Afortunados
Todos recordamos el 23-F como el triunfo de la democracia frente al fascismo, también como la esperanza de que el siglo XX terminaría consolidando una de las democracias más plenas del mundo.
Estos días estamos viendo que la crisis provocada por el covid-19 no solo ha sido económica, sino también social. Las muertes, la gestión de las vacunas, el cierre de negocios… han generado un caldo de cultivo perfecto para el malestar y, si a eso le añadimos el exilio del rey emérito y, paralelamente, el encarcelamiento de Pablo Hasél, tenemos la receta perfecta para un aumento de la tensión que llevaba tiempo gestándose. Es, pues, esa misma tensión la que ha llevado a los jóvenes a tomar las calles de Barcelona noche tras noche dejando atrás una oleada de vandalismo: comercios saqueados, contenedores en llamas, discusiones con los vecinos. Llevan como proclama la libertad de expresión mientras atacan un medio de comunicación. Azuzan a la gente a construir un mundo de justicia mientras abuchean y acosan a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Defienden la paz mientras saquean comercios.
La peligrosa palabra fascismo está en boca de todo el mundo. El raciocinio por el libre pensamiento ha degenerado en un nihilismo peligroso. Antes de hablar de fascismos debemos recordar el 23-F; también debemos pensar que, de no ser por la democracia, la dictadura hubiera gobernado, dejando a España en la decadencia y sin libertades.
Los jóvenes deben ser conscientes de lo afortunados que son de vivir en una democracia en la que todos podemos ser escuchados, pero siempre desde el respeto y la paz. Aquellos que no fuimos testigos del intento de golpe de estado de Tejero debemos ser portadores de unos valores que se recuperaron en la Transición. Y hoy, más que nunca, debemos recordar esas palabras sentenciosas de Unamuno y defender la democracia mediante la vía pacífica para que jamás se deban volver a repetir: «Venceréis, pero no convenceréis».
nceses: la sede y el pasado. Y no solo eso, que, si estuviera en su mano, también dimitirían más culpables: los medios, la Justicia, el CIS, la oposición... ¿Cree Casado que así dirime sus responsabilidades?, ¿qué gestos tan pueriles –mudanza, mutismo y balones fuera– evitarán que Vox se zampe su trozo del pastel electoral? Si se actúa como Vox, para emularlo se blanquea y alimenta al monstruo, y cuando se abren las urnas el votante escoge el original y no la copia. Y si no se destierran el atávico flirteo con la corrupción y el lenguaje exaltado, ni se repudia y reconoce el error de la foto de Colón, los votos seguirán sin mostrarse.
Igual que no se puede huir de la sombra, no se puede huir del pasado. Una organización debe asumirlo y, si no gusta, reconocerlo y cambiar de costumbres. Lo contrario es dar pábulo al viejo adagio «aunque la mona se vista de seda…».
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