«El urbanismo táctico no está bien diseñado si tiene tantas barreras»
La arquitecta italiana (Milán, 1963) tiene en una mesa el León de Oro de la Bienal de Venecia recibido en su día por el pabellón deportivo de Huesca que diseñó su marido, el ya fallecido Enric Miralles. Es optimista sobre el final de la pandemia y reniega con rabia de quienes dicen que tiene su lado bueno. «La ciudad sin coches es un poco estúpida», opina. — Barcelona vivió una gran transformación en el último cuarto del siglo XX. ¿Los arquitectos fueron claves?
— Sí.
— ¿Que de todo aquello naciera la ciudad turística era inevitable?
— Es muy complicado decir si era inevitable. Ahora vemos que era una parte importante de la economía de la ciudad, y quizá la gente está menos recelosa con los turistas. Es una demostración del amor a Barcelona que vengan turistas. Es una ciudad con tanta belleza, con una manera de vivir relajada.
— Hace buen tiempo.
— Un clima casi perfecto.
— Espera el regreso del turismo.
— Mejor distribuido. Hay que dar a los turistas el cebo para que vayan a otros lugares. Hacer cosas bonitas. Si diseñas un parque en Diagonal Mar, creas un lugar atractivo. Si quieres levantar un hotel antes de tener el parque, no funcionará. El turista no solo tiene que conocer la Rambla. Hay que darle otras posibilidades. Tienes que inventar. Tienes que inventar continuamente.
— ¿Cuándo llegó a Barcelona?
— En 1988 conocí a Enric Miralles en Nueva York. Me dijo: «¿Has visto Barcelona?». Pregunté si había mar y se rio. Y vine. Yo vengo del norte de Italia, cerca de Milán. Fui a estudiar a Venecia. El clima es incomparable: inviernos duros, niebla, lluvia, frío. Todo eso en Barcelona es muy relativo.
— El año de la pandemia, el más difícil desde la Guerra Civil, se dice.
— No veo la hora de que acabe. Soy optimista y confié en que habría acabado entre abril y mayo de 2020.
— ¿Qué tal el confinamiento?
— Primero, con mucha reclusión, como todo el mundo. Después me acostumbré a la situación. De hecho, creo que pasé el covid.
— ¿Hay que aprovechar lo que ha pasado para que la sociedad mejore, para reorientar la ciudad?
— Me parece horripilante esa actitud. Decir: «¡Qué maravilla! Ha venido la guerra. Aprovechemos para hacer cambios». Haz los cambios cuando quieras, no digas que la guerra es buena. La guerra es una mierda. Justificar lo que pasa como algo positivo me pone de los nervios, no lo puedo soportar.
— ¿Todo seguirá igual que antes?
— No sé si tendremos la misma vida. Igual es peor. Como mínimo hay que mantener criterios, como el de que el espacio público es importantísimo y que los ciudadanos debemos luchar por él. «Yo ya me retiro a mi casa». Pues eres tonto. La calle es tuya, los parques son tuyos. Lucha por ellos. Hace dos meses que voy a la Ciutadella. ¿Cuántas puertas están abiertas desde hace dos meses? Una. ¿Por qué? No lo sé. Llamamos para preguntar y no obtuvimos una respuesta. Y hay bloques de cemento que cierran todas las puertas del parque.
— ¿Hemos dejado de ser exigentes con la Administración?
— Es muy peligroso. La gente debe tenerlo claro: la ciudad nos pertenece. Tenemos que cuidarla.
— En el espacio público de la ciudad han pasado bastantes cosas en estos tiempos. ¿Qué le parece el urbanismo táctico de Ada Colau?
— A ver, la alcaldesa Colau vendrá ahora a abrir nuestras exposiciones. Nos ha ayudado para que las pudiéramos hacer, como la Generalitat. Son cuatro con un solo título: Miralles. Como si fuera Gaudí [ríe]. Una en el Saló del Tinell, una en el Centre d’Art Santa Mònica, una en nuestra fundación y, dentro de un mes, otra en el Disseny Hub.
— [Hecho el reconocimiento, concreta el diagnóstico].
— Sobre el urbanismo, Barcelona es una ciudad que ha luchado para no tener barreras. Si había que separar algo, se lograba sin que se viera. No podemos meter barreras de cemento en la calle. Barreras, barreras, barreras. Es lo contrario de lo que se ha estudiado hasta ahora, limitarlas al máximo.
— En muchas calles es así.
— Se eliminaba la idea de colocar una barrera, porque estaba tan bien diseñado que no se necesitaba. Si se ponen tantas como ahora, es que no está bien diseñado. No está diseñado. Es un error. Hay una buena intención. A todos nos gustaría una ciudad con más verde, más sostenible, moverte mejor en bicicleta. Pero no puedes tener lugares que crees que son para el peatón, pones un pie y aparece un patinete. Es una ciudad con un peligro increíble pese a haber plantado barreras en todas partes. Hay que hacer trabajar a diseñadores, urbanistas, personas que piensan los detalles. Y no solo decir que los coches son malos porque respiramos dióxidos. También usamos el coche, y un equilibrio es importante. Ahora las cosas se aplican sin diseño ni equilibrio.
— Joan Clos nos dijo que el urbanismo no puede ser táctico, que es estratégico.
— Viví las épocas de Pasqual Maragall, Joan Clos, Jordi Hereu. Políticos que sabían más de urbanismo que yo. Miraban un plano y lo entendían. Te decían dónde estaban los problemas de las cosas. Quizá ahora falta aquí algo de finura al aplicar las cosas. Y algo de respeto: quizá reducir el número de coches, sí, pero putearlos, no.
— ¿Cree en el tranvía?
— El tranvía me aburre, no sé si por simpatía con Antoni Gaudí [un tranvía atropelló al arquitecto]. El tranvía es otra barrera. Siempre están los raíles. Interfiere demasiado. Me gustan las cosas más ligeras. El metro es maravilloso.
— ¿La ciudad sin coches es una idea inviable?
— Más que nada, no me gusta. A mí me gusta la complejidad, y el coche funciona perfectamente para ciertas situaciones. La ciudad sin coches me parece un poco estúpida.
— ¿El plan para extender las supermanzanas le interesa?
— Son ideas buenas, bonitas, pero hay que ser crítico. Maragall aprendió de los arquitectos y les encargó trabajo. Sigamos involucrando a los arquitectos, a los urbanistas, a los diseñadores.