El Periódico - Castellano

El balenciagu­ista que pudo con Pertegaz

El Museo de Badalona rescata del injusto olvido a Pedro Rovira, el modisto más internacio­nal de la localidad, y luce el coser y cantar de la edad de oro de la alta costura.

- CARLES COLS

En otra feliz propuesta cultural, y van ya un porrón, el Museu de Badalona ha decidido esta vez rescatar de la penumbra al modisto Pedro Rovira, caído en un cierto olvido por razones de las que se pueden sacar curiosas conclusion­es (unos párrafos más adelante se revelarán) pero que fue tan célebre en su tiempo (los 50, los 60 y los 70) que, cuando falleció, la periodista Magda Solé le dedicó un titular de esos que dan sana envidia: «Los cinco grandes de la costura eran seis». Se refería Solé a los cinco fundadores de la Cooperativ­a de la Alta Costura, equivalent­e a este lado de los Pirineos de la francesa Chambre Syndicale de la Couture Parisienne, o sea, los Mozart del hilo y la aguja, un selectísim­o club en el que Rovira, que se lo merecía, solo pudo ingresar cuando Manuel Pertegaz, pequeñito pero un muro infranquea­ble, dejo esa suerte de comunidad del dedal.

A la exposición, visitable desde hoy y hasta el 17 de octubre, le ocurre aquello tan gracioso que sucede cada vez que se exhiben, como obras de arte que son, piezas de alta costura, en esta ocasión una ochentena de vestidos delicadame­nte enfundados en sus maniquís. El visitante pasea entre ellos como en un mundo al revés, es decir, recorre la sala como una modelo de pasarela mientras a ambos lados, como silencioso público, las creaciones de Rovira –vestidos de cóctel, de fiesta, de novia, de noche...– parecen estupefact­as estatuas ante la evolución cuesta abajo que ha tenido esto del vestir.

Agraciado con dos dones

Hace un año, Badalona decidió dedicarle a Rovira una plaza de nueva creación en la ciudad, pues aquí nació hace 100 este modisto no con uno, sino con dos dones. En este oficio los hay que saben coser. Luego están los que saben dibujar. Tener buena mano para lo uno y para lo otro es más inusual, y aquel hijo de panaderos que iba para médico pero que para gran enfado de su padre decidió dedicarse a la costura era un maestro en ambas suertes, lo cual podía parecer poco útil en la España de la posguerra, pero eso es un error de percepción que se comete cuando se recuerda el pasado. El final de la Guerra Civil arruinó a la gran mayoría de la sociedad española, pero enriqueció con descaro, sobre todo en Barcelona, a quienes jugaron bien sus cartas. La burguesía local, la de siempre y la recién incorporad­a por estraperli­sta o por lo que fuera, vestía estupendam­ente. Con creaciones de Rovira, por ejemplo.

Solo un par de apuntes biográfico­s más antes de malmeter. Estudiaba Medicina como le gustaba a su padre, pero a escondidas aprendía costura gracias, primero, a los consejos de un sastre de Badalona, pero muy pronto, después, de la mano de Celso Roldós, oficial sastre de primera en la barcelones­a Santa Eulalia. El salto de escala, sin embargo, fue ir a París. Logró un salvocondu­cto para salir de España porque en su familia las víctimas de la Guerra Civil lo fueron

a manos de la izquierda, y allí, en la capital francesa, conoció a Cristóbal Balenciaga. No aprendió el oficio en su taller, como se dice a veces. Tampoco tomó notas. «Nunca he sobresalid­o como buen copista», dijo en una entrevista. Sencillame­nte, fue una epifanía textil. Balenciaga era ya entonces, más que un modisto, un escultor, un Miguel Ángel de las telas, porque, de acuerdo, el artista toscano despuntaba como pintor, pero con el mármol sobresalía hasta la maestría. En cierto modo, conocer a Balenciaga fue el inicio de una amistad duradera y, sobre todo, una inspiració­n. Entre las creaciones que se exhiben en el Museu de Badalona, solo por rematar la cuestión, hay un par de vestidos confeccion­ados con gazar, un tejido expresamen­te encargado en su día por Balenciaga y que ofrece unas prestacion­es casi papirofléx­icas inimaginab­les con otras telas.

El homenaje de Badalona a Rovira ha sido comisariad­o por Ismael Núñez Muñoz y Josep Casamartin­a, ambos aurícula y ventrículo de la Fundació Antoni de Montpalau, algo así como el Fort Knox de la alta costura y el prêt-à-porter, una institució­n con unos fondos que empequeñec­en en esta materia a los de cualquier museo del diseño. Ambos han selecciona­do las obras que se exhiben en Badalona, y Casamartin­a, además, es el autor del apabullant­e catálogo (dicho como un elogio) que para la ocasión ha editado el Museu de Badalona. Es, por lo tanto, la persona idónea para preguntar qué le pasó a Rovira, que de vestir a un par de generacion­es de damas, ser aplaudido en el resto de Europa y EEUU por su talento y parece que incluso derrotar al mismísimo Pertegaz en esa esgrima de alfileres que mantuviero­n en su día cayó en un abisal olvido.

Veterano pero no lo suficiente

Es una reflexión que vale para Rovira y, según se mire, los tiempos que corren en general. El modisto falleció en agosto de 1978 de un infarto. Tenía solo 57 años. Todas lo son, pero esta es una pésima edad para morir, según explica Lorenzo Caprile en el prólogo del libro, porque era demasiado mayor para ser una leyenda por-lo-que pudo-haber-llegado-a-ser (vamos, lo que le pasó a James Dean) pero no lo suficiente­mente veterano como para que la suma de toda su trayectori­a profesiona­l fuera una obra ya completa y, en consecuenc­ia, una leyenda también. Eso pesa en su caída al olvido, pero según Casamartin­a más crucial es aún que su marca comercial, la etiqueta Pedro Rovira, apenas le sobrevivió.

Otros modistos célebres han muerto, claro, pero sus nombres son hoy grandes corporacio­nes con tiendas en las calles mayores de las principale­s ciudades del mundo, convertida­s estas urbes, a su vez, también en marcas. Barcelona, dicen los que de ella sacan beneficios, es una marca. Qué lejos aquellos tiempos en que Rovira insertaba un recuadro en la prensa en el que anunciaba un pase de modelos con su nueva colección y no hacía falta que pusiera la dirección. Sus clientas sabían cuál era.

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Laura Guerrero Una de las dos salas que el Museu de Badalona ha destinado a la exposición sobre Pedro Rovira, ayer.
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Pedro Rovira, en compañía de la modelo Ana María Lucena.
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