Huracán Ayuso
El PP se come a Ciudadanos y dinamita a la izquierda
En enero de 2019, la afiliada al Partido Popular Isabel Natividad Díaz Ayuso no se lo podía creer cuando le pidió Pablo Casado que asumiera, como un favor, por amistad con él, por los buenos tiempos en Nuevas Generaciones, la entonces misión suicida de medirse contra el exministro socialista Ángel Gabilondo. Durante varios días, en una convención del partido, no se cuidó de ocultar la emoción que le producía el encargo.
La activista con 14 años de militancia, jardinera de las redes sociales de Esperanza Aguirre, la joven que sacaba al perro Pecas de la presidenta a pasear por Twitter, enviada de púgil a tertulias de segunda, ascendía a la condición de candidata en el gran feudo del PP. Y precisamente cuando no faltaban dirigentes populares convencidos de que esa vez perdían Madrid; varios de ellos le habían dicho al presidente un «no» a lo que Ayuso dijo «sí».
La misión no fue suicida. En 2019 Gabilondo venció en número de votos, pero fue ella quien obtuvo el favor de Ciudadanos y formó gobierno. Y en un buque, el PP de Madrid, desarbolado tras el encarcelamiento de varias «ranas» de Esperanza Aguirre –el consejero Francisco Granados y el expresidente Ignacio González entre ellos–, y el escandaloso derrumbe de la presidenta Cristina Cifuentes.
Con ambas ha tratado de marcar distancia, pese a que a su sombra aprendió el oficio de mandar. Ahora que ha revalidado la victoria, esta castiza de Chamberí, periodista especialista en comunicación política, de 42 años, quien fue una operaria desconocida en el PP nacional, ha acreditado con contundencia su capacidad de reinventarse pese a resbalones de novata que en su escudería encendieron las luces de alarma.
Tales fueron un polémico posado como cariátide llorosa en un diario en plena fase dura de la pandemia, su traducción de las siglas covid-19 como «coronavirus diciembre 2019», su defensa de la pizza y la hamburguesa como menú más adecuado para niños pobres, una salida trumpista en un mitin en Las Rozas –«Un día os iréis de vacaciones y cuando volváis, Podemos habrá dado la casa a sus amigos okupas»– o, en fin, su estallido contra la televisión pública madrileña al preguntarle una periodista de la emisora cómo es que el Hospital Isabel Zendal, una de las escasas realizaciones de su gobierno en dos años, se inauguraba sin médicos asignados. Su actual equipo de asesores, encabezado por el exescudero de Aznar Miguel Ángel Rodríguez, es clave en su triunfo al polarizar al electorado entre libertad y otras cosas, apartando para el olvido en la campaña asuntos como la terrible matanza del coronavirus en los geriátricos madrileños.
Y para el equipo Rodríguez ha sido clave del éxito a su vez no ahogar del todo la desinhibida espontaneidad de la nueva lideresa, parte de su habilidad para conectar, por ejemplo, con el sector de la hostelería, el mundo de los toros o las tribulaciones de las exparejas.
Lo celebra el PP, aplazando ahora las dudas, no pocas en no pocos dirigentes, sobre si la nueva auctoritas de Ayuso se hará incómoda a los jefes, habida cuenta de cómo ha cobrado relieve –no Núñez Feijoo, ni Mañueco, ni Juanma Moreno, ni Casado sino ella– como ariete contra Pedro Sánchez, o de cómo enseñó los dientes a Génova cuando Casado trató de imponerle a Toni Cantó, prefiriendo ella poner alto en la lista a su equipo de consejeros, su guardia pretoriana, aunada, como Ayuso suele recordar, en una pandemia y bajo la nieve de Filomena.
El PP celebra su triunfo aplazando las dudas sobre si el nuevo relieve de la madrileña se hará incómodo a la cúpula