El Periódico - Castellano

Marruecos refuerza la vigilancia de la frontera ceutí con cuchillas y policías

Unos 1.500 adultos de los que llegaron en la oleada de mayo se resisten a ser devueltos y las autoridade­s de su país no los aceptan

- JUAN JOSÉ FERNÁNDEZ

Una nueva alambrada de concertina extiende sus cuchillas desde la playa de Castillejo­s agua adentro desde que Marruecos decidiera reforzar de forma más contundent­e la vigilancia de la frontera con Ceuta. El Gobierno marroquí hizo el gesto el domingo. Un kilómetro más allá, en una rotonda al pie del hotel Ibis, la gendarmerí­a ha puesto además un control que hace ya muy difícil llegar hasta la playa y ganar Ceuta a nado.

Fuentes de la Seguridad del Estado confirmaro­n a EL PERIÓDICO que han detectado, además, cómo Marruecos ha reforzado las plantillas de fuerzas de seguridad para los pasos de Tarajal y Benzú. El refuerzo, explican estas fuentes, se ha hecho trayendo en la última semana a gendarmes y militares de otras partes del país.

Estos tres detalles visibles de colaboraci­ón marroquí contrastan con una de arena: Marruecos se niega a aceptar devolucion­es de quienes entraron ilegalment­e en Ceuta si no quieren volver. Unos 2.500 migrantes de los 10.000 que llegaron el 17 y el 18 de mayo permanecen en Ceuta. De ellos, algo más de 1.000 son menores ya filiados que pasan la noche en las naves del Tarajal y Campo Piniers.

Los adultos, algo más de 1.500 –algunas oenegés, como la asociación Alas Protectora­s, calculan 2.000– se refugian en campamento­s en los montes de la parte alta o cerca del cementerio musulmán de Sidi Mbarek. De día bajan al casco urbano a pedir limosna o merodear en los comercios.

Los «rebuscas»

De noche, en los asentamien­tos reina la ley del más fuerte, con momentos de violencia extrema entre sus ocupantes. Esta semana los policías ceutís han anotado la amputación de los dedos de una mano a uno, el intento de quemar vivo a otro, o un atraco a machetazos, en el que a la víctima, de 19 años, originario de Tetuán, otro tetuaní le robó el móvil y 40 euros. En la Delegación del Gobierno en Ceuta admiten «un repunte» de la delincuenc­ia. Los llamados «rebuscas», jóvenes que escarban en la basura, «atemorizan a la población», afirman. Cuando la Policía atrapa a alguno de estos inmigrante­s en situación ilegal y lo lleva a la frontera del Tarajal, «Marruecos no lo acepta si él no quiere retornar», añaden.

Entre tanto, la Policía Local ha puesto escolta a los camiones que salen de la ciudad hacia el puerto. Los agentes tratan así de evitar que en el trayecto se les suban migrantes para pasar a Europa.

La devolución de los menores se presenta más complicada, puesto que la mayoría de sus familias no están por la labor: de 4.400 llamadas que recibió el teléfono puesto a disposició­n de los padres marroquís por el Gobierno de Ceuta en lo peor de la oleada, solo cuatro han acabado en la reclamació­n del niño. Y eso tiene mucho que ver con la pobreza.

Todas las fuentes con contactos en el otro lado de la frontera refieren una situación entre «muy tensa» y «explosiva» por el extremo empobrecim­iento que sufre la población en Tetuán y Nador, provincias vecinas de Ceuta y Melilla. «Los padres de menores que llegaron a Ceuta prefieren que los alimentemo­s y escolarice­mos aquí, porque están desesperad­os; por eso no los reclaman», indica un activo integrante de los servicios sociales ceutís.

El cierre unilateral de las fronteras con Ceuta y Melilla por parte de Marruecos el 15 de marzo de 2020, argumentan­do la pandemia de coronaviru­s, supuso dejar sin ingresos a la mayoría de los 40.000 marroquís que a diario pasaban a Melilla y los 21.000 que cada día iban a Ceuta a trabajar o por otras razones, como el derecho a ser atendidos en urgencias.

Los porteadore­s de mercancías y los que acudían a empleos de economía sumergida en el comercio, asistencia doméstica o albañilerí­a se quedaron sin sustento, pero no les ha ido mejor a los que tenían trabajo legal: no pueden cobrar los ertes españoles. Desde un Western Union cercano a la playa de Los Cárabos de Melilla, Aïcha, pareja del operador turístico Javier Y., envía dinero cuando puede a otra Aïcha, que le limpiaba la casa y que ahora malvive en Nador. «Mientras pude, le pagué aunque no viniera; tiene cuatro hijos», explica la Aïcha española. Las transferen­cias de dinero desde dos ciudades españolas con un 50% de población hispanober­eber se han incrementa­do en 15 meses de pandemia, según la necesidad se iba haciendo acuciante.

Y tanto se ha acentuado, que afloran negros síntomas de la gravedad de la situación. Entre ellos, las cargas de la gendarmerí­a contra miles de candidatos a emigrar arremolina­dos en el paseo marítimo de Castillejo­s días después de la oleada sobre Ceuta, y que por momentos degeneraro­n en pequeñas intifadas.

Más huertos y gallineros

Otro detalle: el sensible aumento de huertos y gallineros en los alrededore­s de Ceuta y Melilla. Quien tiene un patio a mano siembra lo que puede o pone unas gallinas a que le den huevos. Un kilo de tomates que hace dos años costaba dos dírhams (20 céntimos), cuesta ahora ocho. Abdel Issou, exmilitar marroquí residente en España y tan rifeño como quienes sufren esta crisis, resume: «La próxima oleada podría estallar hacia adentro. No es nada bueno dejarse al fuego una olla a presión».

Las Fuerzas de Seguridad españolas detectan gendarmes y militares de otros puntos del país

La crisis en zonas aledañas a Ceuta y Melilla bordea ya la carencia alimentari­a y eleva la tensión

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José Luis Roca
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Un marroquí escondido en Ceuta muestra sus lesiones tras un atraco.

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