La lección de piano de Evgeny Kissin
Aunque el grueso del programa se centró en obras de Frédéric Chopin, el regreso del pianista ruso Evgeny Kissin contó con auténticas rarezas. Arrancó su brillante actuación en el Palau de la Música –refrendada con cuatro propinas– con la Sonata para piano, Op. 1 (1910) de Alban Berg seguido del estreno local de las Cinco piezas para piano, Op. 2 (1933) del ruso Tijon Jrénnikov, eterno miembro del jurado del Concurso Internacional de Piano Chaikovski.
Si la obra de Berg es de un tardorromanticismo arrebatador –detalle subrayado en la visión de Kissin– teñido de modernas sonoridades, la de Jrénnikov camina de mano de los ritmos populares soviéticos con acentos cosmopolitas. Kissin se movió con soltura con un fraseo contrastado y siempre atento a dar visibilidad a todas las voces.
Siguieron los Tres preludios de George Gershwin, los dos primeros muy populares en las academias de música. Kissin los transformó en obras mayúsculas con ritmos novedosos que mostraban voces desconocidas. Su Andante fue todo un descubrimiento, acentuado románticamente, lejos de la monótona versión que Gershwin dejó grabada. Su Agitato, virtuoso.
La fiesta chopiniana empezó con un inmaculado Nocturno Nº 1 en si mayor, Op. 62, puro sueño de belleza cuyos trinos y demás ornamentos sonaron a gloria en la destreza del intérprete, una filigrana esculpida con sentido y poderío técnico. La misma tónica en los tres Impromptus que le siguieron, de tres opus diferentes, resultando espectacular el Nº 3 en Sol bemol mayor, Op. 51.
La velada culminó con una apasionada versión de la popular Polonesa Nº 6 en La bemol mayor, Op. 53, sin perder nunca el alma rítmica y marcial, pero matizada al extremo, dejando sitio para los saltos mortales y ganándose así una gran ovación de sus incondicionales que llenaban el aforo disponible del Palau de la Música.
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