El Periódico - Castellano

Afortunado­s

- Albert Salmerón BARCELONA

Todos recordamos el 23-F como el triunfo de la democracia frente al fascismo, también como la esperanza de que el siglo XX terminaría consolidan­do una de las democracia­s más plenas del mundo.

Estos días estamos viendo que la crisis provocada por el covid-19 no solo ha sido económica, sino también social. Las muertes, la gestión de las vacunas, el cierre de negocios… han generado un caldo de cultivo perfecto para el malestar y, si a eso le añadimos el exilio del rey emérito y, paralelame­nte, el encarcelam­iento de Pablo Hasél, tenemos la receta perfecta para un aumento de la tensión que llevaba tiempo gestándose. Es, pues, esa misma tensión la que ha llevado a los jóvenes a tomar las calles de Barcelona noche tras noche dejando atrás una oleada de vandalismo: comercios saqueados, contenedor­es en llamas, discusione­s con los vecinos. Llevan como proclama la libertad de expresión mientras atacan un medio de comunicaci­ón. Azuzan a la gente a construir un mundo de justicia mientras abuchean y acosan a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Defienden la paz mientras saquean comercios.

La peligrosa palabra fascismo está en boca de todo el mundo. El raciocinio por el libre pensamient­o ha degenerado en un nihilismo peligroso. Antes de hablar de fascismos debemos recordar el 23-F; también debemos pensar que, de no ser por la democracia, la dictadura hubiera gobernado, dejando a España en la decadencia y sin libertades.

Los jóvenes deben ser consciente­s de lo afortunado­s que son de vivir en una democracia en la que todos podemos ser escuchados, pero siempre desde el respeto y la paz. Aquellos que no fuimos testigos del intento de golpe de estado de Tejero debemos ser portadores de unos valores que se recuperaro­n en la Transición. Y hoy, más que nunca, debemos recordar esas palabras sentencios­as de Unamuno y defender la democracia mediante la vía pacífica para que jamás se deban volver a repetir: «Venceréis, pero no convenceré­is».

nceses: la sede y el pasado. Y no solo eso, que, si estuviera en su mano, también dimitirían más culpables: los medios, la Justicia, el CIS, la oposición... ¿Cree Casado que así dirime sus responsabi­lidades?, ¿qué gestos tan pueriles –mudanza, mutismo y balones fuera– evitarán que Vox se zampe su trozo del pastel electoral? Si se actúa como Vox, para emularlo se blanquea y alimenta al monstruo, y cuando se abren las urnas el votante escoge el original y no la copia. Y si no se destierran el atávico flirteo con la corrupción y el lenguaje exaltado, ni se repudia y reconoce el error de la foto de Colón, los votos seguirán sin mostrarse.

Igual que no se puede huir de la sombra, no se puede huir del pasado. Una organizaci­ón debe asumirlo y, si no gusta, reconocerl­o y cambiar de costumbres. Lo contrario es dar pábulo al viejo adagio «aunque la mona se vista de seda…».

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