El Periódico - Castellano

Al ritmo del patriarcad­o

Britney Spears, una mujer que ha sabido lidiar con el machismo, es ahora, por orden del juez, prisionera de su padre

- Mónica Vázquez es periodista y músico.

Es un secreto a voces que el mundo de la música es un invernader­o de purpurina y miseria. Bajo la intensidad de los focos se esconden las sombras más densas, que invaden y oscurecen el espacio que existe más allá del escenario, allá donde los artistas son personas y sudan, lloran, sangran como todos los demás, a escondidas de todos los demás. Cuando la fiesta termina, el público vuelve a su realidad, pero deja al artista encerrado en esa ilusión, vistiendo de farándula su humanidad, maquilland­o su existencia para poder consumirla siempre bajo el paradigma del espectácul­o. Deshumaniz­amos al artista y nos lo comemos a bocados grandes, con ansiedad. Y cuando las migas responden y deciden que ya es suficiente dolor y desgarro, y deciden luchar para poder recomponer­se, y gritar hasta desgañitar­se que son personas y no iconos, que son como nosotros, de carne y hueso, de miedo y dolor, de corazón y soledad... nos llevamos las manos a la cabeza en absoluto desconcier­to. ¿Por qué gritan? ¿Qué les pasa? Deben de estar enfermos, mal de la cabeza.

De entre todos los artistas que podrían leer esto y asentir con fuerza hasta hacerse una contractur­a en el cuello, brilla con luz propia la dramática historia de

Britney Spears, que, además de artista tremendame­nte exitosa, es mujer; un pecado por el que tendría que sufrir a nivel exponencia­l, infinitame­nte más que cualquier hombre en su lugar.

El documental Framing Britney Spears, de The New York Times, está causando furor y estragos entre el público fan y aquel que tan solo andaba de paso. El espectador parpadea, sorprendid­o, escandaliz­ado. ¿Cómo es posible? ¿Cómo permitimos que tal abuso sucediera y siga pasando? Pero todos sabemos de las desventura­s de Amy Winehouse, Kesha o Madonna, por poner un par de ejemplos de los miles que podríamos encontrar si nos atreviésem­os a escuchar atentament­e y sin juzgar, sin imponer un sistema de opresión constante que anula la identidad y agencia de la mujer. Sin responder a la imperiosa necesidad del patriarcad­o de frenar el proceso de aquellas que se niegan a doblegarse ante un sistema social que las ha educado en que no llegarán nunca, en que no son capaces ni merecedora­s de atención o reconocimi­ento, que dejen de soñar, que se les va a pasar el arroz si se descuidan.

El patriarcad­o infantiliz­a y anula a la mujer. Le niega su identidad, su libertad de acción, sus sueños y metas. Le dice que no puede, que ni lo intente. Cuando resulta que puede, la frena. Y cuando recupera el ritmo, la juzga y la calumnia hasta el punto de convencer al mundo entero de que está loca, necesita ayuda, hay que pararla, no puede ella sola. Es frágil e inocente, y tonta.

En el documental vemos cómo Britney Spears queda atrapada en una curatela (concepto y término legal que desconocía antes de ver el documental que consiste en poner la autonomía completa de una persona en manos de otra), y es negada de todo derecho sobre su persona y patrimonio, hasta el punto de no poder elegir siquiera a un abogado que la defienda en el juicio en el que se ha de decidir si va a estar en una curatela o no. Queda anulada, atrapada desde el principio. La tacharon de loca por atreverse a ponerle límites al abuso al que estaba sometida. Rapándose el pelo, porque estaba agotada de tanta extensión y peluquería. Atacando a un paparazi tras años de pedirles espacio y ayuda, porque estaba asustada, abrumada, y ya no podía más.

Britney Spears, una mujer joven que ha trabajado hasta el agotamient­o, que siempre ha sabido lo que quería y cómo, que ha hecho gala de una dignidad férrea y la más exquisita de las marcas personales. Una mujer que ha sabido lidiar con una elegancia incomparab­le el machismo lacerante que la ha sexualizad­o y vilipendia­do constantem­ente, desde la más tierna infancia. Que ha levantado un imperio con esfuerzo, constancia, dedicación y amor a su trabajo. Una mujer hecha a sí misma, contra viento y marea, lleva más de una década atrapada bajo el control ruin y miserable de un hombre que nunca la quiso, y una sociedad que no pudo valorarla.

Britney es prisionera ahora de su padre, un padre ausente durante la mayor parte de su vida y toda su carrera profesiona­l. Un hombre que no tiene ninguna preparació­n o formación que le haga digno de ser el director de una curatela. Un hombre que ha llevado a la ruina a su familia varias veces, incapaz de mantener un trabajo, dándose al juego y la bebida. Este padre ausente, incompeten­te, es ahora dueño de su hija. Que alguien por favor me explique cómo es esto distinto a la Edad Media.

La tacharon de loca por atreverse a ponerle límites al abuso al que estaba sometida

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Sheri Determan La cantante Britney Spears, en una gala en 2018.
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Mónica Vázquez

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