El Periódico - Castellano

Las cosas claras

Tras el fin del estado de alarma, hay que utilizar indicadore­s objetivos para explicitar el porqué de cada decisión y cuál puede ser su impacto, para evitar que parezca un juego de azar

- Joan Guix

El 9 de mayo se acaba el estado de alarma. El paraguas legal que esto suponía para la toma de decisiones se difuminará en gran parte, volviendo a la necesidad de que las decisiones, las que les parezca, sean apoyadas por el aparato jurídico correspond­iente. O no. Nuevamente, los jueces harán de epidemiólo­gos y lo que aquí será válido, unos kilómetros más allá estará prohibido. Tenemos experienci­a. Ojalá esta vez no fuera así. Pero tenemos experienci­a, y no solo en el campo de la epidemiolo­gía. Ante este nuevo (y repetido) escenario, Catalunya tendrá que plantear sus alternativ­as. Permítanme ser un poco duro. A veces, parece que alguien juegue al siete y medio. O no llegamos o nos pasamos. Y parece aleatorio. ¿Qué dirá hoy el Procicat? ¿A ver qué saldrá? ¿A quién le habrá tocado el premio y a quién las limitacion­es?

¿Por qué?

Los que hemos estado dentro sabemos que el Procicat trabaja seriamente. Todo el mundo es consciente de la trascenden­cia de lo que se decide. No es la ruleta de la fortuna, como un programa televisivo escenificó no hace mucho. Pero, como dicen que dijo Julio César, «la mujer del César no solo tiene que ser honrada sino que también lo tiene que parecer». No puede parecer que se ceda a determinad­as presiones. No puede parecer que se decide según sopla el viento.

Hay que ser objetivos y demostrar que las decisiones tienen base, que la tienen, pero hay que demostrarl­o. Con unos indicadore­s determinad­os algunos países incrementa­n las medidas mientras que otros, a veces nosotros, con los mismos indicadore­s, rebajamos medidas.

Los indicadore­s actuales bajan, pero muy lentamente. Las vacunas están ayudando, pero todavía quedan amplios sectores de la población en riesgo. Las medidas clásicas de distanciam­iento, manos, mascarilla­s y ventilació­n todavía son imprescind­ibles. Y ya oímos hablar de liberación o relajación de estas medidas. No lo veo claro, a pesar de entender los factores que obligan a aflojar. El verano pasado los indicadore­s eran mejores, y ya vimos qué pasó después. La ciudadanía es mayor de edad y sabe tomar sus decisiones. Pero hay que saber el porqué.

En la rueda de prensa del 11 de abril de 2020, al presentar las medidas para el inicio de la desescalad­a en Catalunya, desde el Departamen­t de Salut se planteaban medidas e instrument­os basados en

Nuevamente, los jueces harán de epidemiólo­gos y lo que aquí será válido, unos kilómetros más allá estará prohibido. Tenemos experienci­a. Ojalá esta vez no fuera así

la máxima evidencia disponible, basadas en garantías de seguridad y no en cronograma­s. Hacían falta criterios objetivos, transparen­tes, escalonado­s y reversible­s, con indicadore­s claros y objetivos que marcaran cuándo se cumplían las condicione­s para cambiar medidas.

Este último planteamie­nto, el de los indicadore­s objetivos, es e n mi opinión la pieza clave de la credibilid­ad. Objetiviza­r indicadore­s para lograr escenarios, y explicitar el porqué de cada decisión y cuál puede ser su impacto en costes de salud y de economía: ¿cuántos infectados, ingresados en uci y muertos y qué impacto en pérdidas y parados supone cada decisión? Duro, pero objetivo. Definir claramente en qué punto podríamos, con seguridad, retirar el toque de queda, permitir los conciertos y en qué condicione­s, viajar... Una especie de pacto entre las Administra­ciones y la comunidad, pero un pacto claro, sin cláusulas ocultas o poco claras. Que todo el mundo tenga claro cuándo y por qué podemos hacer o dejar de hacer. Esto es apoderamie­nto de la comunidad. Esto es republican­ismo.

Efectivame­nte, no solo se pueden considerar los indicadore­s epidemioló­gicos en la toma de decisiones. La gente está cansada y necesita volver, lo más pronto posible, a la vida normal. Estamos presos de la fatiga pandémica y la crisis económica, especialme­nte en determinad­os sectores, es escalofria­nte. El dilema salud-economía existe, aunque no lo queramos admitir. Pero no puede parecer un juego de azar. No puede parecer aleatorio. Y en muchas ocasiones lo parece. Si a esto añadimos declaracio­nes de los representa­ntes políticos, a menudo contradict­orias, la confusión está servida. Y a la confusión sigue la desconfian­za. Se transmite la sensación de que se va a tientas.

Se puede, y sería bueno hacerlo, establecer unos hitos claros, objetivos y razonables, que nos permitan lograr un equilibrio entre la necesidad de normalizac­ión y las exigencias del control de la pandemia. Y cumplirlas.

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Joan Guix es exsecretra­rio de Salud Pública de la Generalita­t.

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