Y Guillermina Motta subió al escenario
Puedes pensar que estás ante el repertorio de otra era hasta que comienzan a sonar las canciones y te das cuenta de que no pasa el tiempo para el pellizco lírico con doble fondo, el rapapolvo social y el texto con sentimiento y bien dicho. El concierto Una bruixa com nosaltres, con dirección artística de Sílvia Comes, realzó el pasado domingo, en el teatro Joventut, de L’Hospitalet (Barnasants), la obra de una artista, Guillermina Motta, que, si bien es cierto que se retiró hace mucho a sus aposentos, podría estar un poco más presente de lo que está en el imaginario de este país nuestro, tan propenso a las trincheras y a mezclar churros con merinas.
Y bien, Comes se esmeró en dar esplendor a un repertorio rico en acentos y matices, como corresponde a una obra más diversa de lo que puede parecer, sirviéndose de otras tres voces a las que encomendó roles bien definidos. Laura Simó, proyectando la sutileza y la intención justa en La cançó dels vells amants, de Brel, y Anna Roig, caminando por el alambre de la inocencia en No puc dormir soleta, abrazada a un cojín, y provocando un sonoro «molt bé!» de la propia Motta, sentada en la fila siete con su hijo y dos sobrinos-nietos. Mone Teruel,
decantada hacia el temario erótico-festivo en una descocada Fes-me mal, Johnny (Boris Vian), suspirando por «l’amor que fa bum», y en el otro extremo, una Comes con el corazón en la mano en Et volia dir, pieza en su día interpretada por Juliette Gréco que despliega esa clase de desprendimiento afectivo reservado a los hombres: «M’agrada l’amor / com un acord que no té després, ni té demà / sense cap lligam que sigui fort / i estar sola quan es faci clar».
Ligera, o no tanto
Concierto galopante, de inflexiones tan simpáticas como afiladas, y bien vestido por un cuarteto instrumental encabezado por el pianista Pau Baiges. Ahí entraron sin fricciones desde el Vázquez Montalbán de Yo en amores soy muy ligera hasta el tango criminal Amablement, y la caudalosa canción que daba título al espectáculo, de Anne Sylvestre, atalaya de un trayecto final dominado por otras piezas muy serias, como No, tu no tens pas nom o El mestre d’escola.
Comes quiso poner así finalmente el foco sobre la Motta más sentida y reflexiva, y dejó, en cambio, fuera del atril el popular cuplet Remena nena. No así el canto universal Visca l’amor, a partir del texto de Salvat-Papasseit, gesto coral de redención que culminó el concierto, aunque el último acto, imprevisto, estaba por llegar: la homenajeada, subiendo al escenario, algo que no hacía desde aquellas noches en L’Espai, en noviembre del 2002, para dar las gracias a artistas y público. «Yo no sabía que había cantado tantas cosas –bromeó– y lo he disfrutado muchísimo». Ofrenda de flores, ovación con el público en pie, y la estela de una sesión para el recuerdo, que Barnasants grabó para inmortalizarla en un disco.
n