En Sant Andreu nos la han ‘colado’
se les colocan activos complejos y de mucho riesgo que no son aptos para su edad, por ejemplo las participaciones preferentes que les vendieron todas las cajas en la crisis de 2008 como plazos fijos.
El maltrato filioparental queda impune en la mayoría de los casos, porque los padres no se atreven a denunciar a sus hijos. Son también el blanco fácil de ladrones que les roban en la calle y les asaltan en cajeros automáticos. Varias ancianas han sufrido violaciones en sus casas por desaprensivos que se han hecho pasar por falsos vendedores de servicios. Asimismo sufren abuso económico de sus familias y en sus residencias.
Lo más preocupante son los suicidios que se producen en sus domicilios por causa de la soledad y la tristeza. El Gobierno debe crear criterios más igualitarios y abiertos hacia las personas mayores. La mirada de los ayuntamientos y administraciones debe ser distinta: deben dejar de verlos como una carga social, y que no vuelva a repetirse lo que permitieron en las residencias en la pandemia. Es la generación que aportó todo lo que tenemos hoy, no lo olvidemos.
nRegalo envenenado en forma de ingente colección de bolsas de basura y otros engendros desechables que esperan pacientes y sumisos en el portal de cada casa su feliz y aliviador momento de la recogida. Y, a falta de espacio en el portal, buenas también son las sufridoras y atormentadas aceras. Primero las taladraron con los exquisitos postes amarillos para robarles espacio en pro de la restauración –que parece, afortunadamente, empezar a despertar– para ahora vestirlos de asquerosa suciedad y adornarlos con todo tipo de desperdicios malolientes amontonados sin orden ni concierto en las calles a modo de trinchera absurda, calamitosa y apestosa (suerte tienen de poder pasar algo desapercibidos a larga distancia gracias a la frondosa y abandonada vegetación que crece a sus anchas cubriendo el manto de un mutante amazónico denominado «nuevo espacio urbano barcelonés»).
Esa puede ser una descripción formal y bienaventurada del atronador paisaje apreciable en las calles del barrio de Sant Andreu de la ciudad de Barcelona. Porque, más allá de verlo, padecerlo –la patrulla de las moscas supervisando y deambulando por la zona ya ha llegado–, apreciarlo, esquivarlo –en una improvisada yincana diaria de saltos acrobáticos e intencionados desvíos– y olerlo, también se empieza a oír –y por cierto, cada vez más alto– la encendida voz de la indignación por parte de todo el vecindario.
Sí, señora alcaldesa, el respetable público de su nueva decisión urbanística en materia de desechos se plantea y recela acerca de los motivos que la han desencadenado: ¿concienciación ecológica e impulso reciclador supersónico o nueva muestra de reducción presupuestaria en materia de limpieza y orden público? ¿Nos la ha colao de nuevo? Que no es la primera vez, y ya empieza a oler. Y en esta ocasión, mucho, y por descontado, muy mal.
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