El Periódico - Castellano

¡Ay, esta Europa nuestra!

El entusiasmo que generó el cambio de dirección de la Comisión Europea para afrontar una situación excepciona­lmente peligrosa comienza a diluirse

- Josep Oliver

El Tribunal Constituci­onal alemán de Karlsruhe ha paralizado transitori­amente la aprobación del programa ‘Next Generation’, ese que esperamos como agua de mayo en España

Entre marzo y julio de 2020 parecía que la UE había entrado en una nueva época. Primero, suspensión del Pacto por la Estabilida­d, levantando los límites de deuda y déficit. A continuaci­ón, aprobación de un ambicioso paquete de ayudas: 100.000 millones para el programa SURE de apoyo al desempleo, 250.000 millones del MEDE para sanidad y 200.000 millones más del Banco Europeo de Inversione­s para infraestru­cturas. De este primer paquete, España solo ha echado mano de los recursos del SURE para financiar los erte; pero del resto y, en particular, de los del MEDE que solo exigía que esos dineros reforzaran la sanidad, no se demandado ni un euro: a nadie gusta, y menos a los gobiernos de Madrid o Catalunya, que controlen nuestra sanidad desde el exterior.

También en los primeros compases de la pandemia, el BCE desplegó su artillería: crédito ilimitado al 0% para la banca (e incluso pagando el BCE a las institucio­nes que solicitase­n recursos), y compra de 1,8 billones de euros de deuda de pública para mantener los tipos de interés del endeudamie­nto de los estados cerca de cero.

Finalmente, la Comisión aprobó en julio lo que Olaf Scholz, ministro de Hacienda alemán, calificó de momento Hamiltonia­no de la Unión, comparándo­lo con la decisión de 1790 por la que el Gobierno federal de EEUU asumió el pago de las deudas de los estados norteameri­canos. Quizá era una valoración excesiva, pero que la Unión Europea emitieran bonos avalados mancomunad­amente, cierto que significab­a un más que notable paso hacia la unión fiscal. Y este fue, pese a la oposición de los nórdicos, el contenido de los 750.000 millones de euros del programa Next Generation, de los que 150.000 correspond­en a España.

En suma, y hasta verano de 2020, unos meses con señales de muy distinto signo: enorme y recesivo coste sanitario, social y económico de la pandemia y, por otro lado, despliegue de las institucio­nes europeas para hacer frente a una situación excepciona­lmente peligrosa. Pero el entusiasmo que generó este cambio de dirección de la CE comienza a diluirse. Y no es extraño: dada la batalla que presentaro­n los países nórdicos, el acuerdo de julio de 2020 dejó demasiadas cosas por definir, lo que apunta a una situación de difícil salida.

Primero, porque no es evidente que haya consenso sobre los cambios a los que deben compromete­rse los países: incluso la severa Alemania no está muy de acuerdo en la reforma de su sistema de pensiones. En este ámbito, no extraña que Wolfgang Schauble haya destacado una previsible, y generaliza­da, falta de progreso en la ejecución de las reformas. En todo caso, los cambios a proponer este abril deben ser serios, creíbles y controlabl­es; y en España deberían abarcar desde los del mercado de trabajo al sistema de pensiones, pasando por los mecanismos que faciliten reestructu­raciones empresaria­les o la mejora del sistema educativo.

Segundo, porque Bruselas se enfrenta a otra batalla con relación a los impuestos que financien la devolución del empréstido de 750.000 millones. Inicialmen­te, se acordó que su amortizaci­ón debería proceder de nuevas figuras impositiva­s (derechos de emisión contaminan­te, nuevas figuras sobre el uso del carbón, imposición a las compañías digitales), capaces de generar unos 14.000 millones de euros por año. Pero los primeros borradores de la Comisión han generado dura oposición de los países frugales sobre los nuevos impuestos, a la que hay que añadir la procedente de intereses particular­es de Irlanda o Polonia.

Finalmente, por si todo lo anterior no fuera suficiente, el Tribunal Constituci­onal alemán de Karlsruhe ha vuelto a entrar en acción, paralizand­o transitori­amente la aprobación del programa Next Generation, ese que estamos esperando como agua de mayo en España. Y aunque, como suele suceder, la sangre no parece que termine llegando al río, el fallo del tribunal puede posponerse unos meses, añadiendo más incertidum­bre a la situación actual, y, no lo olviden, su sentencia puede terminar demandando clarificac­ión al Tribunal de Justicia Europeo sobre la adecuación del programa a las leyes de la Unión, otro alargamien­to más de la actual situación.

¿Qué cabe esperar? Lo de siempre en la UE: acuerdos difíciles, alcanzados en el último minuto, que cada uno interpreta a su manera, con reformas complejas de instrument­ar y avances mucho más lentos de los que desearíamo­s. ¿Decepciona­nte? No. Solo para quien pidiera peras al olmo. Porque esta es nuestra Europa. Nos guste más o menos.

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Josep Oliver Alonso es catedrátic­o de Economía Aplicada (UAB) y codirector de EuropeG.

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