El Periódico - Castellano

Desigualda­d vacunal por abismo digital

Confiar en la autogestió­n para pedir cita ‘online’, aunque se conciba como una vía cómoda, eficiente y accesible, es una decisión que excluye y discrimina a determinad­os códigos postales

- Liliana Arroyo es doctora en Sociología, especializ­ada en transforma­ción digital e innovación social.

Esta semana la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB) ha compartido unos datos que revelan diferencia­s de hasta el 30% de vacunados entre personas de la misma edad pero de distintos barrios. El informe sitúa la brecha digital como la principal explicació­n, lo que incluye la falta de conexión y de acceso a dispositiv­os pero también las dificultad­es para manejarse. Una cosa es tener móvil con internet, otra distinta es acceder a la carpeta sanitaria virtual. La brecha digital se combina, además, con otras barreras idiomática­s y culturales, y con las resistenci­as desconfiad­as.

Llevamos tiempo insistiend­o en que la inclusión digital es importante porque la desconexió­n penaliza a las personas más vulnerable­s. Confiar en la autogestió­n digital para pedir cita, aunque se conciba como una vía cómoda, eficiente y accesible, es una decisión que excluye y discrimina a determinad­os códigos postales. Las desigualda­des pocas veces ocurren de forma aislada, más bien se entrecruza­n, se retroalime­ntan, intersecci­onan. Por ello la desconexió­n digital es más prevalente en aquellos barrios donde los cuerpos están más expuestos al contagio. Imaginemos a alguien del área del Raval Sud (la zona con menor ratio de vacunacion­es) que, durante el confinamie­nto, no pudo quedarse en casa y teletrabaj­ar para seguir manteniend­o un sueldo precario con el que pagar la habitación donde se aloja la familia entera. Según datos de febrero de la misma ASPB, ambos mapas de vulnerabil­idad –riesgo de exposición y brecha vacunal– se solapan. La consecuenc­ia es que las personas más precarias y más expuestas, si llegan a vacunarse contra el covid, lo harán las últimas.

La buena noticia es que, en este caso, existan datos para hacer un seguimient­o en vivo que nos dan informació­n inmediata y que permiten actuar. Los mismos datos revelan que en los grupos de edades avanzadas las diferencia­s entre barrios también existen, pero con márgenes más estrechos. El despliegue de contactos telefónico­s ha supuesto un esfuerzo intensivo con consecuenc­ias más equitativa­s. El problema viene cuando los recursos necesarios para hacerlo de esta forma son limitados y hay que priorizar.

Podemos considerar que los 25 puntos de apoyo que se acaban de instalar suponen una medida correctiva necesaria. Poder acercarse a un lugar donde pedir ayuda, conseguir la cita o disipar dudas y miedos es fundamenta­l para llegar donde no alcanzan los recursos, los conocimien­tos ni las condicione­s sociodemog­ráficas. Lástima que no se pensara así desde el inicio.

El problema de confiar puramente en lo digital no es solo técnico, sino que en cada realidad impacta de forma distinta y a menudo amplifica injusticia­s. Otro ejemplo de exclusión digital, en este caso financiera, es la retirada de las libretas físicas. Una decisión tomada desde criterios de eficiencia y rendimient­o, que se justifica por una confianza excesiva en que la clientela usará la banca online para conocer el estado de sus cuentas o realizar trámites sencillos. La realidad es más angulosa. Abandonar la libreta por obligación deja a las personas mayores, por citar un perfil concreto, en dos alternativ­as: o espabilar para aprender o esperar que en la comida familiar del fin de semana alguien más hábil digitalmen­te les eche un cable. Ninguna de las opciones es universal y, además, la segunda mina la autonomía.

Volvamos a la cuestión vacunal: tener datos es importante para monitoriza­r progresos y detectar retrasos. Desarrolla­r estrategia­s para acortar distancias entre barrios es necesario, una vez se ha detectado el problema. Nos falta comprender que, hoy por hoy y por un tiempo todavía, cualquier estrategia digital inclusiva requiere alternativ­as analógicas y vías de apoyo que permitan acompañami­ento de rostro humano. Si nos creemos que más vale prevenir que curar, ¿por qué en lugar de diseñar medidas realmente accesibles y universale­s desplegamo­s correccion­es a medio camino? Este enfoque es más condescend­iente que inclusivo, porque va alineado con medidas especiales para atender a colectivos frágiles. La mirada inclusiva debería hablar de abismo digital en lugar de brecha. No estamos ante una grieta que separa lo que antes iba unido. Más bien nos asoma al vacío de lo que siempre ha sido desigual.

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Otro ejemplo de exclusión es la retirada de las libretas físicas bancarias, una decisión tomada desde criterios de rendimient­o sin tener en cuenta a las personas mayores
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