Otro espejismo de Oslo
Es pura condición humana, y más en estos tiempos líquidos, personalizar en personas asuntos muy complejos. Siempre ha sucedido con los grandes dirigentes, a los que se les atribuye casi en persona los aciertos y los errores, lo excelso y lo miserable, las maravillas y el horror. Así, Roosevelt y Churchill ganaron la Segunda Guerra Mundial y Juan Carlos I y Adolfo Suárez fueron los artífices de la Transición. La reducción de coyunturas económicas, sociales, políticas, ideológicas y bélicas a una persona ayuda a entender pero, al mismo tiempo, implica un riesgo: que cunda la impresión de que la salida de un dirigente implica la desaparición no solo de lo que hizo, sino de por qué lo hizo. Donald Trump, sin ir más lejos.
Si finalmente Binyamin Netanyahu abandona el poder muchos de los análisis hablarán de que se abre una oportunidad a un giro diplomático en la zona. A juicio de cierta mirada hacia Israel, Netanyahu, el halcón por antonomasia, representa una de las piezas extremas del tablero. Su marcha, y más si lo releva un «centrista moderado» como Yair Lapid, es una oportunidad para la paz.
Es una impresión errónea por muchos motivos. Por ejemplo, que la lógica de Israel y del conflicto con los palestinos no se mueve en términos de halcones y palomas o de izquierda y derecha. O que Lapid, el nuevo aspirante a paloma, también pica. O que este Gobierno de coalición es inestable y variopinto incluso para los estándares de la política israelí. Además, la historia muestra el error de personificar lo mucho que va mal en Israel y los territorios en Bibi. Uno de los grandes espejismos de Oslo fue la esperanza de que su marcha en 1999, tras tres años de primer ministro hardline, suponía salvar un obstáculo para la paz. Después de él vinieron Camp David, Sharon y la Segunda Intifada. Netanyahu no acabó con Oslo, de la misma forma que ahora tampoco es el responsable único de las políticas de Israel. Si finalmente se va, no es de prever más que la continuación de lo que sucede desde hace tiempo: la profundización de la ocupación y el enquistamiento sin remedio de la situación. Otra cosa sería pensamiento mágico.