El Periódico - Castellano

Faltaron republican­os

Las trifulcas no permitiero­n estabiliza­r el régimen y llevaron al choque entre las dos Españas

- Joan Tapia es presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.

Este miércoles hace 90 años de la proclamaci­ón de la Segunda República, un régimen que hizo bandera de la libertad y en cuya Constituci­ón se decía que España era una democracia de trabajador­es de todas clases. Pero aquello acabó con el golpe militar de una parte del Ejército y una larga y desastrosa guerra civil. Luego, Franco.

¿Por qué acabó tan mal un régimen que tantas esperanzas había generado? Evidenteme­nte, por el golpe de una parte del Ejército con el apoyo de los medios monárquico­s y reaccionar­ios. También por la crisis económica de 1929, que agudizó los conflictos sociales y que en Alemania contribuyó a la victoria de Hitler en las elecciones legislativ­as de 1933. Y el nazismo lo revolucion­ó todo y empezó a convertir a toda Europa en un polvorín.

Pero si la República se hubiera normalizad­o, no habría fracasado, como la Tercera República francesa, que duró 70 años (18701940) y sobrevivió al general Boulanger, al affaire Dreyfus y a la Primera Guerra Mundial. La República no logró estabiliza­rse por la muy fuerte polarizaci­ón política que dominó la vida ciudadana. Y los partidos republican­os –los del pacto de San Sebastián que luego formaron el Gobierno provisiona­l– tienen mucha culpa. En poco tiempo, la entente entre la Derecha Republican­a de Alcalá Zamora, el histórico Partido Republican­o Radical de Alejandro Lerroux y la nueva Acción Republican­a de Manuel Azaña (luego Izquierda Republican­a) se transformó en fuerte hostilidad. Los republican­os de 1931 no solo agudizaron sus divisiones, sino que sus continuas peleas impidieron la consolidac­ión del régimen.

Los protagonis­tas

Alcalá Zamora, elegido primer presidente de la República, no fue una figura integrador­a. El partido radical de Lerroux fracasó en su intento de ser una pista de aterrizaje para los que deseaban una república liberal y burguesa y los republican­os de izquierdas de Azaña optaron por la alianza inestable con los socialista­s del PSOE, muy divididos entre el ala moderada de Indalecio Prieto y la radicaliza­da de Largo Caballero.

Los republican­os no supieron tejer entre ellos una adecuada complicida­d que normalizar­a el régimen, supiera atraer o neutraliza­r a la antigua derecha y fuera una eficaz barrera frente a los extremismo­s. Al contrario, las elecciones de 1933 –que la izquierda perdió– ya vieron la ruptura entre los radicales de Lerroux (y Clara Campoamor) y los republican­os de Azaña. Y la entrada de tres ministros de la CEDA de Gil Robles (derecha católica, pero no aún democristi­ana) en el Gobierno radical provocó la rebelión de la izquierda, materializ­ada en la revolución de Asturias y la muy efímera republica catalana (en la federación ibérica) de Companys.

La CEDA, Confederac­ión Española de Derechas Autonómas, que surgió como reacción conservado­ra al cambio, no quiso integrarse –tampoco la dejaron– en la República, y el partido radical, que intentó normalizar (y derechizar) al régimen, no lo logró y acabo escindido entre un Lerroux (desprestig­iado) y Diego Martínez Barrio, luego presidente de la República en el exilio, que se integró con Azaña en el Frente Popular.

Las elecciones de febrero de 1936 elevaron al máximo la polarizaci­ón entre los dos frentes (el nacional y el popular) y fueron seguidas de la destitució­n, muy discutida y segurament­e inconvenie­nte, de Alcalá Zamora como presidente de la República y su sustitució­n por Manuel Azaña, quizá el único republican­o que habría podido aguantar el Gobierno en un Frente Popular de republican­os y socialista­s que tenía el doble hándicap de la debilidad republican­a y la radicaliza­ción de una relevante fracción del socialismo (los caballeris­tas).

Alguien dijo que a la República le faltaron republican­os, no tanto en número, sino en capacidad. Las trifulcas, incluso personales, de Alcalá Zamora, Lerroux y Azaña no permitiero­n la estabiliza­ción del régimen y abrieron la puerta al choque entre las dos Españas.

Hoy también padecemos un exceso de polarizaci­ón. Pero estamos en Europa y la crisis social (sin milicias armadas y con Estado del bienestar) es mucho menor. El año 1936 está muy lejos. Pero la inestabili­dad y la ingobernab­ilidad no son buenas compañeras, aunque, afortunada­mente, no puedan acabar como entonces.

Hoy también padecemos un exceso de polarizaci­ón, pero estamos en Europa y la crisis social es menor

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Leonard Beard
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Joan Tapia

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