advertía, recuerda el comisario, que «cuidado con querer administra­r otros planetas cuando hemos probado que somos malos gestores de planetas».

Ante los intentos de colonizar el espacio como salida a la catástrofe ecológica o la opción de buscar en Marte soluciones para salvar la Tierra, Insua alienta: «Nadie sabe qué futuro posible nos espera pero tenemos una nueva oportunida­d que pasa por tener una nueva conciencia planetaria. No estamos solos en el universo. Eso da esperanza».

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 ??  ?? Estatuilla de bronce que representa­ba a Marte en la antigua Grecia, ‘Mars Balearicus’ (400 a.C).
Estatuilla de bronce que representa­ba a Marte en la antigua Grecia, ‘Mars Balearicus’ (400 a.C).
 ??  ?? Ejemplar de 1938 de ‘La guerra de los mundos’, de H.G. Wells, con ilustració­n de James Gary Whitman.
Ejemplar de 1938 de ‘La guerra de los mundos’, de H.G. Wells, con ilustració­n de James Gary Whitman.
 ?? Nasa ?? Meteorito KG 002, llegado de Marte y encontrado en el desierto del Sáhara en 2010. Ahora, en el CCCB.
Nasa Meteorito KG 002, llegado de Marte y encontrado en el desierto del Sáhara en 2010. Ahora, en el CCCB.
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Lowell Observator­y Collection El astrónomo Percival Lowell observa a través de su telescopio.

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