Marruecos refuerza la vigilancia de la frontera ceutí con cuchillas y policías
Unos 1.500 adultos de los que llegaron en la oleada de mayo se resisten a ser devueltos y las autoridades de su país no los aceptan
Una nueva alambrada de concertina extiende sus cuchillas desde la playa de Castillejos agua adentro desde que Marruecos decidiera reforzar de forma más contundente la vigilancia de la frontera con Ceuta. El Gobierno marroquí hizo el gesto el domingo. Un kilómetro más allá, en una rotonda al pie del hotel Ibis, la gendarmería ha puesto además un control que hace ya muy difícil llegar hasta la playa y ganar Ceuta a nado.
Fuentes de la Seguridad del Estado confirmaron a EL PERIÓDICO que han detectado, además, cómo Marruecos ha reforzado las plantillas de fuerzas de seguridad para los pasos de Tarajal y Benzú. El refuerzo, explican estas fuentes, se ha hecho trayendo en la última semana a gendarmes y militares de otras partes del país.
Estos tres detalles visibles de colaboración marroquí contrastan con una de arena: Marruecos se niega a aceptar devoluciones de quienes entraron ilegalmente en Ceuta si no quieren volver. Unos 2.500 migrantes de los 10.000 que llegaron el 17 y el 18 de mayo permanecen en Ceuta. De ellos, algo más de 1.000 son menores ya filiados que pasan la noche en las naves del Tarajal y Campo Piniers.
Los adultos, algo más de 1.500 –algunas oenegés, como la asociación Alas Protectoras, calculan 2.000– se refugian en campamentos en los montes de la parte alta o cerca del cementerio musulmán de Sidi Mbarek. De día bajan al casco urbano a pedir limosna o merodear en los comercios.
Los «rebuscas»
De noche, en los asentamientos reina la ley del más fuerte, con momentos de violencia extrema entre sus ocupantes. Esta semana los policías ceutís han anotado la amputación de los dedos de una mano a uno, el intento de quemar vivo a otro, o un atraco a machetazos, en el que a la víctima, de 19 años, originario de Tetuán, otro tetuaní le robó el móvil y 40 euros. En la Delegación del Gobierno en Ceuta admiten «un repunte» de la delincuencia. Los llamados «rebuscas», jóvenes que escarban en la basura, «atemorizan a la población», afirman. Cuando la Policía atrapa a alguno de estos inmigrantes en situación ilegal y lo lleva a la frontera del Tarajal, «Marruecos no lo acepta si él no quiere retornar», añaden.
Entre tanto, la Policía Local ha puesto escolta a los camiones que salen de la ciudad hacia el puerto. Los agentes tratan así de evitar que en el trayecto se les suban migrantes para pasar a Europa.
La devolución de los menores se presenta más complicada, puesto que la mayoría de sus familias no están por la labor: de 4.400 llamadas que recibió el teléfono puesto a disposición de los padres marroquís por el Gobierno de Ceuta en lo peor de la oleada, solo cuatro han acabado en la reclamación del niño. Y eso tiene mucho que ver con la pobreza.
Todas las fuentes con contactos en el otro lado de la frontera refieren una situación entre «muy tensa» y «explosiva» por el extremo empobrecimiento que sufre la población en Tetuán y Nador, provincias vecinas de Ceuta y Melilla. «Los padres de menores que llegaron a Ceuta prefieren que los alimentemos y escolaricemos aquí, porque están desesperados; por eso no los reclaman», indica un activo integrante de los servicios sociales ceutís.
El cierre unilateral de las fronteras con Ceuta y Melilla por parte de Marruecos el 15 de marzo de 2020, argumentando la pandemia de coronavirus, supuso dejar sin ingresos a la mayoría de los 40.000 marroquís que a diario pasaban a Melilla y los 21.000 que cada día iban a Ceuta a trabajar o por otras razones, como el derecho a ser atendidos en urgencias.
Los porteadores de mercancías y los que acudían a empleos de economía sumergida en el comercio, asistencia doméstica o albañilería se quedaron sin sustento, pero no les ha ido mejor a los que tenían trabajo legal: no pueden cobrar los ertes españoles. Desde un Western Union cercano a la playa de Los Cárabos de Melilla, Aïcha, pareja del operador turístico Javier Y., envía dinero cuando puede a otra Aïcha, que le limpiaba la casa y que ahora malvive en Nador. «Mientras pude, le pagué aunque no viniera; tiene cuatro hijos», explica la Aïcha española. Las transferencias de dinero desde dos ciudades españolas con un 50% de población hispanobereber se han incrementado en 15 meses de pandemia, según la necesidad se iba haciendo acuciante.
Y tanto se ha acentuado, que afloran negros síntomas de la gravedad de la situación. Entre ellos, las cargas de la gendarmería contra miles de candidatos a emigrar arremolinados en el paseo marítimo de Castillejos días después de la oleada sobre Ceuta, y que por momentos degeneraron en pequeñas intifadas.
Más huertos y gallineros
Otro detalle: el sensible aumento de huertos y gallineros en los alrededores de Ceuta y Melilla. Quien tiene un patio a mano siembra lo que puede o pone unas gallinas a que le den huevos. Un kilo de tomates que hace dos años costaba dos dírhams (20 céntimos), cuesta ahora ocho. Abdel Issou, exmilitar marroquí residente en España y tan rifeño como quienes sufren esta crisis, resume: «La próxima oleada podría estallar hacia adentro. No es nada bueno dejarse al fuego una olla a presión».
Las Fuerzas de Seguridad españolas detectan gendarmes y militares de otros puntos del país
La crisis en zonas aledañas a Ceuta y Melilla bordea ya la carencia alimentaria y eleva la tensión
n