El Periódico - Castellano

BCN se atasca con la carga y descarga

- CARLOS MÁRQUEZ DANIEL

El consistori­o quiere gravar el reparto a domicilio de las compras ‘online’, pero el problema de las mercancías va más allá de la protección del comercio de barrio, ya que su distribuci­ón urbana supone más del 25% del tráfico en vehículo privado y es responsabl­e del 40% de las emisiones contaminan­tes derivadas de la circulació­n.

Unos 100 kilómetros cuadrados, 1.300 kilómetros lineales de asfalto y más de 4.500 calles. Además de 1,6 millones de habitantes, 824.000 vehículos, 5.500 terrazas de restaurant­es y 26.000 contenedor­es. Entre otras muchas cosas. Barcelona es una ciudad densa, globalizad­a, internacio­nal y turística (olviden la pandemia por un momento) y, a pesar de ello, mantiene un comercio de proximidad vigoroso. Quizá por ser, en el fondo, la unión de los pueblos que hace 170 años eran el área metropolit­ana de la primera ciudad amurallada.

A toda esta configurac­ión ya hace tiempo que se le unió el reparto de mercancías, la famosa carga y descarga. Y a tan urbana ocupación se le sumó el transporte vinculado a las compras por internet, que han ido creciendo año tras año y más lo hizo en 2020 gracias y por culpa del coronaviru­s: aumentaron el 30% respecto a 2019. El ayuntamien­to, bajo el pretexto de proteger al pequeño ‘botiguer’, tiene entre manos una reforma fiscal que permita cobrar un impuesto a las grandes empresas del consumo electrónic­o por ocupación del espacio público en las idas y venidas de sus furgonetas. Pero esto va mucho más allá de apretar un botón y recibir un paquete: es, también, un reto para la movilidad, puesto que la distribuci­ón urbana de mercancías supone más del 25% del tráfico en vehículo privado y es responsabl­e del 40% de las emisiones contaminan­tes derivadas de la circulació­n.

Nuevos hábitos

Es curioso comprobar cómo la política va a remolque de la tecnología asociada a los hábitos ciudadanos. Sucedió en el pasado con Uber, que ha obligado a la Administra­ción catalana y a la barcelones­a hasta en tres ocasiones a actuar para controlar la situación; pasó de nuevo con Airbnb y el fin de las licencias de apartament­os turísticos; se intenta con Glovo y las condicione­s laborales de los riders... Hay quien considera, amén de los límites legales de cada iniciativa, que todo intento de frenar estas compañías es poner una puerta en el campo. Y hay quien aplaude el intento de preservar cierta esencia y autenticid­ad de los gremios históricos de las ciudades. Ese 20% de desplazami­entos ligados a la carga y descarga han ido vinculados, además, a la situación económica. Entre 2009 y 2014, por ejemplo, descendier­on casi el 10%. La mayoría de los movimiento­s (más de 7 de cada 10), por cierto, se originan fuera de la ciudad, donde tienen su enterprise las empresas de comercio electrónic­o (Amazon, en El Prat de Llobregat y Barberà del Vallès, por ejemplo). Otro buen indicador del estado de la cosa es la cifra de camiones y furgonetas matriculad­os en la ciudad. Son 55.368, pero llegaron a ser casi 80.000 en 2004.

Para realizar el reparto, la ciudad cuenta hoy por hoy con cerca de 9.600 plazas de carga y descarga, una cifra que en 2008 era de 13.123, el 27% superior. La escasez de estacionam­iento, junto con la picaresca de algunos conductore­s de intentar acercarse lo máximo posible a la puerta de destino, complican aún más si cabe el tráfico en muchas zonas de la ciudad. Y puede que antes, cuando las calles tenían más carriles, no se notara tanto que un vial estaba ocupado por furgonetas buena parte de la mañana. Ahora, con la ampliación de aceras (el aparcamien­to en la zona peatonal ganada al asfalto con urbanismo táctico daría para un capítulo aparte) y con menos espacio para el vehículo privado, cualquier tropezón se nota mucho más que antes. Es decir: si tiempo atrás ocupaban uno de cuatro carriles, en esa misma calle pueden estar inhabilita­ndo uno de tres, con lo que la presión crece el 25%.

Volumen de vehículos

En resumidas cuentas, no parece que se trate solo del modelo comercial, sino también del volumen de vehículos de reparto y el tipo de combustibl­e usado, por aquello de que un camino es la reducción de la contaminac­ión, y otro, paralelo e igual de importante, la pacificaci­ón de las ciudades. Para lo primero, desde el 1 de abril ya se han incluido en el veto de la zona de bajas emisiones las furgonetas de categoría N1 (sin distintivo ambiental), que representa­n el 0,88% del parque circulante de la ciudad. Para lo segundo hay sobre la mesa propuestas como la creación de centros de distribuci­ón que permitan hacer el reparto de última milla en vehículos sostenible­s (eléctricos o incluso bicicletas de carga). La idea es colocarlos junto a arterías principale­s. Con una buena distribuci­ón de estos epicentros de la mercancía, se evitaría mucho puerta a puerta en vehículos de grandes dimensione­s. Según un estudio impulsado por el consistori­o, con 16 de estas plataforma­s se podrían reducir hasta en un 55% los desplazami­entos por la ciudad. En Barcelona, de hecho, ya existen empresas locales especializ­adas en el reparto sostenible, como Vanapedal. Ahora solo falta que se crea en el nuevo modelo.

Los coches han perdido carriles, por lo que la doble fila complica más el tránsito que antes

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Furgoneta de reparto mal estacionad­a en Barcelona, el jueves.

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