CHIRINGUITOS DE PARQUE
Sí, es posible terracear en Barcelona al aire libre lejos de aceras y playas atestadas. Aquí se tapea entre árboles. Rincones en los que cualquier día puede ser domingo.
Si te aterroriza achicharrarte al sol, la arena entre los dedos y la sensación de rave incipiente de nuestras atestadas playas, tenemos la solución: un chiringuito en el parque es la vía para entregarse al ritmo caribeño sin peligro de tragarse un frisbee loco. Nada como esa recompensa espumosa al final de un paseíto entre pinos. Quedan pocas de estas populares casetas-bar en los parques de Barcelona, pero hemos ido a todas. Pídete algo, que te cuento.
AMPLIACIONES DEL EIXAMPLE
DELIRIO HEDONISTA. El plan ideal es recostarse en la terraza del Chiringuito Bar Parc Joan Miró y no planificar absolutamente nada. Dejas la casa a medio barrer y olvidas la compra, porque las juguetonas percusiones del Jamming de Bob Marley te llevan flotando cual dibujo animado hasta tu sombrilla y tu cañita. La hipnosis gustosa continúa tras el primer sorbo. La sombra bailarina de los pinos te abstrae, y esa brisilla llega como una caricia. Los sonidos del tráfico de Aragó se pierden entre los coros reggae y los chillidos de niños jugando en los columpios. Bravas, boquerones, berberechos: la pizarra te lanza tantas ideas suculentas que deliras. Por si fuera poco, Sonia te recuerda con su encantador acento italiano que no puedes perderte su hamburguesa, el carpacho o la burrata. Dan ganas de quedarse todo el día, y la cosa se anima por las tardes. Con los nuevos horarios, abren hasta las 23 h. Un perrete se deja arrastrar por la arena mientras sus humanos tiran amablemente de la correa, esforzándose por levantarlo. No se quiere ir. ¿Y quién querría?
Chiringuito Bar Parc Joan Miró
Aragó, 2 (Parque de Joan Miró).
INTIMIDAD ENTRE RAMAS
PÍCNIC CHIC. Es cierto que, tal como reza su nombre, Pinhan tiene algo de secreto. Su elegante terracita queda escondida tras unos arbustos en los frondosos intersticios del Turó Park. La sensación de recogimiento es fabulosa. Sus coquetas mesas de metal se reparten alrededor de un concilio de tilos, y la mirada se pierde siguiendo el tronco de esas magníficas Washingtonias que se curvan hacia el cielo. Los detalles se multiplican: en el quiosco destaca un gran neón, y abundan los adornos en forma de floridos centros de mesa, cestas, jarroncitos y frases motivadoras. Este pícnic chic no admite chandaleo; aquí se impone el jersey sobre los hombros, las gafas de sol de marca y los niños con globos de unicornio. Por las mesas triunfan los cucuruchos de patates
gruixudes y el vinito blanco. De fondo suena una versión muy chill de Parole parole, mientras el propietario, Boris, nos aclara que sus horarios se adaptan a los del parque, y que Pinhan aspira a convertirse en un refugio contra la vulgaridad.
Pinhan-El Jardí Secret
Av. de Pau Casals, 19 (Turó Park). www.pinhan.es
FLOTAR SOBRE POBLE SEC
UNA RACIÓN CON VISTAS. Esta es la primera parada de un particular ascenso a la montaña en tres chiringuitos. Nuestra trilogía de Montjuïc se inicia con la visita a un mirador excepcional. El Bar Marcelino es el merecido premio para quienes deciden estirar las piernas a la hora del vermut, y se atreven a ascender más allá del bullicio de Sant Antoni y Poble Sec. Las vistas desde esta explanada son imbatibles. La ciudad vibra a nuestros pies y se respira calma. Niños y perretes lo gozan jugando entre las mesas, hay espacio de sobra para todo el mundo.
Hemos gozado con su tortilla casera y la calidad del pan y los embutidos incontables veces, pero Lourdes y Teresa recomiendan que probemos también su salmorejo o el guacamole. La conjunción de esos platos y semejantes horizontes procura tal sobredosis de belleza, que se impone rebautizar aquel trastorno romántico acuñado por Stendhal: propongo Síndrome de Marcelino.
Bar Marcelino
Margarit, 85. instagram.com/ marcelino_montjuic
BAJO EL FUNICULAR
OASIS DEL RITMO. Hay que estar al loro para advertir este rinconcito privilegiado al que se accede desde una curvita ascendente de Montjuïc. El Cims es un pequeño café bar asentado en un agradable palmeral, sobre una ajardinada colinita. Regueros de césped se abren camino en el suelo, el funicular sobrevuela las mesas y el aire palpita con el buen rollo de Iboh, que recibe a todo el mundo con su inmensa sonrisa. A Iboh el
hummus y la tortilla le quedan fenomenal, y el ambiente se remata con los animados ritmos ochenteros que emergen de la caseta. Ha