Campo de batalla
nNo cabe duda de que Madrid será el campo de batalla de la gran cruzada dialéctica que se cierne sobre España: las fuerzas de la derecha se movilizan en bloque frente a un enemigo –que en su relato ha intentado causar la caída del «gobierno de la libertad»– y los grupos de izquierdas hacen lo propio asegurando que ellos serán los portadores de estabilidad y cordura frente a una presidenta que se ha dedicado a dejar que el virus campe a sus anchas por todo Madrid. Los ciudadanos se preparan para ser otra vez testigos de un debate que, tal y como ilustraba Goya, se hará de la forma más hispana posible: a garrotazo limpio.
Ya tenemos el escenario preparado, cada cual está en su lado de la mesa y las bazas han comenzado a diluviar, empañando el panorama político de una nación que ahora, más que nunca, hubiera necesitado unidad y no dividirse. La situación es triste, con cada cual viéndose como el justo en una cruzada contra la ignominia que el otro lado simboliza. Proclaman eslóganes vacíos que, sin embargo, logran hacer a uno pensar en ellos unos minutos que mejor podría haber dedicado a cualquier otra cosa, como leer un libro en condiciones y dejarse de paparruchas pseudoépicas creadas en los despachos de un par de publicistas frustrados.
La típica cantinela logra así continuar en el debate, y a pesar de que es innegable que los resultados de estas elecciones serán de vital importancia, uno solo tiene una pregunta para nuestra actual clase política, esa que a veces parece olvidarse de qué es lo que se espera de ellos tras las promesas de campaña: ¿Por qué demonios no se callan y hacen algo competente ahora que les necesitamos?
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