Ganas de engañarse
A medida que nos alejamos del 14-F, los análisis optimistas de los días siguientes se desmoronan. Hubo quien interpretó la victoria por la mínima de ERC sobre Junts como un triunfo de los «moderados» y atisbó un cambio en la política catalana. Por desgracia no será así. Para que el resultado de las autonómicas hubiera ido en la dirección correcta, se requerían dos condiciones. Que los independentistas no sumaran mayoría absoluta. Y que el socialista Salvador Illa ganase las elecciones. Se dio lo segundo, en número de votos, pero no lo primero.
Peor aún, la fortaleza de la CUP les permitió pasar de 70 a 74 diputados. PSC, ERC y ‘comuns’ también suman mayoría, y republicanos y comunes podrían gobernar en solitario con el apoyo externo de los socialistas. Pero ambas alternativas son imposibles. ERC ha dejado muy claro que no quiere saber nada del PSC porque son «antagónicos» y eso sería traicionar el ‘procés’. Las negociaciones avanzan hacia un nuevo Govern de las dos fuerzas mayoritarias del independentismo, solo con la duda sobre el papel final de los anticapitalistas.
Que ERC haya quedado por delante de Junts y Pere Aragonès vaya a presidir la Generalitat no sirve de mucho. En este escenario, mejor sería al revés. Una investidura de Laura Borràs hubiera acelerado las contradicciones entre los separatistas por razones judiciales y de estrategia política. ¿Qué ocurriría tras su posible inhabilitación? ¿Activarían la DUI como prometieron hacer con el 50% de los votos? Ese Govern no habría durado mucho. Ahora, los republicanos intentarán poner el freno de mano y ganar tiempo, pero la inestabilidad de la legislatura está garantizada. Junts y CUP exigirán a Aragonès una ruta de colisión con el Estado antes de 2025. Ya hemos visto la poca talla del futuro ‘president’: callado siete días ante los disturbios, pero rápido para acusar a Juan Carlos I de estar detrás del 23-F. Todo los demás son ganas de engañarse.