La música colombiana gana peso en el concierto internacional.
Mezclando tradición y modernidad, la música colombiana ha dado un salto de gigante en las últimas décadas que la ha proyectado al primer plano internacional.
Hace unas semanas, el 23 de abril, el ingeniero aeroespacial francés Thomas Pesquet colgó un vídeo en su cuenta de Instagram en el que aparecía flotando en una de las estancias de la Estación Espacial Internacional. Pesquet, que pasará seis meses allí en compañía de otros tres astronautas, puso música para acompañar su salutación espacial, una canción festiva y extraña que carecía de la gravedad que suele asociarse al cosmos. Al contrario: era un aire tropical, la Cumbia del Monte Fuji, una pieza fruto de la colaboración entre los colombianos de Frente Cumbiero y los japoneses de Minyo Crusaders que había visto la luz en 2020. La nueva música colombiana llegaba al espacio y en Colombia la noticia era recibida con guiños y sonrisas.
«Eso habla de una sombrilla global que arropa a la cumbia y es un presagio de que nuestra música seguirá llegando a nuevos lugares, incluso a otros planetas». Las palabras son de Mario Galeano, líder de Frente Cumbiero y uno de los músicos destacados de la generación que ha abierto nuevos caminos a la música local, que la ha internacionalizado y que ha convertido a Colombia en una potencia regional a la altura de Cuba, Brasil y Puerto Rico. Una generación de músicos y productores que han llevado a término un fascinante proceso de reapropiación de la exuberante tradición musical colombiana para proyectarla al mundo. Frente Cumbiero, Systema Solar, Bomba Estéreo o Sidestepper son seguramente los grupos más conocidos en Europa, pero hay decenas más investigando, componiendo, grabando y moviéndose por el mundo.
«En mi opinión, todo esto tiene su origen en la Constitución del 91 y el reconocimiento que hizo de Colombia como una sociedad multicultural y pluriétnica. Nos reconocimos en nuestra diversidad. Eso, en diálogo con el mundo, no tardó en generar nuevas estéticas», explica el músico y productor Iván Benavides, personaje clave de esto que brotó hace un cuarto de siglo y hoy goza de excelente salud. Benavides formó parte de dos proyectos fundacionales que señalaron el camino, La
tierra del olvido, de Carlos Vives (hay quienes afirman que ahí empezó todo), y Bloque de búsqueda, de la banda homónima, y desde entonces ha acompañado como productor la explosión de los nuevos sonidos. Aquellas dos propuestas estaban emparentadas por la mixtura entre lo tradicional colombiano y otros ritmos, sonidos y músicas, que es el denominador común de las Nuevas Músicas Colombianas. La fusión.
Una revolución
«Yo creo que fue como una revolución. Un nuevo comienzo creativo», dice el músico y productor Felipe Álvarez, director de Polen Records, el sello que empezó su andadura en 2006 para convertirse en uno de los abanderados del nuevo sonido. «Era un momento creativo muy interesante. Todo el mundo estaba haciendo cosas nuevas», dice. «Había bandas y artistas como Systema Solar, ChocQuibTown, Pernett y Bomba Estéreo que empezaban a hacer sus pinitos, pero su sonido no era del agrado de las multinacionales. Fueron rechazados. No había interés por el nuevo sonido porque se salía del parámetro de lo que buscaban». Álvarez vio la oportunidad y se lanzó. «Yo veía una buena respuesta del público en los conciertos, y cuando sacamos los primeros discos empezamos a recibir apoyo a nivel estratégico de un montón de gente desinteresada. Gente a la que le parecía que era un sonido interesante».
La envergadura de este giro musical solo se entiende desde la apabullante multiculturalidad colombiana. Hablamos de un país de negros, blancos, indígenas, mestizos y mulatos, todos con su propia tradición cultural y musical a cuestas, de un país de mezclas, donde conviven la herencia africana, europea e indígena, un país con tentáculos incluso en el Caribe rastafari y su tradición musical. La consciencia de esa riqueza, la investigación sobre el terreno que llevaron a cabo los músicos y su decisión de reinterpretar la música por medio de la fusión hicieron el resto. Y aunque la paleta de colores es ingente, hay un género que destaca por encima de los demás: la cumbia. «Se ha convertido en un lenguaje universal», dice Jaime Andrés Monsalve, director musical de Radio Nacional de Colombia, «y
eso se debe a su acercamiento al mundo de los DJ, de la música electrónica e incluso de la música académica. No hay que olvidar, por ejemplo, colaboraciones como la de Mario Galeano con el Kronos Quartet, para el que compuso una obra conectada con la cumbia y con el Caribe popular colombiano». Hasta el Kronos, un cuarteto de referencia de la música clásica, se rinde a la nueva música colombiana.
Del Sónar a Lollapalooza
Así, el sonido colombiano se ha internacionalizado. Los ya mencionados Systema Solar, Bomba Estéreo y Frente Cumbiero son nombres familiares para los públicos de EEUU y Europa, que han podido verlos en festivales de referencia, del Lollapalooza al Sónar, pero la lista es larga: Herencia de Timbiquí, La Mambanegra, Pernett & The Caribbean, Meridian Brothers. O bien Los Pirañas, Curupira y Puerto Candelaria.
O bien Colectro y Onda Trópica. Entre muchos, muchos otros. «Para el oído internacional estas propuestas tienen algo de novedad y de familiaridad a la vez», dice el músico y productor Juan Bastos, director de Tambora Records, otro sello de referencia. «Systema Solar, por ejemplo, tiene mucho de música electrónica, pero también algo que solo la mezcla con la tradición colombiana podía lograr. Es de aquí, pero es más fácil de consumir para el mercado internacional». «Cuando las primeras veces salimos de gira con Bomba Estéreo, que fue la punta de lanza de Polen –dice Álvarez–, vimos que gustaba porque era música fácil de bailar. No era como la salsa, que es difícil, sino que se podía bailar como música electrónica».
El poder de los márgenes
Pero hay que subrayarlo, y subrayarlo bien: la cumbia es la punta de lanza, pero las nuevas músicas colombianas van mucho más allá. Monsalve pone el acento sobre ritmos como la champeta, un género caribeño de procedencia africana que ha resurgido de la mano de esta curiosidad por lo propio, pero también gracias al empujón de discos hoy devenidos icónicos como Palenque Palenque, del sello británico Soundway, editado en 2009. «Gracias a ese disco, que era una revisión de la historia de la champeta, empezaron a volver a los escenarios intérpretes perdidos que ya ni se mencionaban y que ahora están haciendo giras mundiales, y que además volvieron a grabar. Si hay que mencionar a alguien diría que la figura más destacada de este proceso de revalorización es Abelardo Carbonó». Benavides destaca en esa línea la emergencia de la champeta urbana –otra mezcla–, una música que califica de «marginal pero importante», y dice que «es ahí, en los márgenes, donde se está armando hoy la mayor innovación de las nuevas músicas colombianas».
«Estamos viviendo un momento histórico muy interesante. Colombia ya se puede equiparar con las grandes potencias regionales, y va a más», dice Monsalve. Pero ¿es solo una potencia indie? Ni mucho menos. Solo hay que girar la mirada hacia Medellín, esa incansable factoría de reguetoneros que aúpa al país como una potencia comercial de primer orden. Se deja mencionado porque hay que mencionarlo. Pero esa es otra historia.