Pros y contras
‘On the road’
En un exceso de confianza en la verosimilitud de lo que describía, hace muchos años escribí un cuento en el que el protagonista recibía envases de leche que el repartidor dejaba a la entrada de su apartamento. Un crítico me dijo que aquello era impensable y que solo pasaba en las películas americanas. Y lo cierto es que en aquella época, había una empresa que repartía leche a domicilio, como en las películas americanas.
Ahora, un hombre ha circulado durante 30 kilómetros en sentido contrario por la autopista y después ha esquivado a la policía por carreteras comarcales y, cuando lo han pillado, en Jafre, han descubierto que le acompañaba un cadáver casi momificado. Era el de su amante, con quien el hombre parece que emprendió un viaje de despedida. ¿Cuándo se murió? ¿Cómo pudo el conductor resistir el hedor del cuerpo en descomposición? ¿Dónde dormía? ¿Dónde comía? ¿Qué tipo de amor apasionado le empujó a circular durante semanas sin rumbo? Es evidente que aquí hay una novela ‘on the road’ intensa y emotiva, quizá gótica, puede que romántica. Me pido los derechos. Y cuando un crítico me hable de verosimilitud, le enseñaré el recorte del diario y el atestado de la policía.
Juego de sillas
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea; Charles Michael, presidente del Consejo Europeo, y Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía. Dos máximos mandatarios de la UE, el presidente del país anfitrión y dos butacas. Ante la mirada atónita de Von der Leyen, toman asiento Michael y Erdogan, mientras ella queda relegada a un sofá lateral. La humillación es evidente. Un desprecio que son muchos. Hacia el cargo que ocupa y hacia su condición de mujer. Es evidente que no estamos ante un error diplomático. En una visita de tal calibre, cada gesto se mide al milímetro.
Sobre el incidente producido la semana pasada, Michael ha afirmado que prefirió no sembrar dudas sobre el trabajo diplomático ni «tener una actitud paternalista hacia Von der Leyen». La respuesta es tan necia como insultante la escena.
La Turquía dictatorial de Erdogan, con su desprecio a los derechos humanos, también a las mujeres, marcó las normas de juego y, por falta de reflejos (o algo peor), los mandatarios europeos acataron. Ni Michael debió aceptar la butaca ni Von der Leyen, su espacio subalterno. Era un juego de sillas sin pizca de inocencia, y la UE perdió.