El Periódico - Castellano

«Al morir mi hija, yo morí con ella»

- M. Mercè Alvarós

Tengo 83 años. El 30 de agosto del año pasado, a las siete y media de la tarde, me dejó mi querida hija Núria, víctima de un cáncer cruel y doloroso. Por culpa del covid y de mi edad avanzada, ni siquiera pude despedirme. Solo sé que, en el momento en que murió, yo también morí con ella y, desde entonces, estoy muerta en vida.

El mundo se me hundió y la rabia contenida y la pena se apoderaron de mí, al ver que nada se paraba y que todo seguía igual para el resto de las personas ajenas a mí. ¿Cómo podían reír y hablar, como si nada hubiera pasado, si Núria ya no estaba?

Ya no tengo corazón. Me lo arrancaron el mismo día en que ella dejó de existir; por eso, no escuchen a aquellos que les dicen –con la mejor de las intencione­s– frases tan recurrente­s como «el tiempo todo lo cura» y «tienes otro hijo y unas nietas maravillos­as que te quieren con locura», porque, aunque cada uno de ellos ocupa un lugar muy especial dentro de mi corazón, nadie puede llenar el vacío que mi hija me ha dejado. Desengañém­onos, en mi caso, a medida que pasa el tiempo, la herida es más profunda y la ausencia más insoportab­le.

Ahora sé que no la volveré a ver nunca más. Es entonces, cuando me asalta la desesperac­ión y solo encuentro consuelo en las lágrimas derramadas, día y noche, por su imborrable recuerdo. Deseo y espero la muerte como no había deseado nada con tantas ganas. Le pido a mi hija que algún día no me despierte, si es que finalmente consigo poder dormir por la noche. Sé que entonces podré descansar en paz.

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